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viernes, 21 de octubre de 2016

Ibn Battuta, Viaje por Andalucía en el siglo XIV


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Cuando Marco Polo fallece, el joven Abu Abd Allah Muhammad Ibn Battuta (1304-1369), natural de Tánger, está a punto de emprender su peregrinación a La Meca, arranque de un largo periplo de un cuarto siglo de duración, que le llevará hasta India y China. A su regreso, tras visitar la tumba de su madre, y casi como colofón de sus andanzas, decide trasladarse a Al-Andalus con la finalidad de participar en su defensa contra los cristianos. Pero la muerte del rey Alfonso XI de Castilla mientras sitiaba Gibraltar, a causa de la peste negra, convertirá su expedición en un recorrido placentero por el reino de Granada (aunque ocasionalmente se verá amenazado por algunas rápidas incursiones desde el otro lado de la frontera). Será un breve viaje que, naturalmente, ocupará un pequeño espacio en el monumental Rihla o crónica de sus viajes, que compilará a su dictado el escritor granadino Ibn Yuzayy, posiblemente en Fez, a instancias del sultán benimerín Abu Inan Faris. Y así, Ibn Battuta compone una obra extraordinaria, sorprendente y encomiástica: una sucesión de maravillas, espléndidos edificios, prudentes gobernantes y ancianos sabios que, naturalmente se apresuran a recibir y acoger placenteramente al impenitente viajero, en el que parecen reconocer un igual.

No podemos evitar el recuerdo de Abulcásim, el viajero que llegó a China ideado por Jorge Luis Borges en La busca de Averroes: «Otros... instaron a Abulcásim a referir alguna maravilla. Entonces como ahora, el mundo era atroz; los audaces podían recorrerlo, pero también los miserables, los que se allanaban a todo. La memoria de Abulcásim era un espejo de íntimas cobardías. ¿Qué podía referir? Además, le exigían maravillas y la maravilla es acaso incomunicable: la luna de Bengala no es igual a la luna del Yemen, pero se deja describir con las mismas voces. Abulcásim vaciló; luego, habló: ―Quien recorre los climas y las ciudades ―proclamó con unción― ve muchas cosas que son dignas de crédito. Ésta, digamos, que sólo he referido una vez, al rey de los turcos. Ocurrió en Sin Kalán (Cantón), donde el río del Agua de la Vida se derrama en el mar.―Farach preguntó si la ciudad quedaba a muchas leguas de la muralla que Iskandar Zul Qarnain (Alejandro Bicorne de Macedonia) levantó para detener a Gog y a Magog.―Desiertos la separan ―dijo Abulcásim, con involuntaria soberbia―. Cuarenta días tardaría una cáfila (caravana) en divisar sus torres y dicen que otros tantos en alcanzarlas. En Sin Kalán no sé de ningún hombre que la haya visto o que haya visto a quien la vio.»


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