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viernes, 28 de septiembre de 2018

José del Campillo, Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser y no lo que es


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En un libro algo anterior al que hoy comunicamos, España despierta, José del Campillo había escrito: «Voy a escribir de España, contra España (y para España), tres circunstancias que aunque parece no se convienen, haré por manifestar cómo se conciertan. Escribo de España lo que no quisiera escribir, escribo contra España porque la retrato tan cadavérica como hoy está, y escribo para España deseando sea lo que debe ser. De España escribo, no como debiera España merecer que se escribiese, sino como lo pide su lastimosa presente situación. Contra España escribo según merece el descuido de su angustia, pero esto es más para despertarla que para ofenderla; y por esto escribo para España, porque notar el daño y advertir el remedio es más admirable efecto del amor que horrible producto del vituperio.»

Cuando escribe sus obras José del Campillo y Cossío (1693-1743) ha alcanzado la cima de su carrera administrativa durante el reinado de Felipe V. Se inició en labores de gestión de la armada y astilleros, y ocupó progresivamente diversos cargos por toda la monarquía: Cuba, Italia, intendente en Aragón… En 1739 es nombrado secretario de estado de Hacienda, y en 1741 del despacho universal y de Marina, guerra e Indias. Durante dos años, hasta su prematura muerte, dirige el gobierno del imperio. Sus escritos pueden interpretarse como el programa de su acción gubernamental, centrada ante todo en el remedio y mejora de la economía, aunque sus intenciones se vieron obstaculizadas por la intervención en la guerra de sucesión austriaca.

En su Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser y no lo que es (1742), Campillo nos manifiesta su talante reformista e ilustrado: «Si todo español verdaderamente instruido tomase a su cargo el declamar con fervor contra aquel descuido, vicio, omisión o defecto en que con más continuación delinquiesen sus paisanos, inclinándolos al aborrecimiento de la pereza y dirigiéndolos a la estimación de la diligencia, tal vez serían más liberales que los flojos, porque una incesante persuasión hasta en los brutos se imprime, pero si los consejeros duermen, si los ministros sueñan y los magistrados descansan cuando lo demás del reino delira, no puede sobrevenir a tan remiso desmayo más que un torpe paroxismo. Estén entregadas a éste aquellas naciones que no tienen aliento en el corazón, vigor en el brazo, poder en el ingenio y nervio en el Erario, pero quien todo esto tiene y tan acreditado como en España, se considerará su flojedad como monstruosa destemplanza si en las otras se advierte como naturaleza.»

Y poco después: «Yo escribo lo mismo que siento, aunque siento haya verdadera causa para lo que escribo. No guardaré aquellos aparentes respetos que dicta la adulación, porque entonces faltaría a las leyes de la verdad, ni se conocerá en mis proposiciones otra aceptación que la que influye el aprecio que hago de lo verídico. Como esta idea es más para ejemplo que para diversión, sin el molde, mi cuidado lo sabrá poner donde me sobreviva sin dar en las manos de quien por enemigo de la patria la devorase.»

Los ideales de estos primeros reformistas seguirán presentes durante mucho tiempo. Un anciano Francisco de Goya (medio siglo más joven que Campillo) los representa para cerrar, con un patente anhelo de esperanza, sus aciagos Desastres de la guerra. Es el grabado 82: Esto es lo verdadero, en el que afirma el único remedio para una España destrozada, la unión de la Paz con el Trabajo, naturalmente representado como un agricultor. Quizás resulta premonitorio de la posterior historia de la España contemporánea, el que este grabado fuera suprimido en las colecciones que se imprimieron y comercializaron más tarde.


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