Moneda sueva |
A principios del siglo V se produce la denominada Gran Invasión, la ruptura de la frontera romana en Germania. Esta irrupción violenta y repentina de diferentes poblaciones vino a complementar las migraciones que se venían repitiendo desde tiempo atrás, y las seguirán nuevas invasiones. A partir de entonces el Imperio Romano, especialmente el de Occidente, se verá sometido a una difícil convivencia con estos pueblo de lenguas, costumbres y culturas muy variadas, que al mismo tiempo que admiran e imitan la civilización romana, contribuyen decisivamente a su transformación profunda. Durante buena parte del siglo los romanos (con personajes como Aecio) se esforzarán en apuntalar un estado que, cada vez más, amenaza ruina.
Naturalmente, los relatos coetáneos que nos han llegado de esta época nos trasmiten no sólo la experiencia concreta que tuvieron sus autores, sino su percepción subjetiva ante estos acontecimientos. En muchos de ellos, como en la obra que presentamos, predomina un discurso muy negativo que tiende a acumular desmanes, desgracias y (de modo característico en la época) presagios que anuncian las calamidades que se van a producir. Los historiadores actuales tienden a equilibrar este planteamiento con otras fuentes de información, lo que les conduce a limitar un tanto la barbarie extrema que trasmiten muchos escritores romanos: se constata que, por un lado, las poblaciones «invasoras» persiguen una asimilación a las formas de vida romanas, que les resultan más atractivas; y por otro que las violencias, combates, rebeliones y barbarie, eran endémicas en el imperio, por lo menos desde el inicio de su crisis en el siglo III.
Idacio nació hacia el año 400 en la actual provincia de Orense, posiblemente en el seno de una familia destacada de la zona. Se identifica con su Gallaecia natal y, de modo más amplio, con Hispania: de hecho utiliza con frecuencia la era hispánica (que cuenta los años a partir del 38 aC). No es sin embargo localista. Ante todo se considera romano, y recuerda en el prefacio a su Crónica su peregrinación a Tierra Santa cuando era niño, para la que tuvo que recorrer todo el Mediterráneo. Además, no pierde ocasión de reproducir la información que le llega de otros puntos del Imperio, a través de cartas o de ocasionales visitantes. Aunque su propia región y otras muchas porciones del mundo romano se encuentran bajo el control de los recién llegado, y aunque existen dos emperadores, en Oriente y Occidente (sin contar los que se autoproclaman al frente de un ejército), él sigue percibiéndolo subsistente, único, como una realidad viva.
Idacio forma parte de la élite hispanorromana, tanto por su nacimiento como por su cargo de obispo en Aquasflavias en el norte del actual Portugal. Es interlocutor con los dirigentes invasores, acudirá a la Galia buscando apoyo de la administración romana... Naturalmente, su opinión sobre los suevos que controlan el cuadrante noroccidental y que incluso le van a encarcelar durante tres meses, es profundamente negativa. Nos encontramos, por tanto, con la voz de un espectador atento, pero al mismo tiempo actor ocasional, del declive final del Imperio Romano.
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