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lunes, 17 de julio de 2023

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Retrato imaginario, hacia 1870

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Julián Marías en su Cervantes clave española: «No hace mucho tiempo hice un experimento curioso: releer el Quijote íntegro, sus dos partes, sin notas ni pausas, en poco más de una semana, como se lee usualmente una novela ―que es precisamente lo que es el Quijote―. Así lo leían sus contemporáneos; primero, claro es, el Quijote originario, el de 1605; luego, desde 1615, la segunda parte y después probablemente las dos juntas. Creo que esta lectura rápida y continua es insustituible y completa la más usual, fragmentaria, demorada, con reflexiones y comentarios. Se descubre así la estructura del Quijote, el peso de sus diferentes porciones y elementos, su verdadero ritmo interno, su significación como una empresa unitaria, articulada en dos etapas.»

«Me interesa un Cervantes para lectores. Los libros son para leerlos. La tendencia dominante hoy entre los estudiosos es analizar los libros, hacer papeletas de ellos (mejor, perforadas y destinadas a un computador) y, si es posible, no leerlos.» «La fragmentación erudita y estudiosa del Quijote lo atomiza, porque lo reduce a sus elementos, y no podemos irnos a vivir a ellos, como no podemos beber el oxígeno y el hidrógeno que componen el agua, ni ver con las vibraciones electromagnéticas a que puede reducirse la luz»

«Conviene, pues leer este libro como una novela, seguir su corriente, habitar vicariamente en ese mundo que era el de Cervantes. Pero se preguntará cómo puede hacerse esto. ¿No son las circunstancias enteramente distintas? ¿Cómo puedo irme a vivir al mundo de un hombre que murió en 1616 y a quien no he tenido la suerte de conocer, con quien nunca he podido hablar? La posibilidad estriba en que Cervantes hizo ese mundo inteligible, lo hizo comunicable mediante esa extraña transparencia que introduce eso que llamamos literatura. Aunque no siempre se vea con claridad, la literatura consiste en dar transparencia a la vida y al mundo y hacer así posible la transmigración imaginaria a mundos ajenos.

»Por eso es una fabulosa dilatación de la circunstancia. Gracias a ella puede salir el hombre de su circunstancia real, del mundo en que efectivamente vive, con todas sus limitaciones , y puede alcanzar en principio otras formas de vida, otras épocas, vivencias que nunca ha tenido y que son inteligibles gracias a la recreación literaria. El que nunca se ha enamorado entiende lo que es amor, el que nunca ha tenido celos entiende el Otelo, el que no ha estado desesperado entiende la desesperación, el que no ha dudado entiende la duda de Hamlet. El Quijote es acaso el mayor ejemplo de esa posibilidad de dar transparencia, coherencia y comunicabilidad al mundo.»

Pero volvamos a ras de tierra. Es el mismo Miguel de Cervantes (1547-1616) el que nos ¿anima? a la lectura del Quijote: «Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.

»Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te exenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.»

He utilizado el Quijote publicado por Ediciones de La Lectura, Madrid 1911-1913. Por mi parte, he actualizado ligeramente el lenguaje, cuya conveniencia sostenía Julián Marías en la obra que he citado más arriba. He eliminado ciertas fórmulas usuales en tiempo de Cervantes (sostenello por sostenerlo, etc.), pero he respetado los abundantes arcaísmos en la forma de hablar de Don Quijote y otros personajes, cuando imitan a las novelas de caballería.

Daumier, Don Quijote y Sancho

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