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lunes, 31 de mayo de 2021

Carlo Denina, ¿Qué se debe a España?

 

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Dicen que la mejor defensa es un ataque, y así a la conocida frase: “¿Qué se debe a la España? Y después de dos siglos, de cuatro, y de diez ¿qué ha hecho por la Europa?”, pronto se le respondió: “¿Qué ha hecho la Francia por el género humano desde que ésta existe?” El autor de esta frase era el ilustrado italiano Carlo Giovanni Maria Denina (1731-1812), y supuso su ingreso en la entretenida polémica que surgió del artículo sobre España que redactó Nicolás Masson de Morvilliers para la Encyclopédie méthodique. Es el arranque del combativo Discurso de Denina en la Academia de Berlín en 1786, naturalmente en francés, que rápidamente se tradujo al castellano. Aunque el abate Cavanilles ya había dado sus Observaciones como respuesta, manifestando las muchas contribuciones de la cultura española, el clérigo piamontés dirigió la suya hacia la confrontación directa con Francia, sosteniendo la superioridad patente de las culturas italiana y española. En gran medida, sostiene que la cultura literaria francesa se ha formado por la influencia, cuando no por la imitación o copia, de aquellas. A pesar de ello, reconoce su enorme desarrollo en el último siglo, lo que no impedirá que les dirija críticas por lo que considera sus debilidades o inconsistencias.

El discurso de Denina se difundió abundantemente, y provocó numerosos ataques, sobre todo desde Francia. La nutrida correspondencia que generó en ese mismo año de 1786, le permitió justificar y ahondar en sus argumentos: localizó abundantes errores, carencias y falsedades en otros artículos de la Enciclopedia metódica; citó un gran número de autores y obras españolas que considera de una trascendencia y valor constatable; criticó otras obras que minusvaloraban o falseaban la historia de España… Pero reserva sus más afilados dardos contra aquellos que le atacan directamente, como Jean-Charles Laveaux (1749-1827), lo que da lugar a la carta XIII, la más extensa y la más dura de las que coleccionó y publicó, también traducidas prontamente al castellano. Detecta abundantes yerros, le acusa de utilizar como fuente de información exclusivamente un diccionario histórico, y no desaprovecha ocasión alguna de motejarle de ignorante: Así, tras una cita de su crítico, continúa: “No hay sino tres o cuatro faltas grandes en estas líneas, una contra los elementos de la gramática latina, y contra la bibliografía al mismo tiempo; otra contra la historia más conocida; otra en fin contra la lógica.”

Publicamos estas dos obras de Carlo Denina, la Respuesta a la pregunta: ¿Qué se debe a la España? Discurso leído en la Academia de Berlín en la asamblea pública de 26 de enero de 1786, día del aniversario del rey, y las Cartas críticas para servir de suplemento al discurso sobre la pregunta ¿Que se debe a la España? Así incrementamos los textos que agitaron a fines del siglo XVIII el debate sobre la contribución de España al progreso de la humanidad, ya comunicados en Clásicos de Historia. Desde los que la enjuician negativamente, como Nicolás Masson de Morvilliers y León de Arroyal, hasta los que la defienden, como Antonio José de Cavanilles y Juan Pablo Forner. En conjunto, podemos observar el característico incremento de las pasiones nacionalistas (que vienen de antiguo), que pronto se transformarán al calor de las nuevas pasiones ideológicas que pasarán a ser determinantes con las revoluciones políticas, y que tendrán como resultado el absorbente, excluyente y amenazante nacionalismo contemporáneo, todavía hoy con tanto peso. ¡Que lejos quedan posturas como la de Carlo Denina, cuando hace referencia a su patriotismo italiano, su patriotismo alemán, su interés y enaltecimiento de la cultura española, y su reconocimiento de las valiosas contribuciones de la francesa!

lunes, 24 de mayo de 2021

Antonio José de Cavanilles, Observaciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia

 

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Escribe Antonio Mestre Sanchís en su Cavanilles y los ilustrados valencianos, publicado en la obra conmemorativa que Valencia dedicó a este autor en el segundo centenario de su muerte: «En 1782 apareció en la Enciclopedia metódica un artículo de Masson de Morvilliers, que bajo el título de Espagne, censuraba no sólo la decadencia cultural del momento, sino toda nuestra historia. Las reacciones no se hicieron esperar. Y Cavanilles, que residía en París como preceptor de los hijos del duque del Infantado, se consideró obligado a responder. De hecho, lo hizo con rapidez. Como no era historiador, buscó información de sus amigos: Juan Bautista Muñoz, Juan Antonio Mayans, Viera y Clavijo, Trigueros, Antonio Ponz, Cerdá y Rico, y publicó Observations de M. l’Abbé Cavanilles sur l’article Espagne de la Nouvelle Encyclopédie (París, 1784). La obra estaba destinada a dar una información sucinta de la historia cultural española para conocimiento de los franceses, que ignoraban por completo, o querían ignorar, nuestras aportaciones. Así lo confiesa el mismo Cavanilles: “me he propuesto demostrar aquí el montón de disparates y falsedades que acumulan, en lo que tengo yo mucho trabajado, pero para que salga con perfección le he de deber a Vm. me suministre sin pérdida de tiempo el nombre de los que se distinguen en la ciencia, sus producciones y méritos” (Cavanilles a Viera y Clavijo, 6-I-1784).

»Sin tratarse de una obra original y extraordinaria en el campo de la erudición encontró buena acogida entre los políticos. Bien recibida por el conde de Aranda, embajador español en París en ese momento, encontró el apoyo del todopoderoso ministro conde de Floridablanca y fue traducida al castellano y editada en Madrid el mismo año, con el título de Observaciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia. Escritas en francés por el doctor D. Antonio José Cavanilles, y traducidas al castellano por D. Mariano Rivera (Madrid, Imprenta Real, 1784). El libro alcanzó cierta resonancia. Porque, de hecho, en la obra aparecían muchos de los autores más importantes de nuestra cultura, antiguos y coetáneos (…)

»El mismo Cavanilles envió su libro al abate Juan Andrés, el jesuita exiliado en Italia y que acababa de publicar el volumen primero de su Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Y Andrés, espléndido conocedor de la literatura universal, y amante de nuestro pasado, respondió con sinceridad. Le gustaron las Observaciones, escritas con el buen estilo francés, pero también con la ligereza de nuestros vecinos. Pero el jesuita no dudó en señalarle algunas deficiencias. Dado que Francia es una nación “generalmente sobrado despreciadora de las otras”, está seguro, decía Andrés, que la obra producirá el deseado efecto (23-VIII-1784). Pero no deja de confesar que Cavanilles hubiera podido ampliar la nómina de autores que merecían elogios. “Bayer y Flórez merecen mayor elogio. Feijoo no se nombra y podía hacer una óptima figura, especialmente escogiendo algunos puntos... ¿Y Sarmiento? ¿Y Burriel?”. Por cierto, Andrés no puede menos de recordar al botánico que, si bien ha utilizado su obra sobre el Origen, progresos..., sin embargo, podrían haberse valido de otras noticias. Y recordaba, por ejemplo, las fábricas de papel de Xàtiva en el siglo XIII (...) Y añadía más juicios. No le gustaba el calificativo que daba a Mayans, como “el Plutarco español”, aunque podía haberlo elogiado más, así como debía haber dado más noticias sobre Bayer, Campomanes, Corachán o las Academias de Sevilla y de Barcelona, y hubiera podido utilizar muchas noticias que daba Mayans en su Specimen bibliothecae hispano-maiansianae, publicada en Hannover en 1753.»

El artículo original de Masson de Morvillier y la canónica respuesta de Juan Pablo Forner ya fueron en su día incluidos en Clásicos de Historia, y añadimos ahora, entre las numerosas que se publicaron, ésta del gran botánico Antonio José de Cavanilles (1745-1804). Pero el profesor Mestre se refiere también al escepticismo que manifestaron algunos intelectuales sobre la eficacia de estas apologías un tanto politizadas, y su preferencia por las acciones prácticas de la cultura española. Y transcribe este pasaje de una carta del citado Juan Andrés a nuestro autor: «Doy a V. mil gracias y norabuenas por su disertación botánica; la he leído luego y la he leído con mucho gusto, admirando la sutileza de su ingenio. Me he complacido también muchísimo de que haya V. procurado hacer honor a nuestra nación, dando a sus plantas los nombres de los nuestros que mejor las han conocido; ésta es una apología indirecta de nuestra nación, y si V. lo pudiera hacer con más extensión en esta clase y otros igualmente en otras, no necesitaríamos de otras apologías.»


lunes, 17 de mayo de 2021

Eduardo Toda, La vida en el Celeste Imperio

 

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El joven diplomático Eduardo Toda y Güell (1855-1941) residió durante seis años en China, entre 1876 y 1882, con sucesivos destinos de vicecónsul en Macao, Hong Kong, Cantón y Shanghai. Recorrió distintas provincias del Imperio, y visitó los países vecinos. Estudió el idioma, observó con atención la sociedad y cultura del Extremo Oriente, recogió datos y estadísticas, e inició su afición al coleccionismo con una espléndida de numismática china que traerá a España, y que acabará traspasando a diversas instituciones. Un destino posterior en El Cairo le permitió contactar con el egiptólogo Gaston Maspero, al que acompañó en algunas expediciones. Regresó con una importante conjunto de antigüedades egipcias, que más tarde pasarán asimismo a diversos museos. En su carrera como funcionario desempeñó distintos cargos, hasta su retiro en 1901. Después, entre otros negocios privados, trabajará para la naviera de Ramón de la Sota, lo que le llevará a residir un tiempo en Londres. Viajó a Cerdeña, donde recogió una cuantiosa documentación sobre la presencia aragonesa y española, y estudió la supervivencia del catalán en la ciudad de Algher. Más tarde se ocupará de la adquisición y recreación del monasterio de Escornalbou como su propia residencia; y finalmente de la recuperación del monasterio de Poblet.

Toda fue el autor de una abundante obra, en español, en catalán y ocasionalmente en inglés. Quizás la más valiosa desde el punto de vista historiográfico fue su Bibliografía española de Cerdeña, premiada por la Biblioteca Nacional y publicada a expensas del Estado en 1890. Pero la obra que hemos escogido es su amena La vida en el Celeste Imperio, publicada en 1887, en la que recoge impresiones y valoraciones de su estancia en China. Naturalmente, contrasta gratamente con la de Castro y Duque, que presentábamos la pasada semana: la información es de primera mano, la contrasta con otras fuentes, y el observador es perspicaz. Y sin embargo, advertimos ciertas coincidencias fruto de la época y sus valores dominantes. Así, constatamos un “complejo de superioridad” manifiesto, que le lleva a juzgar olímpicamente, en ocasiones con cierto desprecio, aquello que describe: costumbres, conductas, realidades varias de los “indígenas” (como suele denominarlos). A veces, y visto desde nuestro presente, resulta chocante cuando se escandaliza con filisteísmo burgués de la época, de ciertos comportamientos que le resultan deleznables.

También es patente la naturalidad con que asume el imperialismo dominante, la guerra del opio, y la ausencia de crítica alguna hacia los tratados desiguales; al contrario, asume los privilegios que aquellos deparan a los europeos. Resulta llamativa la siguiente frase: «No hace muchos años, los cazadores extranjeros (en Shanghai) eran causa de serios conflictos en los campos chinos, singularmente si tenían la desgracia de haber muerto o herido involuntariamente a algún indígena.» ¡Caramba, sólo se conduele de la desgracia del homicida…! Es interesante observar cómo concluye la narración, que se encuentra en el capítulo XXVII. En el mismo sentido, repetidas veces insiste en la urgencia de que España incremente su presencia, su aprovechamiento económico y su peso político en Oriente, a partir de las posesiones de Filipinas. Y puesto que han fracasado o se han perdido las acciones llevadas a cabo en este sentido en Cantón, Borneo o Anam, acaricia la posibilidad de arrebatar a China la isla de Formosa, que sólo posee parcialmente desde el siglo XVII, y cuya población autóctona está emparentada con la de la isla de Luzón. No puede sospechar que apenas una década después, será Japón la potencia que se haga con ella.

Otros pasajes son de interés: la emigración china ―con ribetes de trata― hacia California, Australia y Cuba; el papel meramente instrumental para los intereses nacionales que concede a las abundantes misiones católicas españolas, etc. Pero concluyamos con un significativo lamento que se le escapa al autor: «Desde el primer día de nuestra llegada, empezamos a mirar hacia el porvenir más o menos próximo de la vuelta a Europa, y nos consolamos pensando que cada día transcurrido es uno menos en la cuenta que fija el plazo de la liberación, que liberación es el dejar tan ingratos países donde suele perderse con frecuencia la salud para el resto de la vida, y vuelto a la vida de la libertad, es la idea de regresar al seno de la madre patria.» El libro resulta iluminador de la actitud imperialista y de sus limitaciones; y la misma falta de empatía que manifiesta resulta relevante al manifestar los valores dominantes en la sociedad occidental de fines del siglo XIX. Dominantes, pero no únicos; y criticados desde diversas y opuestas ideologías en sus mismos países.



lunes, 10 de mayo de 2021

Mariano de Castro y Duque, Descripción de China

Retrato de desconocido

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El interés por conocer a fondo la civilización china se multiplicó en Europa desde el siglo XVIII, fundamentalmente a través de la labor de los misioneros jesuitas, de los que hemos comunicado las pasadas semanas diversas obras de tres personajes destacados: Diego de Pantoja, Dominique Parennin y Joseph de Moyriac de Mailla. Por otra parte, en el siglo XIX los contactos de las potencias europeas se incrementaron, en buena medida por medio de un intervencionismo violento, que se resume en las dos guerras del opio (1839-42 y 1856-60) promovidas por el Imperio Británico. El resultado son concesiones territoriales y comerciales, que se reproducen con otros países como Rusia, Estados Unidos, Francia, y más tarde Alemania, Japón… China entró por tanto en una situación semicolonial, de la que sólo saldrá en el siglo XX tras el establecimiento del comunismo.

En cualquier caso, continuó creciendo el interés por la cultura y especialmente por los productos chinos (seda, porcelana, té, lacas…) durante el siglo XIX. Ahora bien, la admiración que ha provocado en los siglos anteriores comienza a verse afectada por el naciente racismo contemporáneo fruto de la Ilustración, de los avances científicos y tecnológicos y de las revoluciones políticas. La consecuencia es el patente “complejo de superioridad” que oscila entre un paternalismo comprensivo y una crítica despectiva hacia las sociedades que se consideran primitivas o fracasadas, y en cualquier caso destinadas a aculturarse satisfactoriamente con Occidente. En las cartas de jesuitas se discrepaba y se criticaban algunos valores o comportamientos chinos, pero se respetaba la cultura, la sociedad y las personas chinas; este respeto es el que aparentemente se ha diluido con rapidez ante el embate de la modernidad.

La obra que comunicamos esta semana es una mera descripción de China, breve, somera y superficial, casi apropiada para incluirla en una enciclopedia, publicada en 1862 con el equívoco título Compendio de la Historia de la China. Su gobierno, leyes, ciencias, artes, industria, comercio, navegación, usos y costumbres. Su autor (del que no tengo referencias) la presenta como traducida del francés, y como resumen “que aunque rápido, es muy fiel”, de la magna Histoire générale de la Chine, ou Annales de cet Empire, de nuestro conocido Moyriac de Mailla, con la que es evidente que no guarda ninguna relación: la historia es meramente orillada, y sólamente se extractan algunos datos del volumen trece, suplementario, de dicha obra, en la que el abbé Grossier, uno de sus editores, presenta La description topographique des quinze provinces qui forment cet Empire, celle de la Tartarie, des Isles, et autres pays tributaires qui en dépendent; le nombre et la situation de ses villes, l’état de sa population, les productions de son sol, et les principaux dètails de son Histoire Naturelle. Sin embargo, su valor puede radicar en que nos muestra la percepción general de China que se generaliza a mediados del XIX, y que se reproducirá por medio de la literatura, las artes, la música y, más tarde, del cine.

Hergé, El Loto Azul (1936)

lunes, 3 de mayo de 2021

Joseph-Anne-Marie de Moyriac de Mailla, Cartas desde China (1715-1733)

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Si en la entrega de la pasada semana observábamos cómo las cartas de Parennin transmitían a los europeos de su tiempo el conocimiento de la cultura china, con satisfacción y no poca admiración, hoy presentamos las de otro misionero jesuita en China, de recorrido vital semejante: Joseph-Anne-Marie de Moyriac de Mailla (1669-1748), generalmente conocido como el padre Mailla. Sin embargo, sólo la primera de las cinco cartas seleccionadas puede comparase con las que publicamos de Parennin: es un extenso informe sobre la isla de Miuan, bautizada como Hermosa (Formosa) por los portugueses, que se encuentra en proceso de conquista por parte del imperio chino. Una buena parte de la isla todavía permanece en manos de sus habitantes nativos, emparentados con los de las islas Filipinas… Desde la capital, Taiuan (que acabará por dar nombre a la isla) mandarines, soldados y comerciantes chinos se esfuerzan en afianzar su posesión.

Pero las restantes cartas seleccionadas son informes rigurosos dirigidos a las autoridades superiores de la Compañía de Jesús, a las que se quiere poner al tanto sobre los conflictos que periódicamente se producen y afectan a la marcha de la misión. Son consecuencia del choque cultural que supone la introducción y difusión del cristianismo y de otros valores occidentales en el seno de la milenaria civilización china. A través de la reproducción de las disposiciones que se publican, podremos observar las reacciones de las élites del Imperio, y las variadas maniobras políticas que se emprenden. Y asimismo, las abundantes gestiones que los misioneros llevan a cabo en su defensa, movilizando simpatizantes, publicando memoriales, aduciendo leyes y pronunciamientos previos, y siempre pretendiendo lograr la protección del emperador. Los resultados de este activismo son parvos, y los misioneros serán proscritos progresivamente de las distintas provincias y deberán trasladarse al Macao portugués. Sólo subsistirá el núcleo establecido en Pekín, por las elevadas funciones culturales que desempeñan en la Corte.

El padre Mailla, matemático y lingüista, destaca sobre todo por su labor como historiador al emprender la traducción de una de las obras cumbres de la historiografía china, de compleja elaboración. El erudito Sima Guang (1019-1086), en tiempos de la dinastía Song, compiló la historia de China desde el siglo V a. C. en su Zizhi Tongjian (Espejo completo en ayuda de la gobernanza), en 294 volúmenes. Un siglo después, los discípulos del confuciano Zhu Xi (1130-1200), basándose en las enseñanzas de su maestro elaboraron el Tongjian Gangmu (1172), extracto del anterior, y al mismo tiempo reinterpretación crítica. Con la dinastía Quing fue traducida al idioma manchú, y es esta la versión que usó el padre Mailla para su traducción al francés. Se publicará póstumamente en París entre 1777 y 1783, al cuidado del abate Grossier, con el título Histoire générale de la Chine, ou Annales de cet Empire, en doce volúmenes. A partir de entonces constituirá la principal fuente para el conocimiento de la historia china en Occidente.

Xu Yang, Vista de Suzhou (siglo XVIII)