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lunes, 21 de junio de 2021

Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña (1885)

 
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Concluían así los próceres catalanes redactores del documento que comunicamos esta semana: «Fundamos (nuestras) esperanzas en el renacimiento que se inició hace ya algunos años, y se ha desarrollado constantemente. Hace cosa de medio siglo, que si bien algunos hombres previsores habían emprendido la tarea de reivindicar nuestra historia, nadie pensaba que pudiesen nacer aspiraciones a un orden de cosas que fuese consecuencia de nuestras antiguas glorias. Y sin embargo, un renacimiento que empezó tímidamente en el terreno literario, halla hoy ya estrechos los límites de las artes y de las ciencias especulativas, aspira a fines de trascendencia práctica, y entra en el terreno político-social.»

Escribe Santos Juliá en su artículo Despertar a la nación dormida: intelectuales catalanes como artífices de la identidad nacional (“Historia y Política”, 8, 2002): Hasta 1886, «el sentimiento de patria catalana se había expresado políticamente en términos de regionalismo o federalismo, lo que no hacía incompatible su coexistencia, no exenta de problemas ni de un extendido sentimiento anticastellanista, con la identificación con la otra patria, la española. El lenguaje del doble patriotismo, característico de los tiempos románticos y del posterior auge del movimiento regionalista, encontró su momento culminante en el Memorial de Agravios presentado al rey Alfonso XII por el Centre Catalá en marzo de 1885. Unos meses antes, en enero, bajo la presidencia de Valentí Almirall, el Centre había convocado en la Lonja de Barcelona a todas las entidades cívicas para protestar contra el modus vivendi con Inglaterra y contra el proyecto de uniformizar el derecho civil. La comisión de doce miembros elegida para redactar la memoria y la que luego se encargó de presentarla ante el rey mostraban bien la capacidad del Centre Catalá para convocar a personalidades de la más variada procedencia social y de distintos horizontes ideológicos y políticos, desde el mismo Almirall, un republicano federal catalanista, hasta Mariá Maspons, notario, monárquico y diputado por el Partido Conservador. Entre ellos, destacados juristas contrarios a la implantación de un código civil uniforme, como Joan Permanyer i Ayats y Josep Pella i Forgas, poetas católicos como Jacint Verdaguer y Jaume Collell; o representantes de intereses industriales o agrarios, como Joan Antoni Sorribes, Benet Malvehí y Josep Pujol o del obrerismo moderado, como Manuel Vila.

»Ante el rey, Mariá Maspons i Labros afirmó la voluntad catalana de no debilitar, ni mucho menos atacar, la gloriosa unidad de la patria española. Al contrario, su propósito consistía en fortificarla y consolidarla, pero entendía que para lograrlo no era “buen camino ahogar y destruir la vida regional para sustituirla por la del centro”. Su deseo era que en España se implantara un sistema regional adecuado a sus condiciones, al estilo de los que seguían los gloriosísimos imperios de Austria-Hungría y Alemania, o el Reino Unido y que ya había seguido España “en los días de nuestra grandeza”. A partir de ahí, Maspons pasó a exponer todos los agravios históricos de que había sido víctima Cataluña: su sistema administrativo liquidado, su lengua reducida a los hogares o las conversaciones familiares, su derecho civil adulterado y, en fin, la industria promovida en 40 años de trabajos y privaciones sin cuento atacada por el tratado con Francia y por el modus vivendi con Inglaterra. Administración, lengua y derecho civil propios y defensa de los intereses de la industria y el comercio catalanes, tal era el resumen de las peticiones que interesaban por igual a burócratas, juristas, clérigos, literatos, políticos, industriales, comerciantes. La cuestión consistía en encontrar no sólo una institución, un organismo, que cobijara a gentes de tan diversa procedencia sino un lenguaje común en el que todos ellos pudieran encontrarse. Y tal sería la tarea de los jóvenes que en 1886 irrumpieron en la escena pública fundando el Centre Escolar; ellos sirvieron de argamasa de una coalición entre burgueses y profesionales y ellos codificaron un nuevo lenguaje en el que todos los catalanistas, fuera cual fuese su procedencia social y su proyecto político, pudieran encontrarse, el lenguaje del nacionalismo.»

Pues bien, se debe destacar cómo en este Memorial de greuges, a pesar del patente reconocimiento de Cataluña como parte de España, se encuentra presente la base ideológica del ya próximo nacionalismo catalán, que proseguirá sin grandes cambios hasta nuestros días: «El pueblo de la parte española de la península no es, pues, un pueblo homogéneo, sino que está formado por varias razas, grupos o variedades, que presentan caracteres y tendencias no ya distintos sino diversos (…) Los dos grupos más importantes del pueblo de la parte española de la península, desde que se reunieron para formar un Estado, lejos de completarse mutuamente por medio de la armonización de sus caracteres y tendencias, llegaron a un resultado completamente distinto.» Naturalmente, estos dos grupos son el catalán y el castellano, en el que se subsumen todos los demás… Pero también podemos observar cierta falta de respeto a las formas legales, al dirigir el memorial al rey, a pesar, se reconoce, de que «ningún mandato suyo puede llevarse a efecto si no está refrendado por un Ministro», pero siempre podrá separarlo libremente de su cargo, y nombrar otro… Se constata, pues, cierta afición a los argumentos un tanto frívolos y capciosos. Y la venda antes de la herida: «No faltará tal vez quien nos acuse de pretender resucitar usos del absolutismo, por el mero hecho de dirigirnos al poder Real.»

Agregamos como Apéndice el texto del discurso (citado por Santos Juliá) que pronunció Mariano Maspóns ante el rey el 10 de marzo de 1885, y los de Eusebio Güell, Valentín Almirall y, de nuevo, Mariano Maspóns, en el curso del banquete que se les ofreció el 29 de marzo siguiente.


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