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lunes, 28 de junio de 2021

Valentín Almirall, España tal cual es

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Escribe Enric Ucelay-Da Cal en el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia: «Es tópico dar a Almirall el trato de “padre del catalanismo”, ya que se le considera inventor de este neologismo. En la práctica, sin embargo, dentro de la tradición del nacionalismo catalán se le recuerda más bien como un abuelo, un antepasado directo de los auténticos “padres fundadores”. Él mismo, sin duda alguna, quiso ejercer de patriarca y no se salió con la suya. Rico y displicente, ideólogo inquieto y político ingenioso, estuvo aquejado de un temperamento impaciente en demasía para las tareas que él mismo se impuso. Así, su trayectoria no dio más que frutos indirectos, hecho del cual él tuvo amarga confirmación. Pero es verdad que la tan proteica noción del “catalanismo” fue suya: ya dejó muestras de ello en 1878 y famosamente, en 1886, definió la idea como un “particularismo” alternativo, tanto al imperante liberalismo monárquico, unitario aunque ocasionalmente dijera otras cosas, y al federalismo republicano, demasiado municipalista e incluso libertario en su fondo doctrinal para ser funcional, tal como pudo constatar en el aciago año de 1873 (…)

»A partir de sus cuarenta años cumplidos en 1881, su mejor momento político coincidió con una portentosa explosión creativa. El 1885, Almirall organizó en Barcelona una protesta contra la política comercial gubernamental ante Gran Bretaña y, por implicación, contra la delegación informal parlamentaria, la llamada “diputación de Cataluña” en las Cortes (o sea, el liberal Balaguer). Se aseguró ser nombrado redactor ponente de la Memòria en defensa dels interessos morals i materials de Catalunya, recordada como el Memorial de Greuges; y quienes también participaron se supeditaron a su dictado. La maniobra del Memorial, constitucionalmente absurda, consistía presentar el texto en comisión a Alfonso XII. Naturalmente, el gesto —pues sólo era eso, como no dudó en señalar con cortesía el monarca— no sirvió de nada, pero convirtió a Valentí Almirall en la figura clave de la política catalana. Y su ascendencia ideológica era asimismo patente.

»Almirall reunió unos artículos, ya presentados antes en Barcelona en catalán, y los publicó de nuevo en La Revue du Monde Latin, para recogerlos a continuación como opúsculo en L’Espagne telle qu’elle est, impresos en Montpellier, en 1886. Fueron entonces traducidos al castellano por su fiel amigo Celso Gomis, con el mismo título, España tal cual es, mucho más explosivo en clave castiza, y editados en Barcelona en el mismo año de 1886. Se elaboró, por añadidura, una nueva edición, en francés, considerablemente aumentada, y publicada al año siguiente en París. A resultas, Almirall se presentaba como la voz crítica de una revisión radical de la situación española, tanto dentro como fuera del país, tanto en catalán como en castellano como en francés, entonces el idioma internacional.»

Y esta es la obra que comunicamos, que presenta dos claras vertientes, regeneracionista y particularista. Por un lado la crítica y el rechazo general a la España de la Restauración (a la que moteja como el pachalicato), establecida una década atrás con la pretensión de superar la inestabilidad congénita del liberalismo anterior. La caracteriza su inmoralidad, su anarquía, su desbocada deuda pública, el número de sus generales, la corrupción económica y electoral, el chanchullo… Ahora bien, Almirall es una voz más (excesivamente generalizadora y meramente denigratoria) que choca con las de otros críticos más reflexivos: Lucas Mallada, Ángel Ganivet, Joaquín Costa

Más originalidad posee su planteamiento catalanista, que gozará de considerable éxito, y se desarrollará en direcciones que el propio Almirall rechazará. Pero los cimientos, el punto de partida que establece nuestro autor, permanecerá: «España no es una nación una, compuesta de un pueblo uniforme, sino todo lo contrario. En nuestra península se han aclimatado, desde los tiempos históricos más remotos, una gran diversidad de razas, sin haberse confundido jamás una con otras. En una época más reciente se han formado en ella dos grandes grupos: el grupo castellano o central-meridional, el grupo vasco-aragonés o pirenaico. Ahora bien, los caracteres y los rasgos de estos dos grupos son diametralmente opuestos. El grupo central-meridional, bajo la influencia de la sangre semítica que debe a la invasión árabe, se distingue por su espíritu soñador, por su disposición a generalizarlo todo, por su amor al fausto, a la magnificencia y a la amplitud de las formas. El grupo pirenaico, salido de las razas primitivas, se muestra mucho más positivo. Su genio es analítico, y, rudo como el país que habita, va al fondo de las cosas sin pararse en la forma.» Y la historia de los últimos siglos «se resume en la absorción de toda España por el grupo central, cuya gran preocupación actual es la de imponer la legislación castellana a todas las regiones pirenaicas. Es el fin del fin.»

Por estas mismas fecha Almirall publica su obra más desarrollada, El catalanismo; motivos que lo legitiman, sus fundamentos científicos y sus soluciones prácticas, que en su día comunicamos en Clásicos de Historia.


lunes, 21 de junio de 2021

Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña (1885)

 
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Concluían así los próceres catalanes redactores del documento que comunicamos esta semana: «Fundamos (nuestras) esperanzas en el renacimiento que se inició hace ya algunos años, y se ha desarrollado constantemente. Hace cosa de medio siglo, que si bien algunos hombres previsores habían emprendido la tarea de reivindicar nuestra historia, nadie pensaba que pudiesen nacer aspiraciones a un orden de cosas que fuese consecuencia de nuestras antiguas glorias. Y sin embargo, un renacimiento que empezó tímidamente en el terreno literario, halla hoy ya estrechos los límites de las artes y de las ciencias especulativas, aspira a fines de trascendencia práctica, y entra en el terreno político-social.»

Escribe Santos Juliá en su artículo Despertar a la nación dormida: intelectuales catalanes como artífices de la identidad nacional (“Historia y Política”, 8, 2002): Hasta 1886, «el sentimiento de patria catalana se había expresado políticamente en términos de regionalismo o federalismo, lo que no hacía incompatible su coexistencia, no exenta de problemas ni de un extendido sentimiento anticastellanista, con la identificación con la otra patria, la española. El lenguaje del doble patriotismo, característico de los tiempos románticos y del posterior auge del movimiento regionalista, encontró su momento culminante en el Memorial de Agravios presentado al rey Alfonso XII por el Centre Catalá en marzo de 1885. Unos meses antes, en enero, bajo la presidencia de Valentí Almirall, el Centre había convocado en la Lonja de Barcelona a todas las entidades cívicas para protestar contra el modus vivendi con Inglaterra y contra el proyecto de uniformizar el derecho civil. La comisión de doce miembros elegida para redactar la memoria y la que luego se encargó de presentarla ante el rey mostraban bien la capacidad del Centre Catalá para convocar a personalidades de la más variada procedencia social y de distintos horizontes ideológicos y políticos, desde el mismo Almirall, un republicano federal catalanista, hasta Mariá Maspons, notario, monárquico y diputado por el Partido Conservador. Entre ellos, destacados juristas contrarios a la implantación de un código civil uniforme, como Joan Permanyer i Ayats y Josep Pella i Forgas, poetas católicos como Jacint Verdaguer y Jaume Collell; o representantes de intereses industriales o agrarios, como Joan Antoni Sorribes, Benet Malvehí y Josep Pujol o del obrerismo moderado, como Manuel Vila.

»Ante el rey, Mariá Maspons i Labros afirmó la voluntad catalana de no debilitar, ni mucho menos atacar, la gloriosa unidad de la patria española. Al contrario, su propósito consistía en fortificarla y consolidarla, pero entendía que para lograrlo no era “buen camino ahogar y destruir la vida regional para sustituirla por la del centro”. Su deseo era que en España se implantara un sistema regional adecuado a sus condiciones, al estilo de los que seguían los gloriosísimos imperios de Austria-Hungría y Alemania, o el Reino Unido y que ya había seguido España “en los días de nuestra grandeza”. A partir de ahí, Maspons pasó a exponer todos los agravios históricos de que había sido víctima Cataluña: su sistema administrativo liquidado, su lengua reducida a los hogares o las conversaciones familiares, su derecho civil adulterado y, en fin, la industria promovida en 40 años de trabajos y privaciones sin cuento atacada por el tratado con Francia y por el modus vivendi con Inglaterra. Administración, lengua y derecho civil propios y defensa de los intereses de la industria y el comercio catalanes, tal era el resumen de las peticiones que interesaban por igual a burócratas, juristas, clérigos, literatos, políticos, industriales, comerciantes. La cuestión consistía en encontrar no sólo una institución, un organismo, que cobijara a gentes de tan diversa procedencia sino un lenguaje común en el que todos ellos pudieran encontrarse. Y tal sería la tarea de los jóvenes que en 1886 irrumpieron en la escena pública fundando el Centre Escolar; ellos sirvieron de argamasa de una coalición entre burgueses y profesionales y ellos codificaron un nuevo lenguaje en el que todos los catalanistas, fuera cual fuese su procedencia social y su proyecto político, pudieran encontrarse, el lenguaje del nacionalismo.»

Pues bien, se debe destacar cómo en este Memorial de greuges, a pesar del patente reconocimiento de Cataluña como parte de España, se encuentra presente la base ideológica del ya próximo nacionalismo catalán, que proseguirá sin grandes cambios hasta nuestros días: «El pueblo de la parte española de la península no es, pues, un pueblo homogéneo, sino que está formado por varias razas, grupos o variedades, que presentan caracteres y tendencias no ya distintos sino diversos (…) Los dos grupos más importantes del pueblo de la parte española de la península, desde que se reunieron para formar un Estado, lejos de completarse mutuamente por medio de la armonización de sus caracteres y tendencias, llegaron a un resultado completamente distinto.» Naturalmente, estos dos grupos son el catalán y el castellano, en el que se subsumen todos los demás… Pero también podemos observar cierta falta de respeto a las formas legales, al dirigir el memorial al rey, a pesar, se reconoce, de que «ningún mandato suyo puede llevarse a efecto si no está refrendado por un Ministro», pero siempre podrá separarlo libremente de su cargo, y nombrar otro… Se constata, pues, cierta afición a los argumentos un tanto frívolos y capciosos. Y la venda antes de la herida: «No faltará tal vez quien nos acuse de pretender resucitar usos del absolutismo, por el mero hecho de dirigirnos al poder Real.»

Agregamos como Apéndice el texto del discurso (citado por Santos Juliá) que pronunció Mariano Maspóns ante el rey el 10 de marzo de 1885, y los de Eusebio Güell, Valentín Almirall y, de nuevo, Mariano Maspóns, en el curso del banquete que se les ofreció el 29 de marzo siguiente.


lunes, 14 de junio de 2021

José Cadalso, Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu

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Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, incluyó en sus célebres Cartas Persas (1721), una dedicada a España. Su crítica, bastante banal y basada en estereotipos propios de la época, se debe relacionar con los dardos que lanza a la sociedad francesa. Naturalmente, provocó un considerable rechazo o, a lo menos, una cierta decepción, entre los muchos admiradores del autor de El Espíritu de las Leyes. Uno de ello fue José Cadalso (1741-1782), de quien ya incluimos en Clásicos de Historia sus Cartas Marruecas, que en su juventud redactó la obra que presentamos, conocida sólo desde hace medio siglo. La profesora Ana Peñas Ruiz, en Cartaphilus, Revista de Investigación y Crítica Estética, 3 (2008), la estudió en detalle, y de ese artículo entresacamos algunos párrafos.

«La Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu es un texto atribuido a José Cadalso y desconocido hasta hace relativamente poco tiempo, cuando el crítico francés Guy Mercadier lo compró a un librero madrileño en el año 1970. Hasta este momento, se desconocía el paradero de esta obra que el propio Cadalso cita en una carta enviada a su amigo, el poeta Meléndez Valdés. Se trata de una carta escrita entre abril y mayo de 1775, en la que Cadalso nombra al poeta amigo “depositario” y “heredero” de sus manuscritos inéditos, para evitar con ello que le fueran atribuidos póstumamente textos ajenos a su pluma. Al hacer el inventario de las obras que se propone enviarle registra (...) y, junto a estas obras, la titulada Notas a la Carta Persiana N.º 78 en que el Sr. Presidente Montesquieu se sirve decir un montón de injurias a esta nación sin conocerla. El título definitivo ―al menos mientras no tengamos otra edición del texto― es el que figura en el manuscrito hallado por Mercadier: Defensa de la nación española contra la “Carta persiana LXXVIII” de Montesquieu. Notas a la carta persiana que escribió el presidente de Montesquieu en agravio de la religión, valor, ciencia y nobleza de los españoles

«Para el español, esta “mal fundada sátira”, como califica la “Carta LXXVIII” de Montesquieu, no pasa de ser una mera extravagancia. Lo que preocupa verdaderamente a Cadalso no es que los disparates que difunde este breve texto narrativo de Montesquieu surtieran algún efecto sobre los hombres de letras ―“de juicio”, los llama Cadalso―, sino que estas ideas pudieran llegar a “los necios”, mucho más abundantes que los primeros. (…) Cadalso se indigna de que un hombre de la talla y genio de Montesquieu haya sido capaz de agraviar tan injustamente a su país vecino; un país que, además, no conoce más que de lecturas y oídas. Esta situación era bastante frecuente en la España del siglo XVIII, y continuará durante el siglo XIX, cuando se multiplican las voces críticas que, sobre todo desde la prensa, claman contra los abusos y prejuicios de los escritores y viajeros españoles, cuya visión de España corresponde a la leyenda negra de un país atrasado y asolado por todo tipo de males endémicos, desde la falta de educación hasta a superstición y la poltronería como rasgo más sobresaliente del carácter de sus habitantes.»

«La crítica a Montesquieu en la Defensa se expresa a través de un doble juego: los comentarios y expresiones directas, hirientes y mordaces, junto a la ironía más velada de aparentes elogios al escritor. Ello se advierte ya desde el principio del texto, en las reiteradas referencias al carácter del escritor francés, de quien afirma Cadalso que no es esperable una calumnia tan descarnada contra un país ajeno, como sí lo sería de un “petimetre francés de poca edad, menor juicio y ninguna modestia.” Recordemos, para advertir lo hiriente del comentario, que Montesquieu tenía poco más de veinte años cuando escribe las Lettres persanes. Por otra parte, no hay que perder de vista que el propósito de Cadalso se centraba en responder a un texto de un escritor tan famoso y admirado como Montesquieu, a cuyos méritos literarios se añadía un buen linaje para completar su imagen externa de hombre grave y respetable. De hecho Cadalso reitera hasta siete veces este mismo adjetivo, “grave”, para referirse a Montesquieu (...) Esta insistencia no tiene como objetivo remarcar esa cualidad positiva del francés sino, muy al contrario, rebajar a éste mediante un elogio ex contrario ―muy frecuente, por lo demás, en los escritores españoles del siglo XVIII, que siguen la tradición de los grandes satíricos del Barroco―.»

lunes, 7 de junio de 2021

Nicolás Masson de Morvilliers y Mariano Berlon, Polémica sobre Barcelona

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Comunicamos esta semana un último aporte sobre la agitación que causó el artículo sobre España publicado por Nicolás Masson de Morvilliers (1740-1789) en la Geografía moderna de la Enciclopedia metódica. El orgullo nacional herido (sólo falta el impulso decisivo de las ideas revolucionaria para convertirse en el nacionalismo moderno) es siempre susceptible y, como ya vimos en las Cartas críticas de Denina, provocó la búsqueda de errores, gazapos y falsedades en los restantes artículos de la Geografía moderna, que en puridad era un extenso diccionario de topónimos geográficos en tres tomos divididos en varios volúmenes. Naturalmente, los hallazgos en este sentido fueron interpretados como infundios conscientes y denigratorios, injurias maliciosas a las que sólo podría justificar la ineptitud e ignorancia de sus redactores, y sobre todo del trasparente M. D. M. que firma muchos de los referentes a España.

Así lo comentaba Francisco Lafarga en los Anales de Literatura Española (núm. 2, 1983): «En esta línea se encuentra (...) la Defensa de Barcelona, publicada por Mariano Berlon en el Memorial literario de junio de 1787. Dicha defensa, escrita en forma de carta a los redactores del periódico, es posterior a la publicación de las obras ya citadas de Cavanilles, Denina y Forner, y participa en cierto modo de su indignación y de su deseo de enmendar los yerros y disparates que se hallan en la Encyclopédie méthodique. La Defensa de Barcelona es, pues, mucho más que un alegato contra las inexactitudes y errores observados en el correspondiente artículo de la enciclopedia francesa: el autor arremete en ella contra Masson de Morvilliers, señalándole como el preguntador famoso de “¿Qué se debe a la España?”, poniendo de manifiesto su escasa información sobre Barcelona y los errores que escribe sobre esta ciudad, que no pueden pasar desapercibidos a ninguno de sus habitantes. La crítica tiene un alcance mayor, ya que el autor de la Defensa pone en tela de juicio no sólo la veracidad y buena fe de Masson, sino de toda la Encyclopédie, obra a la que al principio califica de “sublime” y de “depósito de los conocimientos humanos”. Y aún más, lleva el tema hasta las relaciones entre las naciones y los pueblos, insistiendo en el poco aprecio de los franceses por los españoles en el siglo XVIII.»

No he localizado ninguna información sobre Mariano Berlon, por lo que sólo sabemos de él lo que se desprende del texto. Se considera orgullosamente español y catalanohablante: «El tierno amor que profeso a mi nación, dirige mi pluma, y aunque mi idioma es diferente del de la Corte, yo soy español, y en esto constituyo mi dicha.» Y posiblemente es barcelonés, y relacionado (por el interés que manifiesta) con las actividades manufactureras y comerciales tan florecientes en la ciudad. Pone de relieve los errores descriptivos que comete el autor francés, referentes tanto a la propia trama urbana, como a las diferentes instituciones en ella erigidas. Pero guarda su mayor indignación contra lo que parece considerar un despectivo ninguneo de la la capacidad productiva de la ciudad, y la inexplicable aminoración de su población, reducida en la Enciclopedia a 16.000 habitantes, cuando Berlon asegura que rebasa los 110.000. Y para ello multiplica los argumentos demostrativos.

Publicamos el breve artículo original de Masson de Morvilliers, acompañado de una traducción propia, y el texto de Mariano Berlon.

Portada del tomo en el que se publica la Defensa de Barcelona.