lunes, 29 de mayo de 2023

Gustavo Adolfo Bécquer, Desde mi celda. Veruela. Costumbres de Aragón

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Continuamos esta semana con otro viaje literario, aunque una generación posterior al de Washington Irving. En 1863 Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), enfermo y con necesidad de reposo, abandona el tráfago del Madrid moderno en un trayecto real y simbólico que le obliga a pasar del camino de hierro al camino de rueda, y de éste al de herradura. Su destino es el desamortizado monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, coronada de nieve la alta frente. Allí se instala con su hermano Valeriano, y durante varios meses ambos recorren la comarca, observan y preguntan, escriben y dibujan… y naturalmente descubren un mundo a la vez más puro y más brutal que el de la ciudad liberal, pero en cualquier caso más poético. El primer resultado lo constituyen las nueve largas cartas que publica a lo largo de 1864 en el periódico El Contemporáneo de Madrid. Las cartas Desde mi celda acabarán siendo consideradas una de las cumbres del romanticismo español, aunque ya tardío y teñido de realismo. La percepción del paisaje, las leyendas, la brujería, los cuadros de costumbre se amalgaman espléndidamente.

Manuel Alvar, en su Aragón. Literatura y ser histórico (1976), señalaba que «son precisamente los extraños quienes vinieron a descubrir el mundo romántico que Aragón encierra (…) Mucho más sorprendente es que fuera Bécquer ―no ningún aragonés― quien acertara con aquella veta romántica que son las historias que narra en las Cartas desde mi celda. El gran poeta ha descubierto en Veruela este valle, cuya melancólica belleza impresiona profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge a la vez, diríase, por el contrario, que los montes que lo cierran como un valladar inaccesible, nos separan por completo del mundo. Y en el ambiente recién encontrado está el germen de todas sus visiones: reales unas, legendarias otras. Bécquer ha sabido ver: con ojos de pintor ha ido creando una escenografía sobre la cual se va a proyectar la historia. La ruinosa abadía, los altos chopos, el viento al atardecer y ―ya― exaltada la imaginación, las blancas estameñas conventuales, la muchacha con su lirio azul y el suspiro al aire. Sí, escenas sueltas de no sé qué historias que yo he oído o que inventaré algún día. Sin embargo, las historias ―vivas― estaban ahí, en las mismas hierbas que el poeta abatía con su planta, sobre las piedras que le comunicaban su frialdad.»

La estancia en el somontano del Moncayo fue fructífera también para Valeriano Bécquer (1833-1870), que traza numerosos apuntes y esbozos que se convertirán más tarde en cuadros y grabados. En los años siguientes publicará cuatro dibujos del monasterio de Veruela y trece de tema aragonés, acompañados por textos ―breves por lo general― de Gustavo Adolfo. Casi todos lo hacen en el prestigioso semanario El Museo Universal de Madrid. Los tipos y costumbres de Aragón son naturalmente, populares y variados: El hogar, La misa del alba, Las jugadoras, El tiro de barra, La pastora, El pregonero, La vuelta del campo, El alcalde, La corrida de toros, Los dos compadres, La rondalla y Las segadoras. A su calidad artística se le añade un cierto respeto por lo retratado, que lo distancia agradablemente de los baturrismos que proliferarán y dominarán en la literatura, el arte y la música de los tiempos de la ya próxima Restauración. En conjunto estas obras aparentemente menores de los hermanos Bécquer suponen un complemento muy atractivo y necesario de las Cartas, por lo que se las hemos agregado en esta edición digital.

Valeriano Bécquer, Monasterio de Veruela

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