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lunes, 30 de diciembre de 2024

Eusebio Jerónimo de Estridón, Varones ilustres

Crónica de Nuremberg

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Eusebius Sophronius Hieronymus Stridonensis (340-420), conocido generalmente como san Jerónimo, influyó poderosamente en la síntesis cultural de la Antigüedad tardía: su traducción latina de la Biblia, la Vulgata, sus obras polémicas, sus epístolas, su Crónica universal, que amplió la de Eusebio de Cesarea, y estableció la cronología que conjunta la helenística y romana con la judía y bíblica, y que perdurará en la historiografía posterior… Por otra parte, nacido entre el oriente y occidente del Imperio, Jerónimo recorrerá buena parte de éste, y su fama será, ya en vida, considerable. Los dos destacados historiadores hispanos del siglo V, Paulo Orosio e Idacio, lo han tratado (aunque este último de muy joven), y lo mencionan con entusiasmo en sus respectivas obras. Ernst Bickel, en su Historia de la literatura romana, nos lo presenta así:

«Jerónimo murió de edad avanzada, a los 80 años, aproximadamente, el 30 de septiembre del año 420 en el monasterio de Belén. Nacido en Estridón de Dalmacia, procedía de un país que en los siglos III y IV dio al mundo romano muchos buenos soldados, varios emperadores y un gran literato. Los componentes de la formación intelectual de Jerónimo fueron un sólido aprendizaje gramatical en su primera juventud en Roma junto al famoso comentarista de Terencio, Elio Donato; luego, en la adolescencia, el aprendizaje del griego unido al estudio teológico con el primer exégeta de la época, Apolinar de Laodicea, y finalmente el completo dominio del hebreo con un sabio escriturista judío converso o caldeo, durante su vida eremítica en el desierto de Calcis, desde el 375 al 378. Además, amplió Jerónimo su horizonte literario con ocasión del concilio de Constantinopla, en el año 381, en virtud del trato familiar con Gregorio de Nacianzo, que poseía una completa formación retórica griega y conocimientos bibliográficos.

»Finalmente, a la edad de cerca de 40 años pasó un mes en Alejandría, en donde pervivía la tradición de la escuela catequística del gran Orígenes, con el entonces jefe de la escuela, el ciego Dídimo. Jerónimo, después de su bautizo en Roma y antes de la consagración sacerdotal, que tuvo lugar en Antioquía, se entregó al disfrute del mundo viajando por la Galia e Italia, hasta que casi a la edad de 30 años fue ganado por el ansia de la época, la ascesis. Después entró en estrecha relación con el papa Dámaso. Éste fue el acicate de su ambición y también de su esperanza puesta en una gran carrera eclesiástica. Después de la muerte del papa en el año 384, dejó Roma juntamente con mujeres de noble linaje encaminadas por la vía ascética, para fundar en Belén un monasterio de hombres y otro de mujeres. Aquí se dedicó a lo largo de toda su vida a sus planes literarios, la traducción de la Biblia, su comentario, la redacción de escritos polémicos y a un extenso intercambio epistolar.»

Pero la obra que presentamos se encuentra a caballo de lo histórico y lo filológico: es una colección de breves reseñas biográficas sobre ciento treinta y cinco autores que publicaron libros con una mayor o menor relación con el cristianismo. Se inicia con apóstoles y evangelistas, y lógicamente predominan los escritores ortodoxos, aunque también se incluyen heterodoxos, paganos y judíos, como Tertuliano, Séneca y Flavio Josefo, a los que alaba en lo que considera oportuno. Se propone, pues, mostrar la valía de la literatura cristiana, independientemente de la lengua en que se haya escrito. Con esta obra, Jerónimo continúa la tradición de los repertorios biográficos, quizás iniciados por Cornelio Nepote en el siglo I antes de Cristo, y continuados por Plutarco, Suetonio, el desconocido autor de la obra que se atribuyó a Sexto Aurelio Víctor, y, en fin, el también anónimo autor que se ocultó bajo un puñado de autores inexistentes de la Historia Augusta.

Jerónimo sostiene, en fin, que la nueva Roma cristiana enlaza también en lo literario con la Roma pagana, y presenta ya abundantes frutos que pueden compararse favorablemente con los tradicionales. Y así, «que Celso, Porfirio y Juliano, que están rabiosos contra Cristo y sus seguidores, y piensan que la Iglesia no ha tenido filósofos ni oradores ni hombres de ciencia, aprendan cuántos y qué clase de hombres la fundaron, construyeron y adornaron, y dejen de acusar a nuestra fe de tan rústica simplicidad, y reconozcan más bien su propia ignorancia.»

Ms. 2313, Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca, s. XV

martes, 24 de diciembre de 2024

Feliz Navidad

Antonio Bisquert, Anunciación a los pastores. Mediados del siglo XVII. Museo diocesano Teruel


ALBADA AL NACIMIENTO

Media noche era por filos,
las doce dava el reloch,
quando ha nagido en Belén
vn mozardet como vn sol.

Nació de vna hermosa Niña,
virgen adú que parió,
y diz que dexó lo cielo
por este mundo traydor.

Buena gana na tenido
pues no len agradejón
aquellas por qui lo fizo
y bien craro lo veyó.

En fin, nació en vn pesebre,
como Llucas lo dizió,
no se enulle si le dizen
que en las pallas lo trobón.

Dízenlo Pasqual y Bato,
Bras y Chil y Mingarrón
y lo mayoral Turibio
que ellos primero lo bión.

Buena será la parbada
que aquege Grano escondió,
que en denpues de bien molido,
fará vn rico pan de flor.

Contaron que vnos moçardos
con vna anchélica voz,
groria y paz iban cantando,
dándole al mundo alegrón.

Llevarónle os pastores
de crabito y naterón
dos mil milenta de aquellas
de que el Niño se folgó.

Dixon que en trapos su madre,
contenta lo embollicó
y que estava hermosa y linda,
como vn alma que es de Dios.

Entre vn buey y entre vna azenbla
con muyto goyo nació;
aunque de ver tal socesso
diz que Ababuc se espantó.

El santo viello Chusepe
contento estava, por Dios,
adú que antes estió triste,
porque no trobó mesón.

Endepués no sintió cosa,
que su Fillo lo ordenó,
que sin ser bispe ni Papa
ye muy grande ordenador.

Lo sabroso y lindo Niño,
aunque plora ya ridió;
plora quando no lo quieren
y ride a quien le quirió.

Listos andan los ancheles,
del cielo al suelo vajón
cantando: «groria en los cielos
y paz en la tierra a toz».

La comarca de Belén
buena fiesta se gozó,
mas ella fue una coytada,
que guardarla no sabió.

Toz la claman buena noche,
dirálo la colación
y lo tizón de Nadal
que ye nombrado tizón.

Diránlo los villancicos
y diránlo los cantors,
dirélo yo que me enfuelgo
de repiquetiar a voz.

Ya que sabéz do está el Niño,
procurar veyerlo toz,
que aquel que no lo veyere
mal la cuenta le salió.

A su madre y a Chusepe,
pus lo merecen los dos,
darezle la norabuena
deste fillo que tenión.

Todos el pie le besemos,
que es nuestro Dios y Señor,
pidiendo faga pesebre
del christiano coraçón.

Ana Abarca de Bolea, Abadesa del Monasterio de Santa María de Casbas
Vigilia y Octavario de San Juan Baptista, Zaragoza 1679.

Manuel Alvar, Estudios sobre el "Octavario" de doña Ana Abarca de Bolea.
Archivo de Filología Aragonesa, serie A, II, Zaragoza 1945.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Luis Suárez, Grandes interpretaciones de la Historia

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El pasado 15 de diciembre falleció el destacado medievalista don Luis Suárez (1924-2024). Como sentido homenaje comunicamos una de sus obras más divulgadas, aunque ya descatalogada, por lo que debemos agradecer a la editorial EUNSA las facilidades concedidas.

El profesor Julio Valdeón Baruque, que siempre se consideró discípulo suyo, iniciaba así su semblanza en la revista Jerónimo Zurita (73/1998): «Se puede afirmar, con toda rotundidad, que Luis Suárez Fernández es uno de los medievalistas españoles más importantes que ha salido de la universidad española de la segunda mitad del siglo XX. Pero yo añadiría que es, asimismo, un medievalista de proyección universal. Hago esta afirmación, básicamente, apoyándome no sólo en el hecho de que el historiador citado tenga un conocimiento amplio y profundo de la historia medieval del Occidente de Europa, como lo ha puesto de manifiesto en numerosas ocasiones, sino también en su excepcional capacidad para saber conectar la peculiar historia bajomedieval de la Corona de Castilla, de la que es uno de sus más brillantes y consumados especialistas, con la evolución histórica general del mundo europeo. En definitiva, Luis Suárez es, sin la menor duda, un especialista, pero en el mejor sentido que puede darse a esta palabra, es decir aquel que nunca pierde de vista el horizonte general en el que es preciso situar la parcela específica de su investigación. Nada, por lo tanto, del bárbaro especialista de que hablara en su día Ortega y Gasset, figura, por desgracia, muy abundante en nuestros días en el ámbito de la investigación histórica de las universidades españolas.»

Y más adelante: «Ahora bien, la actividad investigadora no ha anulado al Luis Suárez profesor. Es más, su labor docente ha brillado durante toda su vida académica a una altura difícilmente igualable. La exposición histórica en Luis Suárez no se reduce al relato de acontecimientos político-militares en los que estén envueltos grandes personajes, como hacía la vieja tradición historicista, pero tampoco se limita a analizar aspectos demográficos o económicos desconectados de la vividura humana. La explicación histórica del profesor Suárez aglutina las diversas perspectivas de la investigación histórica, ofreciendo un ejemplo, muchas veces propuesto pero pocas cumplido, de historia total. En ningún momento podré olvidar las clases magistrales que yo recibí de él en la Universidad de Valladolid, lo mismo si explicaba el funcionamiento de la democracia en la Atenas de Pericles que si analizaba la compleja situación social y política de la Italia bajomedieval. Entiendo, por lo tanto, dados estos supuestos, el éxito que siempre ha acompañado al profesor Suárez en su calidad de conferenciante.»

También se refiere a sus publicaciones relacionadas con la teoría de la historia (como la que comunicamos), con la Antigüedad, con el mundo judío, con el cine, y con la España contemporánea. «La conclusión a la que llegamos es que nos encontramos ante una figura excepcional de la intelectualidad española del siglo XX.»

* * *

En la obra que comunicamos, publicada por primera vez en 1968 y ejemplo consumado de alta divulgación, Luis Suárez nos proporciona una auténtica historia de la historia. El profesor José Orlandis, en el prólogo, señala que «el lector se siente invitado a emprender una apasionante aventura intelectual. A medida que avanza en la lectura de estas páginas, descubrirá cuáles fueron los principales modos de entender la Historia que han existido desde la aparición sobre la tierra de culturas humanas capaces de crear una ciencia histórica. Desfilarán ante él, como jalones de un largo camino, las grandes interpretaciones que han tratado de descifrar cuál ha sido el sentido de la sucesión de las edades, desde la Antigüedad clásica hasta los modernos diagnósticos de Spengler y Toynbee.»

Luis Suárez concluía así apuntando a los límites de las tan diversas y contradictorias cosmovisiones históricas (como quizás podríamos denominarlas): «La influencia que estos grandes juicios acerca de la Historia han tenido sobre nuestra sociedad occidental queda fuera de toda duda. Con su análisis hemos tratado de demostrar dos cosas: que todos tienen pretensiones de explicación total, y que ninguno lo consigue. Marxismo, positivismo y racismo fueron, en el siglo XX, conformadores de grandes sistemas políticos y sociales; el último de ellos sirvió para alimentar la hoguera de la segunda guerra mundial, y aunque aparentemente haya desaparecido, se nos antoja a veces que vive soterrado, esperando nuevas circunstancias favorables (…)

»Muchas afirmaciones que se hicieron, con aire dogmático, en los últimos siglos, han sido ya destruidas por el progreso mismo del saber científico. Nada nos garantiza que muchas otras de las que actualmente se presentan con la misma pretensión no hayan de seguir el mismo camino. Al revisar a fondo las grandes doctrinas que sirvieron de plataforma a las interpretaciones de la Historia tendremos que sacrificar algunas ilustres figuras. Pero nadie se engañe: si el providencialismo ingenuo de Bossuet, que tanto regocijaba a Voltaire, ha de ser sustituido, también la Filosofía de la Historia volteriana, ilustrada, instructiva, amable incluso para las damas de buena sociedad, se encuentra en el museo de las curiosidades antiguas. La primera confesión que el historiador, en cuanto científico, debe hacer, se refiere a la provisionalidad de sus conclusiones.»

Pierre Mignard, Clío, musa de la Historia (1689)

lunes, 9 de diciembre de 2024

Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España

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Ilustraciones del Códice Florentino  |  PDF  | 

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La Historia general de las cosas de Nueva España puede considerarse como una enciclopedia de las sociedades originarias del Altiplano mejicano: el medio natural, su religión y ritos, el calendario y la astrología, su retórica y moral, su historia y política, sus oficios, sus conocimientos médicos, la conquista de México... Fue un complejo proyecto de investigación que se ocupó, avant la lettre, de lo que mucho después se denominará antropología cultural. Su autor fue el franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), que llegó a la Nueva España en 1529, muy poco después de su conquista por Hernán Cortés. Fue misionero, profesor en el Colegio de Santa Cruz de Tlateloco (que puede considerarse embrión de la futura universidad de México), lingüista consumado y prolífico escritor.

Se propuso varios objetivos al iniciar la obra que nos ocupa. En primer lugar religiosos: para logran la conversión de los indios, es preciso conocer a fondo el conjunto de creencias que se quieren erradicar. «El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo (sin) que primero conozca de qué humor, o de qué causa proceda la enfermedad; de manera que el buen médico conviene sea docto en el conocimiento de las medicinas y en el de las enfermedades, para aplicar conveniblemente a cada enfermedad la medicina contraria, (y porque) los predicadores y confesores médicos son de las ánimas, para curar las enfermedades espirituales conviene (que) tengan experiencia de las medicinas y de las enfermedades espirituales.»

El segundo propósito es lingüístico: la obra se redacta inicialmente en náhuatl, y sólo posteriormente se romancea (y frecuentemente se resume). Así, en el Códice de Florencia, que conserva la que podríamos considerar versión definitiva, en cada página el texto se distribuye en dos columnas, en náhuatl y en castellano. Y las ilustraciones se incluyen en la segunda, testimoniando su carácter de apoyo. «Es esta obra como una red barredera para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus maneras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y malas; es para redimir mil canas, porque con harto menos trabajo de lo que aquí me cuesta, podrán los que quisieren saber en poco tiempo muchas de sus antiguallas y todo el lenguaje de esta gente mexicana.»

Pero podemos añadir una tercera intención, la de dar a conocer las muchas cosas admirables de las culturas originarias de estas tierras, del mismo modo que la Europa renacentista enloquece con las de los romanos paganos. «Aprovechará mucho toda esta obra para conocer el quilate de esta gente mexicana, el cual aun no se ha conocido... Esto a la letra ha acontecido a estos indios con los españoles: fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes. Así están tenidos por bárbaros y por gente de bajísimo quilate (siendo que) en las cosas de policía echan el pie delante a muchas otras naciones que tienen gran presunción de políticos, sacando fuera algunas tiranías que su manera de regir contenía.»

Bernardino de Sahagún se admira de la antigüedad y esplendor de sus construcciones, de su cultura, pues «fueron perfectos filósofos y astrólogos y muy diestros en todas las artes mecánicas», y «de lo que fueron los tiempos pasados, vemos por experiencia ahora que son hábiles para todas las artes mecánicas, y las ejercitan; son también hábiles para aprender todas las artes liberales, y la santa Teología, como por experiencia se ha visto en aquellos que han sido enseñados en estas ciencias; por que de lo que son en las cosas de guerra, experiencia se tiene de ellos, así en la conquista de esta tierra como de otras particulares conquistas, que después acá se han hecho, cuán fuertes son en sufrir trabajos de hambre y sed, frío y sueño, cuán ligeros y dispuestos para acometer cualesquiera trances peligrosos.»

La confección de la obra fue laboriosa y compleja, como se recoge en el prólogo del segundo libro: primeramente «hice en lengua castellana una minuta o memoria de todas las materias de que había de tratar... Lo cual se puso de prima tijera en el pueblo de Tepepulco, que es de la provincia de Acolhuacan o Tezcuco, (e) hízose de esta manera. En el dicho pueblo hice juntar todos los principales con el señor del pueblo... hombre anciano, de gran marco y habilidad, muy experimentado en todas las cosas curiales, bélicas y políticas y aun idolátricas. Habiéndolos juntado propúseles lo que pretendía hacer y les pedí me diesen personas hábiles y experimentadas, con quien pudiese platicar y me supiesen dar razón de lo que les preguntase. Ellos... señaláronme hasta diez o doce principales ancianos, y dijéronme que con aquellos podía comunicar y que ellos me darían razón de todo lo que les preguntase. Estaban también allí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes había enseñado la Gramática en el Colegio de Santa Cruz en el Tlatelolco. Con estos principales y gramáticos, también principales, platiqué muchos días, cerca de dos años, siguiendo la orden de la minuta que yo tenía hecha. Todas las cosas que conferimos me las dieron por pinturas, que aquella era la escritura que ellos antiguamente usaban, y los gramáticos las declararon en su lengua, escribiendo la declaración al pie de la pintura. Tengo aun ahora estos originales...

»(Más tarde) llevando todas mis escrituras, fui a morar a Santiago del Tlaltelolco, donde juntando (a) los principales les propuse el negocio de mis escrituras y les demandé me señalasen algunos principales hábiles, con quien examinase y platicase las escrituras que de Tepepulco traía escritas. El gobernador con los alcaldes me señalaron hasta ocho o diez principales, escogidos entre todos, muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas, con los cuales y con cuatro o cinco colegiales todos trilingües, por espacio de un año y algo más, encerrados en el Colegio, se enmendó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truje escrito, y todo se tornó a escribir de nuevo.»

Pasado un tiempo «vine a morar a San Francisco de México con todas mis escrituras, donde por espacio de tres años pasé y repasé a mis solas estas mis escrituras, y las torné a enmendar y las dividí por libros, en doce libros, y cada libro por capítulos y algunos libros por capítulos y párrafos... De manera que el primer cedazo por donde mis obras cirnieron fueron los de Tepepulco; el segundo, los de Tlatelolco; el tercero los de México, y en todos estos escrutinios hubo gramáticos colegiales.»

Tras algunos años en que se paralizó la labor por falta de fondos o de interés, «el Padre Comisario General Fray Rodrigo de Sequera vino a estas partes y los vio, y se contentó mucho de ellos, y mandó al autor que los tradujese en romance y proveyó de todo lo necesario para que se escribiesen de nuevo, la lengua mexicana en una columna y el romance en la otra, para los enviar a España, porque los procuró el ilustrísimo señor don Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, porque tenía noticia de estos libros por razón del sumario que el dicho Padre Fray Miguel Navarro había llevado a España.»

Esta copia se ilustra de nuevo profusamente, basándose en los pictogramas y dibujos realizados  en las fases de recogida de datos; posiblemente sea el actualmente llamado Códice Florentino. En su día comunicamos Las ilustraciones del Códice Florentino, de la Historia general de las cosas de Nueva España, más de ochocientas, que complementan página a página la obra.

Libro octavo