Por Gregorio Fernández |
Escribe Magdalena Velasco Kindelán*: «El Libro de la Vida, cuyo manuscrito se conserva en la biblioteca del Monasterio del Escorial, es una autobiografía incompleta, escrita desde la altura de los 47 años de su protagonista, en 1562. Aún vivirá 17 años más, en los que realizará sus fundaciones, viajando por Castilla y Andalucía. Pero también se trata de una biografía incompleta porque Teresa cuenta tan sólo algunas cosas de su vida, con un criterio de selección muy estricto (…) Es evidente que se trata de una autobiografía espiritual, en la que se da más importancia a lo psicológico que a los acontecimientos externos. Teresa dedica trece capítulos de su obra a hablar de su oración porque en ella radica su verdadera aventura espiritual. Ella ha recorrido espacios del espíritu, ha vivido realidades interiores. Lo externo se convierte en secundario ante sus ojos.
»Si reflexionamos acerca de los motivos que suelen llevar a algunas personas a escribir su autobiografía o sus memorias -me refiero a obras serias, no a esas fruto del simple oportunismo económico-, veremos que pueden resumirse en el deseo de justificar la propia trayectoria vital. Suele tratarse de personas que están próximas a cerrar el arco de sus vidas, y quieren exponer sus anhelos e intenciones al juicio de los demás, o incluso, desafiando ese juicio, apelar al de la historia o al de Dios. La autobiografía de Teresa de Jesús es diferente. Ella aún no está en el declinar de su vida; tiene menos de 50 años, y le queda mucho, y quizás lo más importante, por realizar. Bien es cierto que desde un punto de vista subjetivo, al terminar el Libro de la Vida, Teresa disfrutaba de un período de cierta tranquilidad externa en el Convento de San José de Ávila, y pensaba que su «vida pública» había terminado. Por otra parte no parece tener gran interés en justificarse ante los demás. Repite que no le importa el juicio de los hombres, que quiere vivir oculta, olvidada de todos, ocupándose sólo de Dios y de las almas. Afirma que «trae el mundo bajo los pies», y nada de él le interesa; no aspira al poder, el dinero o la honra. No quiere ganar fama como escritora.
»Después de estas consideraciones negativas la pregunta que surge es: ¿por qué, pues, escribe? ¿Cuáles son las razones poderosas que mueven a Teresa a afilar la punta de su pluma de ave, a mojarla en tinta terrosa y a deslizarla veloz por el papel barato, pulcramente cosido en cuadernillos por sus hermanas? ¿Qué motivaciones le impulsan a escribir a deshora, robando tiempo al descanso, «casi hurtando el tiempo y con pena, pues me estorbo de hilar, por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones» (Cap. X)? De una reflexión atenta podemos deducir una triple respuesta a esta pregunta. Teresa escribe por tres razones poderosas: la primera, para dar gloria a Dios y dar a conocer «sus misericordias»; después, por obedecer a Dios y a quienes lo representan, que le mandan taxativamente que escriba; por ultimo, para hacer bien a otras almas y evitarles los sufrimientos de la soledad espiritual que ella ha sufrido. A estos tres motivos se corresponden los tres destinatarios del texto. Los confesores, en primer lugar, que serán el filtro por el que su obra llegará a esas otras personas: sus hermanas religiosas, y un pequeño círculo de almas selectas. Y de forma eminente, Dios, al que continuamente se dirige Teresa, fundiendo así la rememoración del pasado con la oración presente, en una extraordinaria manifestación de reviviscencia.»
* Magdalena Velasco Kindelán, Motivaciones y destinatarios del Libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, AISO, Actas V (1999).
Autógrafo de Tersa de Jesús |