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lunes, 10 de enero de 2022

José Ferrer de Couto, Los negros en sus diversos estados y condiciones; tales como son, como se supone que son y como deben ser

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Apesadumbra la lectura de este libro; pero al mismo tiempo resulta instructiva. Al embocar el último tercio del siglo XIX, la institución de la esclavitud, recuperada, transformada e impulsada en Occidente desde el descubrimiento de América, se encuentra sometida a descalificaciones y combates que la abocan a una rápida desaparición: prohibida la trata, reconocida en diferentes países la libertad de vientres, y aprobada la emancipación en numerosos lugares. A los abundantes rechazos de los cuatro siglos anteriores, algunos de los cuales hemos presentado ya en Clásicos de Historia, se les unen con fuerza decisiva los profundos cambios ideológicos, económicos, políticos y sociales hijos de la Ilustración. Pero, naturalmente, la esclavitud todavía afecta a múltiples intereses y se resiste a desaparecer; así, comunicamos hoy la defensa sin concesiones que de ella realiza por entonces José Ferrer de Couto (1820-1877).

Este personaje, de agitada vida y de múltiples ocupaciones, fue militar con intermitencias (desde los quince años cuando participó en la primera guerra carlista, en las filas isabelinas), historiador (publicó entre otras obras una Historia de la Marina Real Española y otra Historia del combate naval de Trafalgar), publicista (que con sus artículos y libros promovió diferentes intereses políticos), y ante todo periodista (la última década de su vida dirige La Crónica, luego El Cronista, de Nueva York, donde reside). Fue un escritor abundante y de éxito. En La verdad (1876), alardea de ello: «Era frase favorita del señor Cánovas del Castillo, en el famoso Café del Príncipe de Madrid, llamado vulgarmente El Parnasillo, la de que cuando la literatura española ganase una peseta, a Ferrer de Couto le tocarían tres reales de vellón: quince centavos, o sea las tres cuartas partes del total de las ganancias.» Y, polemista siempre, parece que fue de un genio un tanto atrabiliario: no son escasos los procesos legales en los que estuvo incurso, ya sea como denunciante o como denunciado. Y tampoco faltaron los inevitables duelos de honor (otra institución social), de los que daba cumplida cuenta la prensa de la época.

Pues bien, la obra que presentamos consiste ante todo en una extensa argumentación en defensa de la esclavitud, naturalmente construida a partir de un racismo práctico evidente y desinhibido, que se da por supuesto y por evidente, y que no se siente obligado a demostrar. Los negros ―categoría que tampoco considera necesario precisar, pueden ser de África, América y Asia― son considerados objetivamente inferiores: «la ínfima porción de inteligencia que Dios ha puesto en la naturaleza de los negros, para que siendo de la especie humana no se confundiesen con los brutos...» Con este lamentable punto de partida, quizás el mayor interés de la lectura actual de la obra está en la reflexión sobre el modo y los recursos que emplea, en general bastante capciosos, para defender lo que ya por entonces era indefendible para una gran parte de la opinión pública. Puede sorprender su modernidad y su uso abundante hoy en otras causas deshumanizadoras actuales (por ejemplo, el aborto y la eutanasia).

Argumento terminológico: Cambiar el nombre para que permanezca la cosa. Ferrer de Couto le da gran importancia, y lo reitera una y otra vez: sustituye esclavitud por trabajo organizado, esclavo por rescatado, trata por rescate, traficantes por contratadores, herencia o venta (de esclavos) por cesión o transmisión, cimarrones por prófugos… Es un auténtico y mero lavado de cara de la nomenclatura, pero llega a proponer que se prohíba terminantemente el uso de las denominaciones tradicionales.

Argumento humanitario: Sostiene que la esclavitud supone un beneficio inconmensurable para los sometidos a ella, que así escapan de un atroz destino de salvajismo y muerte (y obtienen un destino atroz de padecimientos, sometimiento y muerte, añadimos). Por ello deben agradecimiento a sus captores y dueños, y aceptación sincera de su subordinación. Afirma además las excelentes condiciones en viven los esclavos de las posesiones españolas, no sólo en comparación con las de otros países, sino respecto a la de los emancipados en Haití, Jamaica, etc., e incluso con la de muchos jornaleros en Europa.

Argumento de la protección de derechos: Afirma que atacar la esclavitud y su tráfico, es atacar los derechos de propiedad de sus dueños, que legalmente se deben respetar, y que son considerados prioritarios. Además, se debe reconocer y proteger otro curioso derecho: «los negros de África, Asia y Oceanía son libres para vender sus esclavos por vía de rescate a los contratadores que quieran adquirirlos.» En sintonía con la época, Ferrer recalca los derechos de vendedores, traficantes, explotadores, gobiernos y población en general; sólo ignora los de los esclavos a los que no parece reconocer ninguno, puesto que las recomendaciones de un trato humanitario no constituyen otra cosa que una concesión a lo que se considera valores propios de su tiempo.

Argumento alarmista: Considera patente «cómo la libertad de los negros ha arruinado grandes comarcas productoras, empeorando en ellas la condición social de dichos individuos; y el trabajo organizado, que impropiamente se llama esclavitud, mantiene en gran prosperidad, donde está vigente, la riqueza material, y en verdadero estado de regular cultura a los negros que lo constituyen.» Respecto a la guerra de secesión norteamericana: «La sangre de la humanidad corre hoy a torrentes en uno de los países más florecientes del mundo, por una causa ambigua, indeterminada, de carácter dudoso y de resultados absolutamente negativos (…) Porque si triunfa la emancipación absoluta de los negros, peor será su libertad después, que su servidumbre ahora, como lo ha sido en todas partes; y si la esclavitud se perpetúa por la fuerza de las armas, es probable que entonces tome esta institución su primitiva forma, para hacerla más represiva.»

Argumento descalificador: «La justicia de los abolicionistas no es tan clara como parece», ya que promueven la emigración de trabajadores chinos en condiciones peores que las de los esclavos. Los abolicionistas son «hombres obcecados e inflexibles en sus principios, de espíritu turbulento, y capaces de cometer cualquier atentado.» Y cita el caso de la supuesta conspiración tramada por el cónsul británico en Cuba, Turnbull, «para sublevar nuestros esclavos, exterminar toda la población blanca, y alzarse después con la isla.» En resumen, estamos ante «el fanatismo inquebrantable de los abolicionistas ingleses, que nada aprende con las lecciones de la historia práctica, o que de ellas se quiere aprovechar para destruir todo lo que hace sombra a sus exclusivos intereses.» Y sugiere la posibilidad de que la protección inglesa del abolicionismo se debe a un deseo de arruinar América para promocionar sus colonias en las Indias Orientales...

Cudjo Lewis, el último superviviente  de la esclavitud en Estados Unidos.

1 comentario:

  1. Este blog es de las mejores joyas que he encontrado en lengua castellana en la red. Enhorabuena, y muchas gracias por todos estos aportes, así como por el comentario que siempre los acompaña y que resulta muy instructivo.

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