viernes, 15 de junio de 2018

Francisco de Quevedo, España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos


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Escribe Pablo Jauralde Pou en su exhaustivo Francisco de Quevedo (1580-1645), Madrid 1999: «Hacia mediados de septiembre [de 1609] los mentideros cortesanos dan por seguro que el Duque de Osuna va a ser nombrado Virrey de Sicilia. Se está comenzando la expulsión de los moriscos del Reino de Valencia. Quevedo, justo en esos momentos, comienza a redactar vehementemente una obra filológico-política: el 20 de septiembre dedica en Madrid su España defendida y los tiempos de ahora…, al rey Felipe III. El manuscrito que nos ha conservado obra tan singular es autógrafo y va encabezado por la dedicatoria, lo que quiere decir ―además de por otras razones― que Quevedo empezó escribiendo la dedicatoria y luego se extendió a redactar toda la obra, que quedará incompleta y no llegará ni a enviarse al Monarca ni a publicarse.

»España defendida se plantea como una de esas obras enciclopédicas con que nos regaló el siglo XVI, tarea para la que Quevedo, en verdad, no estaba preparado. Para trazarla se necesitan recursos filológicos muy ricos, conocimiento de la historia, claridad en la disposición cronológica, manejo de etimologías, discusión de las modernas teorías sobre la formación de la cultura y los pueblos europeos, su relación con la cultura oriental… Cierta disciplina en el método, cierto sosiego biográfico, cierta objetividad. El texto resultante quizá hubiera debido estar escrito en latín… Quevedo no escribía fácilmente latín (sus cartas a Lipsio no son autógrafas, solo llevan la firma; sus cartas a Chiflet deben haberse escrito con ayuda…

»Pero ¿por qué Quevedo se plantea esta tarea superior a sus fuerzas?: por los libros que le están llegando, que no son precisamente manualillos u obras inocentes: el menor Atlante de Mercator, el Cronicón de Eusebio de Scalígero, las ediciones de Catulo de Muret, los Anales eclesiásticos del Cardenal Baronio, la historia de las Indias de Girolomo Benzoni… En la mayoría de los casos, las últimas obras de los grandes humanistas del siglo XVI, ante las cuales todavía hoy ―o sobre todo hoy― nos sentimos abrumados y empequeñecidos. En aquellos monumentos de erudición y sabiduría se habla ocasionalmente de España y de los españoles, como de otros pueblos, y se emiten juicios de valor, que ya habían sido contestados en otros lugares, por ejemplo por Roberto Titio, en Italia. A la desmesura erudita, un Quevedo premioso y vehemente contesta con la hipérbole gesticulante. Quevedo se siente directamente concernido como español y se dispone a responder por mi patria y por mis tiempos. “Hijo de España, escribo sus glorias... Bien sé a cuantos contradigo, y reconozco los que se han de armar contra mí; mas no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después, y lo haré con estas memorias, que serán las primeras que, desnudas de amor y miedo, se habrán visto sin disculpa de relaciones e historia”...»

A pesar de lo inacabado, de lo infructuoso, de lo errático (y de también de lo premioso) de su proyecto, la obra no deja de tener interés. Julián Marías, en su España inteligible. Razón histórica de las Españas, Madrid 1985, lo enuncia así, de un modo que puede parecer un tanto excesivo, sobre todo al concluir la lectura de la obra: «Uno de los testimonios más lúcidos y expresivos de la reacción temprana a la Leyenda Negra es el de Quevedo. En 1609 escribe su España defendida. Lo más interesante es que la preocupación de Quevedo se reparte entre los extranjeros que atacan y calumnian a España y los españoles que los siguen, o desconocen nuestra realidad, o escriben sobre nuestra historia con tal incompetencia, que es mucho peor que si no escribieran. Es decir, que está atento a la participación española en la situación que ya entonces se estaba creando. Citaré algunos fragmentos especialmente reveladores: (…) El texto de Quevedo no puede ser más elocuente. Y lo decisivo a mi juicio es su amarga queja por el desconocimiento que los propios españoles tienen de su realidad, hasta el punto de que prefiere el olvido al tratamiento que le han dado la mayoría de los escritos existentes. Han pasado casi cuatro siglos, y las palabras de Quevedo conservan mucho de su validez.»

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