lunes, 24 de octubre de 2022

Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista

Tomo I  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo IV  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo V  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
 Tomo VI  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

España entra definitivamente en la edad contemporánea en 1808 con el motín de Aranjuez, el primero de los numerosísimos golpes de estado que ―exitosos o fallidos― van a repetirse durante dos siglos, hasta el reciente de 2017. En resumidas cuentas, todos persiguen lo mismo: la sustitución de un sistema de administración y gobierno del estado por otro distinto, con mayor o menor violencia, pero siempre conculcando la constitución, leyes y valores existentes. Las justificaciones serán múltiples, al igual que los proyectos que se trazan, pero todos son deudores del dominio de las ideologías todavía hoy patente. Sus respectivos autores están convencidos de que verdaderamente representan al pueblo, a la nación, al bien más elevado, y por ello tienen derecho (y obligación) a imponerse por la fuerza a los refractarios, que por serlo merecen el destino que se les reserva.

Tras la guerra de la Independencia, con su doble revolución nacionalista-tradicional por un lado y liberal-secularizadora por otro, y los desgarradores bandazos del reinado de Fernando VII, el enfrentamiento y fractura de estos mimbres se hace total durante la minoría de edad de Isabel II, con la primera guerra carlista y la definitiva revolución liberal. A partir de entonces cristalizará una violencia dominante, patente o subterránea, que lleva a Julián Marías (España inteligible. Razón histórica de las Españas, Madrid 1985) a sostener que «en el fondo del alma de los españoles empieza a germinar la sospecha de que su país esté hecho de una sustancia explosiva, pronta a estallar en violencia. Los que no se sienten inclinados a ella sienten temor y, lo que es más grave, cierta repugnancia. Por un mecanismo que es muy parecido al inspirador de la leyenda negra, esta impresión se generaliza: más allá de los hechos concretos que podrían justificarla, se extiende a toda la realidad española. Se empieza a pensar que España es eso, violencia, siempre dispuesta a desatarse (…) Las máximas violencias del reinado de Fernando VII, tanto contra los liberales desde 1814 como contra los realistas desde 1820 y nuevamente contra los liberales después de 1823; la matanza de los frailes en Madrid en 1834, las ferocidades de la guerra carlista, son a la vez planeadas y explosivas. Es decir, revelan una posibilidad de manipulación que, una vez desatada, no se puede refrenar. Esto es lo que determina una actitud de temor en la sociedad española —independiente de la frecuente valentía de sus individuos—, que es el factor negativo más importante de la historia contemporánea.»

Pues bien, a mediados del siglo XIX Antonio Pirala (1824-1903) publica esta exhaustiva obra, de indiscutible valor, sobre la primera guerra carlista. Persigue el rigor y la imparcialidad: el primero incluyendo la ingente documentación que ha coleccionado (actualmente en la Real Academia de Historia); la segunda con un propósito explícito: «Sin pasiones políticas, sin odio en nuestro corazón, sólo amamos a nuestra patria y aborrecemos el crimen, con el que jamás transigiremos. Sin compromisos políticos, sólo la razón guiará nuestra pluma. Todos los hombres son iguales para nosotros, y ante nuestro criterio pasarán, no como las figuras de una linterna mágica, cuya óptica les engrandece, sino como los actores que, en pleno día, y a la brillante luz del sol, se presentan en la escena pública, a revelar por sí mismos sus más íntimos sentimientos.» Ahora bien, a pesar de sus intenciones, la Historia de la guerra civil es una obra de parte, aunque no de partido, en la que se asume como punto de partida una determinada ideología. Es interesante observar los cambios de tono a la hora de narrar los constantes desmanes que se llevan a cabo en los dos bandos; cómo se justifican, aunque se lamenten, determinados crímenes, excesos y discriminaciones; cómo se asume como inevitable un resultado de los acontecimientos acorde con la evolución del espíritu de los tiempos.

Pedro Rújula en El historiador y la guerra civil. Antonio Pirala (Ayer 55/2004: 61-81) pone de manifiesto que «Antonio Pirala... era un joven que se movía en los ambientes del partido progresista y que participaba con entusiasmo de la cultura del liberalismo, de ahí que todo ello apareciera convenientemente integrado entre las preocupaciones, los temas y la retórica propios de los liberales del momento (...) Pirala participaba de los presupuestos del liberalismo de su época e incluso, afín a los círculos del progresismo, era un defensor de la revolución como instrumento para el avance de los pueblos. Nosotros asentaremos ―afirmaba―, con perdón de los pesimistas, que las revoluciones han sido siempre el preludio de la ilustración de los pueblos: ellas les han precedido en su marcha regeneradora, y aunque parecían ser seguidas de principios disolventes, no lo eran sino de medios creadores para conseguir el fin a que aspira la sociedad.»

Recalca «su voluntad de abordar la guerra civil desde la perspectiva del liberalismo triunfante. La de Pirala era una interpretación del conflicto plenamente coherente con el régimen isabelino configurado en torno a la Constitución de 1846. El autor había manifestado la voluntad de situarse alejado de cualquier partidismo, pero no en el contexto de la guerra, que hubiera implicado buscar un punto de equilibrio entre el liberalismo y el carlismo, sino en el momento en el que se disponía a escribirla. Desde esta perspectiva podía considerar la revolución liberal como un elemento determinante y positivo, en el desarrollo de la nación española, sin equipararla en ningún caso a la defensa del absolutismo. Con la misma coherencia, el carlismo que aceptó la transacción en Vergara era tratado de manera condescendiente y comprensiva, puesto que terminaría por reconocer el orden isabelino fundiéndose así en el conjunto de la nación que pretendía construir el liberalismo. No sucedía lo mismo con la facción carlista seguidora de don Carlos que rechazó el acuerdo; ésta será censurada y expuestos todos sus defectos, generando así el efecto de aparecer como la depositaria de todas las perversiones. Su derrota no sólo significaría el fin del la guerra, sino la extinción del error, abriéndose con ello el camino para el entendimiento en el contexto del liberalismo moderado.»

Fusilamiento de la madre del general Cabrera, narrado en el tomo III.


1 comentario:

  1. Muchas gracias por estos maravillosos libros. Hace tiempo que deseaba poder releer esta historia He podido descargar los dos primeros tomos , supongo que mlos restantes podré descargar en fecha próxima . Gracias de nuevo

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