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viernes, 17 de abril de 2020

Francisco de Rioja, Aristarco o censura de la Proclamación católica de los catalanes

Supuesto retrato, por Velázquez

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Ante el primer escrito en defensa de la sublevación catalana de 1640, que comunicamos la pasada semana, y para darle oportuna respuesta, parece ser que el conde-duque de Olivares acudió su bibliotecario, erudito y poeta, amigo desde antiguo, y su confidente más íntimo, Francisco de Rioja (1583-1659). Éste analizará, comentará y descalificará la Proclamación católica, poniendo de relieve errores históricos, inconsistencias jurídicas, intenciones torcidas cuando no directamente aviesas y, sobre todo, traiciones manifiestas. Y aunque destaca oportunamente la lealtad al rey de numerosos personajes catalanes (que además se incrementará progresivamente con la dominación francesa) no deja de transmitir una cierta descalificación global de Cataluña, en el pasado y en el presente. La obra fue publicada de forma anónima, como había hecho Gaspar Sala, e incluso sin autorizaciones, fecha ni lugar de impresión, lo que no oculta su carácter de respuesta oficial del valido. J. H. Elliott, en su El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, sintetiza así la cuestión:

«El tema principal del panfleto de Gaspar Sala era que el conde-duque y el protonotario habían causado la ruina de la monarquía mediante sus desastrosas innovaciones y su política mal concebida. Olivares dio instrucciones a su bibliotecario, Francisco de Rioja, para responder al ataque. Su panfleto, el Aristarco, refutaba punto por punto todas las acusaciones que presentaban los catalanes. La política del conde-duque se veía justificada, como lo había sido ya durante los últimos años en los círculos ministeriales, por la doctrina de la necesidad, que podía resultar de lo más flexible siempre que conviniera. Según alegaba Rioja, cuando lo que amenazaba era la ruina, el rey tenía derecho a no respetar los privilegios sin tener que obtener una dispensa formal previa. El alojamiento de las tropas en Cataluña era un caso de clara necesidad, pues la propia defensa era algo que exigía la misma ley natural, y esta ley tenía preferencia sobre cualquier otra, incluso aquellas que se habían promulgado por mutuo acuerdo.

»No es lícito ―decía el Aristarcoque por la conveniencia o comodidad de pocos se pierda toda una monarquía. La actitud de Cataluña suponía una amenaza para el concepto de reciprocidad que era parte fundamental de la visión que tenía el conde-duque de la monarquía. Para los catalanes, dicha visión era de todo punto poco realista. Condenaban sus políticas imaginarias y platónicas, dirigidos no a vasallos de la corona de carne y hueso, sino a vasallos imaginarios, sueño o capricho del todopoderoso ministro. Pero para Olivares no se trataba de cómo debía ser la monarquía, sino de cómo tenía que ser para sobrevivir. Nunca insistiría tanto en la necesidad de que los premios y los sacrificios se repartieran equitativamente entre los distintos reinos de la monarquía como en aquel año terrible de 1640, en la que ésta había empezado a derrumbarse.»

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