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lunes, 11 de enero de 2021

Lilo, Tono y Herreros: Humor gráfico y absurdo en La Ametralladora (1937-1939)

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La Ametralladora fue el órgano de propaganda de los nacionales destinado a los soldados movilizados en la guerra civil. Publicó ciento veinte números (los dos primero con la cabecera de La Trinchera), pero tras varios meses un tanto anodinos, convencionales y previsibles, cambió de rumbo con la incorporación de un grupo de brillantes vanguardistas, presididos por Miguel Mihura (1905-1977), que con el seudónimo Lilo publica chistes, relatos fantásticos, montajes fotográficos… repletos de su personalísimo concepción del absurdo. Le secundará el maestro Tono (Antonio Lara, 1896-1978), y más tardíamente Herreros (Enrique García Herreros, 1903-1977). De estos tres autores hemos seleccionado una suficiente muestra de su humor gráfico publicado en dicha revista. Si bien nos encontramos ante una obra de propaganda política y de combate, con todas las limitaciones y sevicias que ello comporta, resulta interesante compararla con el talante de otros escritores y dibujantes, tanto del propio bando como del contrario (ya comunicamos en Clásicos de Historia una selección de la obra de Aníbal Tejada): las diferencias son patentes.

Y es que la revista superó con frecuencia los objetivos pragmáticos y primarios que le suponían sus mandatarios. Edgar Neville fue otro de los prodigiosos colaboradores de La Ametralladora, en paralelo al rodaje de documentales sobre la guerra, y años después dejará escrito que «se trataba de triturar una civilización burguesa y falsa que traía renqueando un siglo de cursilería y de convenciones, atado a los faldones del último chaquet. Sátira de las novelas románticas, de los folletines, de los sonetos a la rosa de té, de las visitas de cumplido, de María o la hija del jornalero, de los señores con barba y chistera, sátira del ingeniero que se casa con la mocita de Arenales del Río…, sátira del niño modelo, del famoso Juanito y del imbécil de su padre.» Pero Andrés Trapiello, en su canónico Las armas y las letras, comenta: «Parece que Neville se estuviera refiriendo a todas las nostalgias burguesas, a los romanticismos de saleta y a las evocaciones finiseculares de caracolas sobre las pianolas o las consolas, que con tanta afición cultivaban sus camaradas de la revista Vértice o poetas falangistas como Foxá o Sánchez Mazas, que venían de las visitas a los cementerios románticos y monasterios ruinosos baja la yedra.»


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