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viernes, 8 de mayo de 2020

Gaspar Sala y Berart, Epítome de los principios y progresos de las guerras del Principado de Cataluña en los años 1640 y 1641, y señalada victoria en Montjuic

Otro agustino del siglo XVII

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Volvemos con Gaspar Sala, el autor anónimo de la Proclamación católica que consideramos hace unas semanas, con esta obra que publicó unos meses después, en 1641. El planteamiento de fondo es el mismo: la singularidad y privilegio de Cataluña, y el maltrato al que se le somete. Pero cambian las formas: en la Proclamación, sin renunciar a nada de lo anterior, se dirigen continuas y retóricas referencias la fidelidad al rey: es una obra dirigida a la propaganda de los rebeldes entre los catalanes, pero también entre los sectores del resto de España desafectos al conde-duque de Olivares. Y así fue recibida con cierto interés, y por algunos con admiración. Escriben el 6 de noviembre de 1640 desde Madrid a Rafael Pereyra, en Sevilla: «El manifiesto impreso que los catalanes han hecho contiene 266 fojas de a cuarto, dividido en capítulos con citas y notas a la margen de santos concilios y derechos, con autores graves antiguos. Hame dicho un hombre muy docto y ejemplar que lo vio antes que la Inquisición lo mandase recoger, que no parece obra de catalanes, sino de ángeles del cielo; es papel de grande erudición y muy conforme a la necesidad del tiempo.»

Pero cuando unos meses después Gaspar Sala publica el Epítome, esta vez con su nombre, la situación es diversa: la suerte se ha echado y el rompimiento se ha hecho definitivo. Y por tanto «nombraron por conde de Barcelona a la majestad Cristianísima de Ludovico décimo tercio el justo, con los mismos privilegios y libertades que tenían de antes el Principado, comunidades y particulares, y cualesquier otros que fuesen necesarios a la conservación común del Principado, atento que quedaba libre del juramento de fidelidad por haber faltado el rey Católico don Felipe cuarto a la fe y juramento de conservarle sus privilegios y constituciones antiguas, concedidas por vía de contratos onerosos, y dicho condado entregado a todos sus príncipes con condiciones.» Con la consecuencia de que «hermanáronse catalanes y franceses, como naciones que se iban uniendo a una cabeza.»

Aunque al igual que la Proclamación (y otras obras posteriores) la edita en castellano, ahora sus objetivos parecen ser otros: la propaganda se dirige hacia el público propio, los que apoyan la rebelión (y especialmente los que la dirigen). De ahí que los éxitos propios se magnifiquen, y los del contrario se minoricen. De ahí la abundancia y morosidad con que se citan y encomian a todos aquellos que intervienen en las distintas acciones. Pero la tarea es dura. La rebelión no cuaja en buena parte del territorio catalán: es preciso acusar a las autoridades de Tortosa de corruptos y traidores; de doblez y traición a las de Tarragona (además de falta de compromiso por parte del destacamento francés allí radicado); de injusta la derrota de Martorell, que abre el camino a Barcelona al ejército del marqués de los Vélez. Pero entonces estalla la sorpresa: no sólo resiste la ciudad de Barcelona, y sobre todo su emblemática fortaleza de Montjuic, sino que el castigo es severo para las tropas del monarca español, que debe retirarse. Gaspar Sala utiliza este éxito como contrapunto final, lleno de esperanza, para su obra. No sabemos si era consciente de lo que se desprende de su propia obra: se está iniciando una auténtica guerra civil catalana, con todo lo que éstas llevan consigo, división, luchas sociales, multiplicación de los exiliados, sometimiento a Francia… y separación definitiva del Rosellón y la Cerdaña.


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