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martes, 8 de diciembre de 2015

Juan de Palafox, De la naturaleza del indio

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Escribe Beatriz Fernández Herrero: «Para algunos autores, el indio americano es un bárbaro, una semi-bestia sin ambiciones, y por tanto, sin perspectivas de futuro de una manera autónoma debido, sobre todo, a la “infancia” en la que está sumido, a la falta de sociedad y de educación, consecuencia de la inferioridad del propio territorio en el que viven. Así por ejemplo, para Buffon, todas las especies animales americanas, incluido el hombre, son inferiores (…)

»Sin embargo, entrelazada con esta idea del salvaje corrompido, aparecen las teorías de los que, haciéndose eco de su época, ensalzan la figura del indio americano como personificación de la vida natural y virtuosa: en efecto, con el Renacimiento en Europa aparece como idea característica la exaltación de la Naturaleza, y ante el descubrimiento de América, nada más apetecible para el europeo que el conocimiento de la vida del hombre en las condiciones naturales en las que vive en el Nuevo Mundo. Y ese canto a la Naturaleza se hace retomando los temas clásicos, como es el de la Arcadia, con la consiguiente idealización de los pueblos primitivos y la nostalgia de la perdida Edad de Oro, que dará origen a la idea del “Buen Salvaje” por parte de muchos autores. El mito del Buen Salvaje, en esencia, alaba la pureza de costumbres de los primitivos, que representan el estado de naturaleza al no estar degradados ni corrompidos por la civilización, con sus desigualdades, sus ambiciones, sus odios (…)

»Los orígenes del mito del Buen Salvaje pueden situarse en la España del siglo XV, y no como habitualmente se viene haciendo a partir de Rousseau y del pensamiento francés revolucionario del siglo XVIII. Porque la opinión optimista sobre los indios surge ya en la etapa inmediatamente posterior al Descubrimiento, cuando, en 1493, en la primera Bula Intercaetera, se los considera aptos para recibir la fe católica. A partir de entonces surgen en España visiones idílicas de los pueblos primitivos, que desembocarán precisamente en la formulación del mito. La primera de ellas quizá pueda ser encontrada en las Décadas de Orbe Novo (1493-1525), de Pedro Mártir de Anglería (…) En la primera Década, libro III, hace la descripción del “filósofo desnudo”, un salvaje de la isla de Cuba que expone a Diego Colón los principios cristianos que él había aprendido directamente de su contacto con la naturaleza.» (Beatriz Fernández Herrero, «El mito del Buen Salvaje y su repercusión en el gobierno de Indias», en Ágora, 8 (1989), pág. 145-150.

Pero esta idealización de las poblaciones indígenas de América no quedó relegada en el ámbito teórico de la reflexión humanista. En paralelo a la destrucción sus culturas y estados, y a la explotación de sus miembros por parte de los conquistadores, se dio un sincero, abundante y práctico interés (aunque paternalista), por parte de los representantes de la Monarquía y de la Iglesia, en protegerlos de aquellos. En este enfrentamiento de intereses contrapuestos, político en buena medida, y con frecuencia muy violento, los partidarios de la defensa del indio asumirán los enfoques idealizadores a los que se hacía referencia. En ocasiones, su rechazo de la corrupta sociedad europeizada de criollos, mestizos y mulatos, llevará al utópico intento de constituir sociedades perfectas separadas, las conocidas como reducciones jesuíticas guaraníes.

La amplísima producción literaria recoge fielmente estos planteamientos. Son muestra de ello la Historia de los indios de la Nueva España de fray Toribio de Motolinía, la Historia natural y moral de las Indias de José de Acosta, y, por supuesto la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas. A ellas añadimos hoy la breve obra De la naturaleza del indio, de Juan de Palafox y Mendoza (1600-59), interesante personaje que también nos dejó su propia biografía. La escribió hacia 1653, cuando formaba parte del Consejo de Aragón tras su regreso de Méjico, donde había desempeñado numerosos de los principales cargos religiosos y políticos: Obispo de la Puebla de los Ángeles, Arzobispo electo de Méjico, Virrey y Capitán General de la Nueva España, etc.

Pintura de Jesús Helguera

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