En la dedicatoria de su obra al rey Felipe II, el médico Juan Huarte de San Juan (1529-1588) propone lo siguiente: «Considerando cuán corto y limitado es el ingenio del hombre para una cosa y no más, tuve siempre entendido que ninguno podía saber dos artes con perfección sin que en la una faltase y, porque no errase en elegir la que es natural estaba mejor, había de haber diputados en la República, hombres de gran prudencia y saber, que en la tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía y no dejarlo a su elección, de lo cual resultaría en vuestros estados y señoríos haber los mayores artífices del mundo, no más de por juntar el arte con la naturaleza.»
Esta aseveración nos sorprende por su modernidad, al plantear la necesidad de determinar las capacidades de cada individuo, y las tareas (teóricas o prácticas) que mejor se corresponden con ellas. Y al mismo tiempo nos resulta inquietante la expresión «haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía y no dejarlo a su elección», o la insistencia en un cierto determinismo impuesto por lo orgánico en la conducta humana. Ambos aspectos son muestra de lo mucho revolucionario que contiene esta obra, aunque ello no nos debe hacer obviar lo mucho tradicional que también conserva, como la aceptación sin crítica de pintorescas consideraciones anatómicas, a causa del prestigio de las autoridades que las defienden. Lo innovador de sus planteamientos, métodos y contenidos se amalgama con lo recibido: es hija de su época, como toda obra humana. En cualquier caso, fue un auténtico éxito editorial en su tiempo, que se extendió por toda Europa una vez traducido al latín.
Rafael Altamira sintetiza así su importancia: «Huarte de San Juan, cuyo libro Examen de ingenios para las ciencias se imprimió en 1575 y se tradujo pronto a varios idiomas, es el primer representante español de una serie de tratadistas que, enlazando los estudios físicos con los psicológicos, trataron de demostrar la influencia del cuerpo sobre el espíritu en el hombre y la posibilidad de deducir, de los datos anatómicos y del temperamento, las cualidades intelectuales y morales de los individuos. Es, con esto, juntamente, precursor de la frenopatía y de todos los autores que, en el siglo XVIII, elevaron a la calidad de cuestión palpitante ésta de las relaciones entre lo físico y lo espiritual, que en el siglo XVI tomó con Huarte caracteres muy salientes. Huarte es, además, digno de ser considerado por sus observaciones pedagógicas, enlazadas con su tema de la fijación de las aptitudes esenciales e innatas en los individuos.»
Por su parte, José Biedma señala que «el método de Huarte es estrictamente moderno: una argumentación racional que se da por contenido la experiencia natural. Por cierto, que... Huarte utiliza la palabra ensayo con el sentido de experimento. Antes que Galileo, Huarte razona desde un nuevo paradigma que recrea la analítica y la dialéctica de los griegos, a los que cita crítica y originalmente, aunque eche mano también secundariamente de la retórica de Cicerón o del saber de Galeno. Su papel como precursor de la frenología de Gall (quien le cita expresamente), o del pensamiento naturalista de Cabanis, está fuera de duda. Así como su influencia en el perfil psicológico de que Cervantes dota a su ingenioso hidalgo don Quijote, demostrada por Salillas. También es conocida la influencia que Huarte debió ejercer en la obra de Lessing, pues éste preparó su versión alemana y presentó para su doctorado una disertación sobre el doctor Huarte y su libro. Y, en fin, su huella es perceptible en una gran multitud de lingüistas, preceptistas, pedagogos y filósofos, algunos tan cercanos a nosotros como Schopenhauer o Nietzsche.»
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