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lunes, 8 de mayo de 2023

Évariste Huc, Recuerdos de un viaje a la Tartaria, el Tíbet y la China en los años 1844, 1845 y 1846

Retrato anónimo

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Ilustraciones de la edición inglesa |   PDF   | 

Évariste Huc (1813-1860) fue un misionero francés que residió en China desde 1838 hasta 1852. Naturalmente con vestimentas chinas de mercader, residió entre distintos grupos cristianos herederos de los que fueron creando a partir del siglo XVI gentes como Mateo Ricci y Diego Pantoja. El abbé Huc atendió en lo religioso a estas comunidades, más o menos dispersas y perseguidas, tanto en el sur del Imperio, en la región de Cantón próxima al portugués Macao, como en el norte, donde entró en contacto con las poblaciones tártaras (es decir, de Mongolia y de Manchuria), cuyos idiomas aprendió.

Fue un escritor abundante: además de los numerosos textos religiosos que tradujo al chino, al mongol, al manchú y al tibetano, dejó numerosas cartas e informe que, con carácter oficial, remitió periódicamente a sus superiores; sólo fueron reunidas y editadas en 2005. Pero en 1850 se publicó en París la obra que le dará fama, los Souvenirs d’un voyage dans la Tartarie, le Thibet et la Chine pendant les années 1844, 1845 et 1846, que se continuó y concluyó en 1854 con L’empire Chinois. Fueron traducidas prontamente a otros idiomas: inglés, alemán, holandés, español, italiano, sueco, ruso y checo. A pesar de su éxito, recibió algunas críticas al considerarlas superficiales, esto es, mera literatura amena. Huc se defenderá señalando que en estas obras «sólo queríamos describir los curiosos países que hemos visitado, y dar a conocer las pueblos entre los cuales hemos vivido, reservándonos para más adelante las investigaciones precisas para trazar un bosquejo de la propagación del cristianismo en China, Tartaria y el Tíbet, desde el apóstol santo Tomás a nuestros días.» Cumplió este proyecto con la publicación del mucho más académico Le christianisme en Chine, en Tartarie et au Thibet, en cuatro volúmenes (1857-58).

Pero las obras que nos interesan y que comunicamos esta semana son los Recuerdos y el Imperio Chino. Entre las dos se recoge la aventurera expedición que durante unos tres años realizó por el Asia central de influencia china y de predominio budista, todavía escasamente conocida por los occidentales. Acompañado por su compañero misionero Joseph Gabet y del joven chino cristiano Samdachiemba, trocando las vestiduras chinas por las propias de los lamas budistas, y a lomos de caballos, mulos y camellos, atravesaron de levante a poniente los territorios situados al norte de China, para luego adentrarse en la meseta del Tíbet, hasta alcanzar su capital, Lhasa.

Pero tras algunos meses de estancia en esta ciudad, en la que establecieron buenas relaciones con los lamas y con el regente, e incluso lograron abrir una capilla, la expedición se torció. El influyente embajador o comisionado chino Ki-Chan forzó la expulsión de los dos misioneros, la prohibición de viajar a la India inglesa a través del Himalaya, y su conducción de vuelta a Cantón. Son atendidos solícitamente por funcionarios y soldados chinos y tibetanos que les dan escolta, y acogidos respetuosamente por las autoridades de las ciudades que atraviesan (y en caso contrario deben atenerse a las reclamaciones de los dos europeos). El trayecto se realizará por el sur de China, y concluirá con su llegada a Macao.

Los Recuerdos y su continuación son ante todo un amenísimo libro de viajes, repleto de las informaciones, personajes y anécdotas destinadas a despertar la curiosidad y el interés de sus decimonónicos lectores. No es un libro de geografía ni de antropología, como el mismo autor se apresuró a señalar en el párrafo que hemos citado anteriormente. Y aunque posea un patente objetivo propagandístico de las misiones, es sobre todo un extenso reportaje, lo que no lo desmerece en absoluto (recordemos a Kapuscinski o a Magris). Además, está bien escrito y bien trazado: los episodios dramáticos, humorísticos y descriptivos (o meramente informativos) se alternan con acierto; y la caracterización de los personajes resulta muy eficaz, aunque con frecuencia un tanto caricaturesca. Algunos de ellos, como el camellero cristiano Samdachiemba, el lama Sandara el Barbudo, el mandarín militar Ly Pacificador de los reinos, o el mandarín civil Lieu Sauce llorón, actúan como auténticos contrapuntos humorísticos del viaje. Podemos imaginar a un joven Julio Verne de veintidós años disfrutando con su lectura y acopiando recursos que luego empleará en sus Viajes extraordinarios.

Una última observación. El periodista y editor Nemesio Fernández Cuesta (1818-1893) fue el responsable de la publicación en español de las obras que nos ocupan. Las incluyó en el tomo segundo de su monumental Nuevo Viajero Universal. Enciclopedia de viajes modernos. Recopilación de las obras más notables sobre descubrimientos, exploraciones y aventuras, publicadas por los más célebres viajeros del siglo XIX (1860). Ahora bien, mientras que los Recuerdos son reproducidos fielmente, con sólo algunas escasas omisiones, el Imperio Chino es recortado y abreviado inmisericordiosamente, dejándolo reducido a una cuarta parte. Es este resumen el que hemos reproducido. Por otra parte, incluimos una recopilación del centenar de grabados que ilustraron la edición inglesa de los Recuerdos (1852).

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