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lunes, 28 de agosto de 2023

Joaquín del Castillo y Mayone, Las bullangas de Barcelona o sacudimientos de un pueblo oprimido por el despotismo ilustrado

Gallés, Retrato de desconocido, 1842

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Joaquín del Castillo y Mayone fue un maestro de primeras letras barcelonés que vivió en la primera mitad del siglo XIX. Extremado liberal y acérrimo anticlerical, fue un prolífico autor de muy diversas obras que se pueden agrupar en tres campos diferenciados: la ficción, con novelas sentimentales un tanto al viejo gusto dieciochesco, como La prostitución o Consecuencias de un mal ejemplo (1833), Viage somniaéreo a la Luna o Zulema y Lambert (1832); la didáctica, como Arte metódico de enseñar a leer el español en 41 lecciones (1847), Ortografía de la lengua castellana para uso de toda clase de personas, con reglas particulares para los catalanes, valencianos y mallorquines, deducidas de su propio idioma, y observaciones sobre los escollos en que peligran y pueden evitar (1831); y la política, como Los exterminadores o planes combinados por los enemigos de la libertad (1835), Frailismonia o Grande Historia de los Frailes (1836, en tres tomos), la obra que presentamos y muchas más. Ana Rueda analizó una de las novelas sentimentales de Castillo en un interesante artículo.

En Las bullangas de Barcelona (1837) el autor nos narra los siete graves motines que habían tenido lugar en la capital catalana a partir del verano de 1835: la matanza de frailes y quema de conventos, el asesinato del general Bassa, el incendio de la fábrica de Bonaplata (que naturalmente condena con firmeza), el linchamiento de los presos carlistas de la Ciudadela y otras cárceles, la sublevación de las milicias nacionales… Asistimos al conflictivo pero definitivo tránsito del viejo al nuevo régimen, con la lucha sin cuartel entre moderados y progresistas, enfrentamiento que se prolongará durante toda una generación, y que sólo se solventará con la Restauración. Del Castillo es, naturalmente, liberal exaltado, moteja de aristocráticos a los moderados, considera a los suyos como los auténticos representantes del pueblo, justifica siempre intenciones y acciones de los propios, y condena siempre las de los ajenos.

Poco después, y desde una postura contrapuesta, Jaime Balmes afirmaría en 1844: «Durante la revolución que nos aflige desde 1833 ha representado Barcelona un papel muy diverso del de las otras ciudades, ya sea entrando de lleno en las ideas revolucionarias, ya sea contrariándolas con más energía que en otros puntos: esto no carece de causas que conviene examinar.» Posteriormente en el artículo de ese mismo año titulado Rápida ojeada sobre las revueltas de Barcelona desde 1833 y examen de sus causas señaló lo siguiente: «La reforma, o sea la revolución, era en aquella época popular en Barcelona; no era sólo la hez del pueblo la que tomaba parte en el bullicio, eran también las clases acomodadas, eran las personas más ricas, así de la clase de propietarios como pertenecientes a la industria y al comercio. Los literatos y todas las profesiones científicas participaban generalmente del movimiento; por manera que, si bien en la ciudad había no pocos que miraban con desconfianza el giro que iban tomando las cosas y auguraban desgracias para el porvenir, no obstante se veían precisados a ocultar sus temores en el fondo de su pecho, y no se atrevían a manifestar su opinión sino en las expansiones de la amistad y de la confianza.

»Cuando sobrevinieron los desastres de 1835, el incendio de los conventos, el asesinato del general Bassa, el furor contra el general Llauder, poco antes objeto de tan solemne ovación, y el desbordamiento universal de las ideas y pasiones revolucionarias, todavía era mucha la popularidad que disfrutaban en Barcelona las medidas extremadas; y no son pocos los que actualmente se avergüenzan de haberse complacido en el fondo de su corazón en los horribles crímenes de aquellos días de infausta memoria, ya que de una manera más o menos directa no contribuyeran a consumarlos. Sin embargo, preciso es confesar que el horror de aquellos días aterró a los tímidos, desengañó a los sencillos e incautos e inspiró serias reflexiones a cuantos, no teniendo bastante valor para retroceder en el camino del mal, conservaban, empero, la honradez necesaria para no poder constituirse en defensores de atentados que escandalizaban a la culta Europa y lastimaban todos los sentimientos de humanidad.»



Para dar una idea mas exacta del lastimoso término a donde nos han conducido las escisiones políticas entre partidarios de un mismo trono, hemos resuelto adornar esta obrita con una lámina que representa la escena mas horrorosa de nuestros anales modernos con su correspondiente explicación:

1. Atarazanas.
2. Cuartel de Atarazanas.
3. Parroquia de Santa Mónica.
4. Café de la Noria, primer batallón nacional y muchos individuos de otros, con la bandera.
5. Casa Teatro.
6. Lanceros nacionales.
7. Plana Mayor
8. Cañones.
9. Mozos de Escuadra.
10. Batallón 10 de nacionales.
11. Fuente del Viejo.
12. Pueblo que huye.
13. Caballero Gobernador.
(De la obra original)

lunes, 21 de agosto de 2023

John Tanner, Narración de su cautiverio y aventuras con los indios de Norteamérica durante treinta años

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En una nota de su capital Sobre la democracia en América (1835-1840), Alexis de Tocqueville se refiere así al protagonista de la obra que presentamos esta semana: «Hay en la vida aventurera de los pueblos cazadores, no sé qué atractivo irresistible que se apodera del corazón del hombre y lo arrastra a despecho de su razón y de la experiencia. Puede uno convencerse de esta verdad leyendo las Memorias de Tanner.

»Tanner es un europeo que fue arrebatado a la edad de seis [nueve] años por los indios, y que permaneció treinta en los bosques con ellos. Es imposible que haya nada más espantoso que las miserias que describe. Nos muestra tribus sin jefes, familias sin naciones, hombres aislados, restos mutilados de tribus poderosas, errando al azar en medio de los hielos y entre las soledades desoladas del Canadá. El hambre y el frío los persiguen; cada día la vida parece pronta a escapárseles. Entre ellos las costumbres han perdido su imperio y las tradiciones carecen de fuerza. Los hombres se vuelven cada vez más bárbaros. Tanner comparte todos esos males; conoce su origen europeo; no se ve retenido a la fuerza lejos de los blancos; viene al contrario cada año a traficar con ellos, recorre sus moradas, ve su bienestar económico; sabe que el día que él quiera volver al seno de la vida civilizada, podrá fácilmente disfrutarla, y permanece treinta años en los desiertos. Cuando regresa al fin en medio de una sociedad civilizada, confiesa que la existencia cuyas miserias ha descrito, tienen para él encantos secretos que no sabría definir. Regresa a ella después de haberla dejado y no se separa de tantos males sino con mil nostalgias; y, cuando al fin ha fijado su habitación en medio de los blancos, varios de sus hijos rehúsan ir a compartir con él su tranquilidad y bienestar.

»Yo mismo encontré a Tanner a la entrada del lago Superior. Me pareció semejarse mucho más todavía a un salvaje que a un hombre civilizado.

»No se encuentra en la obra de Tanner ni orden ni buen gusto; pero el autor hace en ella, sin darse cuenta, una pintura vivida de los prejuicios, de las pasiones, de los vicios y sobre todo de las miserias de aquellos entre los cuales ha vivido.»

La narración de la vida de John Tanner (1780-1846) fue recogida y publicada por el naturalista Edwin James (1797-1861), que la publicó en 1830 con el título A narrative of the captivity and aventures of John Tanner (U.S. interpreter at the Saul de Ste. Marie) during thirty years residence among the indians in the interior of North America. Prepared by Edwin James, M. D. Editor of an Account of Major Long’s Expedition from Pittsburgh to the Rocky Mountains.

Presentamos la versión abreviada (especialmente de los extensos anexos agregados por James) que publicó Nemesio Fernández Cuesta (1818-1893) en el tomo tercero de su monumental Nuevo Viajero Universal. Enciclopedia de viajes modernos. Recopilación de las obras más notables sobre descubrimientos, exploraciones y aventuras, publicadas por los más célebres viajeros del siglo XIX (Madrid 1861). Hemos repulido ligeramente esta traducción.

Eastman Johnson, Campamento ojibwa, 1857

lunes, 14 de agosto de 2023

Alphonse Daudet, Tartarín de Tarascón

André Gill, en L'Eclipse (1876)

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Hace unas semanas revisitamos a Don Quijote, y vamos a aprovechar el asueto veraniego para acercarnos a una de las más exitosas secuelas, réplicas, homenajes e imitaciones de la genial obra de Cervantes. Alphonse Daudet (1840-1897) hizo una primera aproximación en este sentido con su Chapatin le tueur de lions, que publicó en Le Figaro en 1863, que completó en 1870, en el mismo diario, aunque con el nombre de su protagonista distinto: ahora es Barbarín de Tarascón; la publicación en un volumen ya con su título definitivo habrá de esperar hasta 1872. El momento histórico en que se forja pudo ser determinante: el declive del segundo imperio francés, la catástrofe de la derrota ante los prusianos y el conflictivo arranque de la tercera república francesa.

Resulta tentador constatar los mimbres de la época en una novela que tiene mucho de mero divertimento, apropiado para olvidar el complicado presente: los característicos burgueses aburguesados que marcan el tono en la sociedad tarasconiana, el arraigado localismo que no hace sombra al nacionalismo francés, la percepción de la Argelia colonial como una prolongación de la propia Francia, en la que el color oriental que busca el protagonista parece destinado a asimilarse a algo semejante al localismo provenzal de Tarascón; los ambiciosos proyectos que basta con enunciarlos y autoconvencerse de que ya se han cumplido…

Jesús Cantera Ortiz de Urbina publicó en 1993 un interesante artículo en el que estudia los paralelos y las diferencias entre Don Quijote y Tartarín. Estas son sus conclusiones:

«Al crear Daudet la figura de Tartarín pretende hacer de este personaje una simbiosis de Don Quijote y Sancho Panza. Su intención es unir en un solo personaje el idealismo caballeresco de Don Quijote y el apego a la vida tranquila que caracteriza a Sancho Panza. En los primeros años del siglo XVII el genio de Cervantes había acertado con la creación de sus dos personajes, símbolo cada uno de una manera muy distinta, si no opuesta, de concebir la vida, dos personajes que, a pesar de su antagonismo, aciertan a convivir en sana y buena armonía. Dos siglos y medio más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX el escritor provenzal afincado en París Alfonso Daudet, entusiasmado con el legado de nuestro escritor hispano y pensando en su Provenza (y de manera especial en la ciudad de Tarascón) pretende recrear las figuras de Don Quijote y Sancho, pero fundiéndolas en un solo personaje que además, en lugar de ser manchego, ha de ser provenzal. Así nace Tartarín, simbiosis pretendida de Don Quijote y Sancho.

»En este simpático y curioso personaje pretende aunar Daudet dos concepciones de la vida muy distintas, por no decir antagónicas. En lugar de dos personajes en cierto modo antagónicos, el uno idealista en grado sumo y el otro realista y práctico hasta la médula, un solo y único personaje en el que repetidas veces se entablará una lucha interior entre unas inclinaciones a hacer concesiones a la fantasía y a la vanagloria y unas ganas muy grandes de llevar una vida cómoda y tranquila sin mayores preocupaciones ni problemas.

»Pretende Daudet que en Tartarín coexistan a un tiempo Don Quijote y Sancho Panza. Pero lo cierto es que en Tartarín, que apenas coincide con Sancho, hay muy poco, por no decir nada de Don Quijote. Entre el espíritu idealista y caballeresco de Don Quijote y la fantasía fanfarrona de Tartarín hay un abismo. Tartarín no actúa por idealismo y menos aún por altruismo, sino por vanagloria y empujado por sus conciudadanos. Su fantasía, que dista mucho del idealismo, parece debida en buena medida a una especie de espejismo producido por el sol ardiente de Provenza, espejismo no exclusivo de Tartarín, sino de todo un pueblo. Tartarín no es Don Quijote, ni tampoco es Sancho Panza. Ni siquiera, a nuestro entender, es una simbiosis de esos dos personajes cervantinos. Tartarín es simplemente Tartarín. Una creación muy lograda de Daudet. Pretendiendo unir en una sola persona las dos creaciones de Cervantes, consiguió un éxito que seguramente no pretendía: crear su propio personaje: Tartarín.»

Años después, Daudet volverá a ocuparse de su personaje con Tartarín en los Alpes (1885) y Port-Tarascón (1890). También nos acercan gratamente a las preocupaciones de la época. En la primera Tartarín deberá enfrentarse a una peligrosa organización nihilista, y en la segunda pretenderá establecer una modélica colonia en los mares del Sur.

lunes, 7 de agosto de 2023

Gustave de Beaumont, Estados Unidos en 1831: esclavitud, racismo, religión, tribus indias y otros aspectos

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Poco después de la Revolución de Julio, dos jóvenes amigos parten de Francia hacia los Estados Unidos. Ambos son noveles magistrados, y llevan el encargo oficial de estudiar el sistema penitenciario norteamericano, que se considera adelantado en cuanto a la rehabilitación del delincuente. A su regreso publicarán en dos tomos su Du système pénitentiaire aux États-Unis et son application en France, París 1833. Sin embargo Alexis de Tocqueville (1805-1859) y Gustave de Beaumont (1802-1866), los dos viajeros, han tenido unos propósitos mucho más amplios: estudiar una sociedad democrática que no ha requerido de la Convención y la guillotina que caracterizaron la propia de la revolución francesa.

François Furet, en su artículo Toqueville: el descubrimiento de América (1986), lo explica así: «En el origen del viaje americano está pues la separación, operada por Tocqueville, entre la idea de democracia y la idea de revolución: separación que marca su profunda originalidad en la filosofía política liberal de la época, si se piensa por ejemplo que Guizot no llegará jamás a concebirla. La superioridad de Tocqueville es una superioridad de abstracción: consigue disociar el concepto de democracia de su referencia empírica, la Revolución francesa, de manera tal que puede interpretar a través de él una democracia no revolucionaria, América, y una democracia revolucionaria, Francia. El mismo pensamiento que lo libera de la obsesión de la Revolución francesa, característica de toda su generación, le da la idea del viaje a América. Se trata de poder elaborar una teoría de la sociedad democrática con la cual relacionar el caso francés.»

Y ambos jóvenes se apresurarán a comunicar las experiencias que han recabado en Estados Unidos y las conclusiones a las que han llegado. En 1835 Tocqueville publicará el primer tomo de La democracia en América, que resultará ser una obra clave en la evolución del pensamiento político occidental. En ella se referirá así a la obra paralela, aunque con objetivos distintos, de su amigo y compañero de viaje: «En la época en que publiqué la primera edición de esta obra, M. Gustave de Beaumont, mi compañero de viaje por Norteamérica, trabajaba aún en su libro intitulado María, o la esclavitud en los Estados Unidos, que apareció después. El fin principal de M. de Beaumont ha sido poner de relieve y dar a conocer la situación de los negros en medio de la sociedad angloamericana. Su obra arrojará una viva y nueva luz sobre el problema de la esclavitud, de vital importancia para las Repúblicas. No sé si me engaño; pero me parece que el libro de M. de Beaumont, después de haber interesado vivamente a quienes deseen buscar en él emociones y cuadros, debe obtener un éxito más sólido y durable entre los lectores que, ante todo, desean encontrar puntos de vista sinceros y verdades profundas.»

Beaumont le devolverá los elogios en su obra, aunque también subrayará las diferencias: «Mr. de Tocqueville y yo publicamos casi al mismo tiempo, cada uno, un libro sobre asuntos tan diferentes, cuanto pueden serlo el gobierno de un pueblo y sus costumbres. El que lea estas dos obras puede ser que reciba impresiones diferentes sobre la América, y se imagine que no hemos juzgado de un mismo modo el país que hemos recorrido juntos. Ésta, no obstante, no es la causa de la disidencia aparente que se ha de notar; la verdadera razón es ésta: Mr. de Tocqueville ha descrito las instituciones; yo he tratado de bosquejar las costumbres. Ahora, la vida política en los Estados Unidos es más bella y mejor aprovechada que la vida civil: mientras que el hombre encuentra allí pocos goces en el seno de su familia, muy pocos placeres en la sociedad, el ciudadano goza en la esfera política cuantos derechos pudiera apetecer. Examinando la sociedad americana bajo puntos de vista tan diferentes, claro está que no hemos podido, al pintarla, servirnos de los mismos colores.»

El título completo de su obra es María o La esclavitud en los Estados Unidos. Pintura de costumbres en la América del Norte. Y decide darle la forma de novela, pero en la que la ficción se documenta y acompaña con extensos apéndices, en los que analiza, y con frecuencia denuncia, distintos aspectos de la sociedad norteamericana: la condición de los negros esclavos y libres, los variadísimos e influyentes movimientos religiosos, y el estado antiguo y actual de las tribus indias. Y aun añade en múltiples notas breves análisis de otros aspectos: la condición de las mujeres, el ejército, la prensa, la igualdad dominante entre la sociedad blanca… Y concluye con la narración del motín racista que tuvo lugar en Nueva York en 1834. Esta parte ensayística es la que incluimos en esta entrega de Clásicos de Historia.

Finley, Mapa de Estados Unidos, 1827