La obra que presentamos fue publicada en 1930 en la exitosa Colección Labor, Biblioteca de iniciación cultural, responsable de unos muy cuidados manuales sobre todas las ramas del saber. Su formato de bolsillo, lo escogido de sus autores y lo exhaustivo de sus temáticas lograron una gran difusión en el campo de lo que tradicionalmente se ha llamado alta divulgación. Y todavía se encuentran numerosos volúmenes en las librerías de viejo.
Andrés Giménez Soler (1869-1938) fue el gran medievalista aragonés del primer tercio del siglo XX. Archivero en el de la Corona de Aragón y posteriormente catedrático de Historia Antigua y Media, en 1900 recaló definitivamente en la Universidad de Zaragoza, donde gozó de prestigio y protagonismo hasta su fallecimiento. Le sucederá en su cátedra otro clásico, José María Lacarra. Fue un destacado personaje tanto en el ámbito de su especialidad, como a nivel regional a través de su labor periodística, en la que defendió un cierto aragonesismo moderado, de carácter conservador, compatible con el general nacionalismo español de la época.
Nos encontramos, por tanto ante un excelente representante de las primeras generaciones de historiadores profesionales, que desde el último tercio del XIX se esfuerzan en aplicar un método científico y exigente a la investigación histórica. En La Edad Media en la Corona de Aragón, aun teniendo presente el carácter de ensayo divulgativo, no deja de hacer hincapié en el trabajo de archivo que le ha permitido analizar tanto la historia externa como la interna. Y al mismo tiempo, y desde el rigor histórico, aprovecha para poner al lector en guardia: «hay que hacer notar que son sospechosos de parcialidad por exceso de entusiasmo regional y sobra de pasión política, la mayor parte de los historiadores aragoneses que tratan de instituciones aragonesas, y que del mismo vicio pecan la mayor parte de los historiadores catalanes.»
Ya lo había afirmado tres décadas antes: «El historiador se debe a la verdad, y caiga quien caiga, debe decirla sin miramientos ni contemplaciones; no es que piense que tan moral es presentar el bien para darle el premio, como el mal para castigarlo: entiendo que siempre debe presentarse la virtud, pero esto son teorías aplicables a la novela o al drama, pero de ningún modo a la historia, cuya acción no es de la inventiva del que la describe […] También la política es causa del falseamiento de la verdad y con más vehemencia que la exageración del patriotismo […] Esta parcialidad, frecuentemente unida a la del patriotismo desmedido, lleva también a quién lo padece, a escribir en tono bilioso y acre, pareciéndoles que así sus razones adquieren más fuerza, modo de escribir al que muchos tienen afición y que es contraproducente tanto para la persona del autor como para la causa que defiende, manera muy propensa a suscitar polémica que según yo considero la historia, no puede existir en esta ciencia.» (Formas actuales de la Historia, 1899, citado por Arturo Compés.)
Andrés Giménez Soler (1869-1938) fue el gran medievalista aragonés del primer tercio del siglo XX. Archivero en el de la Corona de Aragón y posteriormente catedrático de Historia Antigua y Media, en 1900 recaló definitivamente en la Universidad de Zaragoza, donde gozó de prestigio y protagonismo hasta su fallecimiento. Le sucederá en su cátedra otro clásico, José María Lacarra. Fue un destacado personaje tanto en el ámbito de su especialidad, como a nivel regional a través de su labor periodística, en la que defendió un cierto aragonesismo moderado, de carácter conservador, compatible con el general nacionalismo español de la época.
Nos encontramos, por tanto ante un excelente representante de las primeras generaciones de historiadores profesionales, que desde el último tercio del XIX se esfuerzan en aplicar un método científico y exigente a la investigación histórica. En La Edad Media en la Corona de Aragón, aun teniendo presente el carácter de ensayo divulgativo, no deja de hacer hincapié en el trabajo de archivo que le ha permitido analizar tanto la historia externa como la interna. Y al mismo tiempo, y desde el rigor histórico, aprovecha para poner al lector en guardia: «hay que hacer notar que son sospechosos de parcialidad por exceso de entusiasmo regional y sobra de pasión política, la mayor parte de los historiadores aragoneses que tratan de instituciones aragonesas, y que del mismo vicio pecan la mayor parte de los historiadores catalanes.»
Ya lo había afirmado tres décadas antes: «El historiador se debe a la verdad, y caiga quien caiga, debe decirla sin miramientos ni contemplaciones; no es que piense que tan moral es presentar el bien para darle el premio, como el mal para castigarlo: entiendo que siempre debe presentarse la virtud, pero esto son teorías aplicables a la novela o al drama, pero de ningún modo a la historia, cuya acción no es de la inventiva del que la describe […] También la política es causa del falseamiento de la verdad y con más vehemencia que la exageración del patriotismo […] Esta parcialidad, frecuentemente unida a la del patriotismo desmedido, lleva también a quién lo padece, a escribir en tono bilioso y acre, pareciéndoles que así sus razones adquieren más fuerza, modo de escribir al que muchos tienen afición y que es contraproducente tanto para la persona del autor como para la causa que defiende, manera muy propensa a suscitar polémica que según yo considero la historia, no puede existir en esta ciencia.» (Formas actuales de la Historia, 1899, citado por Arturo Compés.)
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