«Lo que yo escribo es, después que lo he escrito, de quien quiera aprovecharse de ello, y si acierta a valorarlo mejor que yo, es más suyo que mío. Pero... ¿no he dicho estas mismas cosas otras veces? ¿No me estoy repitiendo? Estoy viviendo, y mi vida es escribir, la tuya, lector, es ahora leerme. Y el eco que te llegue de pasadas cosas mías te dará otra nota que la que ahora oyes.»
(Cit. por Manuel García Blanco, en su Prólogo al tomo V de las Obras Completas de Unamuno.)
Fernando Álvarez Balbuena, en su El pensamiento político de don Miguel de Unamuno. Ensayo de reexposición y una carta inédita (El Catoblepas, número 103, septiembre 2010, página 12 ss.), escribía: «… buscamos en la obra de don Miguel de Unamuno no solo su pensamiento y sus ideas políticas, sino también los de su época. No son sus obras tratados de ciencia política; son obras literarias que abarcan novela, ensayo, poesía, filosofía y, en definitiva, pensamiento; pero precisamente por eso nos llevarán a una visión política de la realidad de su época con una mayor profundidad y con una participación personal difíciles de conseguir leyendo constituciones, leyes y decretos de aquel entonces. Estos serían los instrumentos mediáticos de una legislación y de las políticas que con ella se ocasionaron; pero las ideas que la informaron y los criterios políticos que guiaron la puesta en vigor de dichas leyes, serán mucho mejor comprendidos a través de las obras de los intelectuales de la época que influyeron decisivamente en el pensamiento político y en conformar lo que Ortega llama la vigencia social de las costumbres y de las ideas.
»Acertar pues, a dar una visión del pensamiento unamuniano, de sus cambios y de sus numerosas evoluciones, de su innegable vigor, de su genialidad, de su personalidad contradictoria y atormentada, así como valorar su influencia en las ideas políticas y en la sociedad de su tiempo, como lo que de él y de ellas llegó hasta nosotros, será nuestra tarea a lo largo de las páginas que siguen. En ellas, pese a nuestro deseo de objetividad, quizás no podremos eludir la admiración que el personaje nos provoca por lo que, seguramente, seremos víctima del prejuicio antedicho que nos inspira este vasco que, según sus propias palabras, lo era “por los dieciséis costados”, pero que, no obstante su condición de vascongado, amaba tanto a España que “le dolía”, le dolía hasta el cogollo del alma.»
Y esto es lo que proponemos en Clásicos de Historia: revisitar los artículos que Unamuno publicó durante los años de la Segunda República. El miércoles 13 de mayo de 1931, coincidiendo con los últimos coletazos de la primera crisis severa de la joven República, la llamada “quema de conventos”, el prestigioso diario El Sol de Madrid, que reunía a buena parte de la intelligentsia española del momento, anunciaba la incorporación de Unamuno a su plantel de firmas habituales. Su colaboración, habitualmente un artículo semanal, se mantuvo hasta el cambio de propietarios del periódico a finales de 1932, momento en el que Unamuno pasó al diario Ahora, subdirigido por Manuel Chaves Nogales, donde mantuvo la mayor parte de su producción periodística hasta el estallido de la guerra civil. A ellos sumó ocasionales artículos publicados en la prensa regional, y algunos reportajes que recogían discursos o conferencias de don Miguel: en las Cortes, en la Universidad...
En total son unos cuatrocientos los artículos publicados en la prensa periódica por el rector de Salamanca entre 1931 y 1936. En ellos brillan todas las facetas características del escritor, sus obsesiones, sus intereses, sus enfoques… y también su ego desmesurado que al principio le hace considerar la república como algo suyo: «Soy, ¿debo decírselo?, uno de los que más han contribuido a traer al pueblo español la República, tan mentada y comentada.» A su optimismo inicial le seguirán prontamente las dudas, los rechazos, las contradicciones y la búsqueda de alternativas… y un progresivo distanciamiento y pesimismo por su futuro, que le llevó a abandonar con frecuencia el comentario (así denominaba a sus artículos) de la actualidad, y buscar refugio en sus temas, paisajes y obsesiones características.
Esa soledad, esa profunda independencia de Unamuno se observa hasta en el dramático final de su trayectoria. Álvarez Balbuena comenta así su actitud ante el arranque de la guerra civil (la orilla donde ríen los locos, que diría Sender años después): «Unamuno siempre estuvo solo, nadie compartió su angustia, todo el mundo se puso a cubierto tratando de librarse de la vorágine desatada. Intelectuales como Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Menéndez Pidal, Sebastián Miranda, Severo Ochoa y tantos otros, que fueron patrocinadores, amigos y entusiastas incondicionales del régimen republicano (...) aprovecharon la menor oportunidad que tuvieron para escaparse literalmente de España y, una vez en el extranjero, retirar su apoyo al régimen nacido el 14 de abril de 1931. Pero cuando el orden estuvo restablecido, gracias a, y a pesar de, la represión de la dictadura franquista, con muy pocas excepciones, como la de Picasso, Ochoa o Pablo Casals, que podían ganarse perfectamente la vida en el extranjero, volvieron para quedarse y algunos incluso hicieron declaraciones que favorecieron innegablemente al régimen, como Ortega y Gasset, cuando afirmó que España goza de insultante salud, también, algunos, para afear sotto vocce o en un silencio ―digno unas veces y cómplice otras― conductas que Unamuno combatió a cara y pecho descubiertos.»
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