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lunes, 25 de abril de 2022

Gregorio Marañón, Artículos republicanos 1931-1937

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Andrés Trapiello nos presenta así al protagonista de esta semana en su tantas veces citada Las armas y las letras: «Marañón fue toda una institución política y humanística del momento. Era médico, político, historiador, ensayista, biógrafo, dedicaba muchas horas al laboratorio y muchas a la medicina hospitalaria, llegó a ser miembro de todas las academias, y cada cierto tiempo, con relativa frecuencia, publicaba inamovibles volúmenes sobre cualesquiera de estas materias, sin contar el tiempo que le llevaba hacer la visita diaria a los ilustres enfermos que solicitaban su atención y diagnóstico. Su vocación política, por lo menos antes de la República, fue neta y no menor que la médica. Había estado preso en tiempos del general Primo, como conspirador, en una de esas prisiones que más que desdorar el currículum del interesado, lo bruñían con rapidez y prestancia y lo lanzaban a nuevas campañas triunfales. Fue fundador, con Ortega y Pérez de Ayala, de la Agrupación al Servicio de la República, que emitió su proclama el 10 de febrero de 1931, y también, como Ortega y Ayala, diputado en las Cortes Constituyentes.»

Pues bien, de entre la inmensa producción intelectual de Marañón, relacionada exhaustivamente por Antonio López Vega en su Biobibliografía de Gregorio Marañón (2009), hemos seleccionado una treintena de artículos periodísticos en los que se ocupa de la vida política española tras el 14 de abril, en la que participa activamente hasta su renuncia al escaño en las Cortes en 1933. Su posicionamiento a favor de la república es patente y entusiasta. Su punto de partida, desde su progresismo, es el rechazo de la monarquía, tanto por su respaldo a la dictadura de Primo de Rivera como por la misma esencia y funcionamiento del régimen de la Restauración. En el marco de la crisis general del sistema liberal provocada por la Gran Guerra, Marañón no es capaz de percibir el carácter abierto y perfectible del sistema regido por la constitución de 1876, aunque unos años después rectificará.

Roberto Villa, en su esclarecedor 1917 El estado catalán y el soviet español (2021) afirma que «la España de 1917 poco tenía que ver ya con esa caricatura que, cuando alude a los aspectos sociales y económicos, se define en término de “atraso”, “estancamiento” o “fracaso”, y que cuando se menciona lo político se etiqueta con “oligarquía” y “caciquismo”, el manido lema de Joaquín Costa. La España de hace un siglo era una nación dinámica y progresiva (…) Desde un punto de vista político, España se regía por medio de una monarquía constitucional con un gobierno parlamentario. Su entramado de reglas e instituciones era equiparable al de cualquier otro país liberal y poseía innegables potencialidades democráticas, culminadas con la concesión del sufragio universal masculino en 1890 (…) Hacia 1917 el sufragio universal funcionaba cada vez mejor y las elecciones fueron progresivamente más disputadas y limpias, comparadas con las del siglo XIX. Cabían pocas dudas de que, de mantenerse la arquitectura del régimen político, esa evolución electoral anticipaba la democracia liberal.»

Pero a muchos de los sectores republicanos, socialistas, catalanistas y militares que, en la vieja tradición liberal e historicista, mitificaban el concepto de la revolución como panacea transformadora de las sociedades, se les une una parte significativa aunque reducida de la clase política de la Restauración, y abundantes intelectuales y creadores de opinión, especialmente tras el fin de la dictadura. Con ellos, Gregorio Marañón participará significativamente en el establecimiento de lo que es por todos defendido como una inevitable ruptura de la legalidad; eso sí, según sus promotores, traído por un “Pueblo” abstracto e indeterminado: en realidad la autodeclarada “voluntad general” de Rousseau. El entusiasmo que manifestará Marañón es indudable, al igual que su confianza en el éxito del nuevo régimen, y se mantendrán durante bastante tiempo, a pesar de los conflictos, cada vez más graves: la quema de conventos, los sucesos de Castilblanco... Mientras que otros como Ortega y Unamuno se desencantan pronto, nuestro autor conservará y manifestará en sus artículo un cierto optimismo, que le lleva a minimizar problemas y excesos, y a considerarlos conflictos necesarios en todo proceso revolucionario. Con todo, progresivamente sus comentarios tienden a alejarse de la vida política directa, y a centrarse en cuestiones que puedan considerarse neutrales: la cultura, su difusión con carácter hispánico en Marruecos, Argelia, América…

Todavía en junio de 1936 observamos una cierta ambivalencia en nuestro autor: reconoce que «pasan muchas cosas graves, profundas (…) Cosas, es cierto, desagradables para muchos, incómodas y a veces trágicas. Pero profundamente serias, estructuradas bajo su aparente incoherencia y reveladoras de una vitalidad nacional que no puede menos de ser fecunda, aunque a costa del dolor de muchos. Incluso del dolor de quien esto escribe.» Pero confía en que «a costa sin duda de unos meses de fricción áspera y a veces violenta, entre las nuevas fuerzas políticas de España se podrá llegar a la estructura moderna sin que pasemos por la fase rigurosamente unilateral de otros países de Europa, rojos o negros (…) Ahora, ¿cuál será esa estructura moderna? (...) los pueblos marchan siempre hacia un mejor porvenir, que, naturalmente, no puede coincidir con los ideales y los intereses de todos. El que dude que dentro de unos años se habrá llegado a una transacción entre las dos fuerzas extremas que hoy luchan en el mundo está ciego. El comunismo está ya infestado de burguesía, y los regímenes fascistas tienen desde lejos reflejos rojos. Mientras los hombres tengan manos se golpearán con ellas, y luego se las estrecharán. Y así, en España, quién sabe si antes que en otros pueblos.»

Pero lo que llegó fue, en cambio, “la orilla donde sonríen los locos”, la guerra civil, y con ella su  cambio de postura, cuando por fin Marañón consiga salir de España, será definitivo: «Éstos son los términos exactos del problema. Una lucha entre un régimen antidemocrático, comunista y oriental, y otro régimen antidemocrático, anticomunista y europeo, cuya fórmula exacta sólo la realidad española, infinitamente pujante, modelará. Así como Italia o Flandes, en los siglos XV y XVI, fueron teatro de la lucha entre los grandes poderes que iban a plasmar la nueva Europa, hoy las grandes fuerzas del mundo libran en España su batalla. Y España aporta ―es su gloriosa tradición― la parte más dura en el esfuerzo por la victoria, que será para todos. En torno a estos términos es como la mayoría de los españoles han tomado su posición. Y en torno a ellos es como debe tomarlos el espectador extranjero, que quizá sea menos espectador de lo que se figura. O comunista o no comunista: no hay por el momento otra opción (…) Los liberales españoles saben ya a qué atenerse. Los del resto del mundo, todavía no.»

El presidente de Francia, Edouard Herriot, en Toledo,
con Azaña, De los Ríos y Marañón 
(31 de octubre de 1932)

lunes, 18 de abril de 2022

Emil Hübner, La arqueología de España

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Comunicamos esta semana el status quæstionis, las fuentes y estudios para el conocimiento de la Península Ibérica en la Antigüedad… en 1888. Su autor es Emil Hübner (1834-1901), el gran epigrafista (pero también experto en la geografía antigua, urbanismo, onomástica, lenguas prerromanas…), y lo presentó al concurso Martorell para premiar la mejor obra original sobre arqueología española, bajo lema Sic vos non vobis, que recuerda una vieja anécdota atribuida a Virgilio, que explaya así la frase: «Así vosotras, no para vosotras, hacéis la miel, abejas; así vosotros, no para vosotros, lleváis los arados, bueyes; así vosotras, no para vosotras, hacéis los nidos, aves; así vosotras, no para vosotras, lleváis los vellones, ovejas.» Hübner recogió de forma exhaustiva las fuentes geográficas, históricas, epigráficas, numismáticas y monumentales conocidas en su tiempo, y señaló distintas direcciones para las investigaciones subsiguientes.

José María Álvarez Martínez, en su artículo La influencia alemana en los inicios de la Arqueología e Historia Antigua españolas, nos lo presenta así: «Hübner llegó a España con 26 años en 1860 (había nacido en 1834) con el encargo de la Academia de Berlín de estudiar la posibilidad de recopilar todas las inscripciones romanas existentes en la Península con destino a la magna obra: Corpus Inscriptionum Latinarum, y en el que el elenco hispano iba a constituir su volumen II. Su estancia, de 20 meses, fue bien aprovechada, pues llegó a conocer lo más significativo en materia arqueológica de España y Portugal y a recopilar ya los primeros epígrafes. Durante esa fructífera estancia pudo conocer a muchos de los que serían sus colaboradores y corresponsales, quienes quedaron prendados ante la sólida formación del alemán y su hombría de bien, unida a una natural sencillez, que le llevaba a tratar con deferencia a todos los que se relacionaban con él, sin perjuicio de mostrar taxativamente su opinión, contraria en muchas ocasiones a la de sus interlocutores, cuando era menester (…)

»Fruto de esa primera estancia fue la publicación de una ilustrativa Memoria sobre su viaje, que presentó a la Academia de Berlín. En ella vertía comentarios sobre la arqueología española y portuguesa y se refería a sus monumentos más señalados (...) Un año más tarde, en 1862, igualmente en Berlín, editaría su conocida obra Die antiken Bildwerke in Madrid, sobre los fondos, fundamentalmente escultóricos, existentes en las más conocidas instituciones y colecciones privadas de Madrid y de algunas ciudades como Sevilla, Lisboa, Mérida (…) Por fin, en 1869, tras otros viajes efectuados, vio la luz el ansiado segundo volumen del Corpus Inscriptionum Latinarum, Inscriptiones Hispaniæ Latinæ, al que el epigrafista español Manuel Rodríguez de Berlanga llegó a definir como monumento imperecedero erigido por la Alemania contemporánea a la Hispania romana. En 1871 salían sus Inscriptiones Hispaniae Christianae. Sucesivamente, en 1892 el Supplementum al volumen II del Corpus; en 1893 su Monumenta linguæ ibericæ y en 1890, un año antes de su muerte, el Supplementum de las Inscriptionum Hispaniæ Christianarum (...)

»Su relación con los profesionales españoles fue siempre, además de fructífera, afectuosa y entrañable. Así lo he podido apreciar en estos días en la consulta de los archivos del Deutsches Archäologisches Institut, donde figuran cartas de pésame a la institución de parte de los más cualificados arqueólogos e historiadores de la antigüedad españoles. Entre los más allegados habría que citar a Fernández Guerra, Saavedra, Delgado, Berlanga, Mélida, Fita, el portugués Martins Sarmento etc. Fruto de ese conocimiento que adquirió sobre la arqueología española son sus duras palabras sobre el mal estado de la arqueología en nuestro país en su Arqueología española, editada en Barcelona, en 1888. Se extendía en analizar las deficiencias, que él basaba en la falta de medios y de bibliotecas especializadas, así como en el desinterés de los jóvenes por estas materias y su preferencia por otras actividades. Abundando en su visión de la arqueología española, bien expresada en la monografía anteriormente referida, Hübner dice que lo que él publica en el libro no es otra cosa que unas líneas generales de lo que considera necesario y a tener en cuenta en los estudios de arqueología: noticias geográficas, relaciones de hallazgos de restos arquitectónicos y escultóricos, de monedas etc., lo demás lo tendrán que hacer los eruditos en sus respectivos lugares de estudio.»

De una carta de Hübner a Fidel Fita. Berlín, 14 de noviembre de 1894.

lunes, 11 de abril de 2022

Juan Gálvez y Fernando Brambila: Ruinas de Zaragoza en su primer sitio

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La guerra de Ucrania sigue, con su cortejo inherente de sangre, sudor y lágrimas. Compasión por los padecimientos y admiración por su resistencia, ambas están continuamente presentes en medios de comunicación y redes sociales. Por ello vamos a continuar, una semana más, con los paralelos ―ciertamente difusos― con la guerra de Independencia, y más en concreto con los sitios de Zaragoza, que pueden recordarnos los actuales de Mariúpol y otras ciudades. Faustino Casamayor nos contó su vivencia de un modo inmediato, anotado día a día. Alcaide Ibieca elaboró la suya a lo largo de varios años, buscando un relato completo con rango de historia. Ahora bien, los sitios de Zaragoza por los franceses adquirieron en la práctica desde su arranque un poderoso carácter propagandístico, que inmediatamente se constituyó en mito.

En 2007, señalaba el hispanista francés Gérard Dufour: «Respecto a los Sitios de Zaragoza, podemos fijar con toda precisión la fecha y el lugar de nacimiento del mito: el jueves 18 de agosto de 1808, a las diez de la noche, en Madrid, en frente de los números 14–19 de la calle de las Carretas, sede de la Imprenta y Calcografía Real, que publicaba la Gaceta de Madrid. En efecto, intrigados por la iluminación del edificio, muchos madrileños habían acudido a este sitio. Se enteraron del motivo de tan extraordinario señal de alegría: el haber transmitido el Consejo de Castilla a los redactores de la Gazeta, para inmediata publicación en un número extraordinario, el texto del parte de Palafox por el cual anunciaba que los franceses habían levantado el sitio de Zaragoza huyendo vergonzosamente. Inmediatamente, la muchedumbre manifestó su alegría gritando ¡Viva la Virgen del Pilar, viva Palafox, viva Aragón! Al día siguiente, 19 de agosto, al mismo tiempo que circulaba por Madrid el número extraordinario que contenía el parte de victoria del general Palafox, la Gaceta publicó un largo artículo para comentar el fracaso de las tropas francesas ante Zaragoza» (…) El mito, nacido en la manifestación espontánea de la víspera, había adquirido al día siguiente sus características definitivas: exaltación de una defensa numantina, de la lealtad y constancia del general Palafox, e intrepidez y valentía de los valerosos esforzados aragoneses héroes defensores de la patria.»

Y más adelante: «Para dejar constancia de lo sufrido por Zaragoza, Palafox llamó al más prestigioso artista de su tiempo, Goya, para que realizara grabados de los monumentos destruidos. En ello, tenía toda la razón, pues las láminas desempeñaban entonces el papel que tendrá luego la prensa ilustrada y, desde los años de 1780 algunos periódicos ya intercalaban láminas entre sus páginas para llamar la atención de los lectores. Goya salió de Madrid poco después del 2 de octubre de 1808 y, según Alcaide Ibieca, tan sólo llegó a Zaragoza al final del mes. Pero pese a que la lámina 7 de los Desastres de la Guerra (¡Qué valor!) representa a Agustina de Aragón tirando del cañón (una escena que no pudo presenciar), Goya no tuvo tiempo para cumplir con su cometido, ya que, ante el resultado de la batalla de Tudela, abandonó la ciudad. En cambio, otros dos artistas, Fernando de Brambilla y Juan Gálvez, que habían venido a Zaragoza sin ser invitados y a sus propias expensas, realizaron una primera lámina sobre los Sitios que fue puesta en venta en Madrid a finales de noviembre de 1808. La conquista de Madrid por Napoleón les obligó a interrumpir su trabajo. Pero veremos que lo continuaron en Cádiz, con notable éxito.»

«En Cádiz, Brambilla y Gálvez, que habían huido de Madrid cuando Napoleón entró en ella, realizaron la serie de las ruinas de la capital de Aragón tales como habían podido verlas después del primer Sitio. No publicaron la serie de golpe, sino lámina por lámina y (¿deferencia hacia las Cortes, habilidad comercial o esperanza de la gratificación solicitada cuando la obra fue acabada?) obsequiaron al Congreso un ejemplar de los grabados en cuanto salían de las prensas. Los gaditanos que asistieron a las sesiones y cuantos leyeron el Diario de las sesiones las Cortes, El Conciso o El Redactor General cuando se hizo alusión a las gracias que había dado la asamblea a tan patriotas artistas, recordaron los heroicos sacrificios consentidos por los zaragozanos en defensa de la libertad. De su libertad. Y de la de la Patria. Hasta el final de la Guerra de la Independencia, los Sitios de Zaragoza constituyeron uno de los principales mitos (o el mito principal) en los cuales se fundó la Nación en armas en su resistencia al Ogro corso. Los defensores de la capital de Aragón constituyeron todo un modelo para los demás españoles.»

Juan Gálvez (1774-1847) y Fernando Brambila (1763-1834) publicaron las 36 estampas de su Ruinas de Zaragoza en su primer sitio entre 1812 y 1813, aunque alguna ya había gozado de impresiones previas. Su éxito dio lugar a una enorme difusión (y al correspondiente desgaste de las planchas originales). El programa previsto contenía todo lo necesario para alimentar el mito: doce retratos de héroes (Palafox, Agustina de Aragón, el tío Jorge...), doce escenas de la heroica defensa durante el primer sitio (la batalla de las Eras, la defensa de las baterías situadas junto a las puertas de la ciudad...), y otras doce con el luctuoso resultado: las ruinas que dan nombre al conjunto (el Hospital General, Santa Engracia, el Seminario...). En esta edición digital hemos adornado cada grabado con diversos textos alusivos, tomados de los más variados autores, y seleccionados un poco a la ligera, sin ninguna pretensión académica.



lunes, 4 de abril de 2022

Faustino Casamayor, Diario de los Sitios de Zaragoza (1808-1809)

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El autor, a últimos de agosto de 1808, da un suspiro que casi percibimos, y escribe: «Esto es cuanto hasta el día último de agosto ocurrió en el memorable primer sitio, relativo a las heroicas acciones ejecutadas en la Imperial Zaragoza, escritas en el mismo día que sucedieron y aunque no todo lo que pasó se incluye en este Diario (pues esto es imposible a un sujeto solo), cuando menos podrá formarse una razón exacta del día fijo de sus acontecimientos que deben ser el alma de esta clase de escritos, como lo fue de su autor, para perpetuar las brillantes empresas de sus compatriotas y eternizar su memoria.» Satisfecho con el fracaso y retirada del ejército francés que asediaba su ciudad, ignora que apenas tres meses después se va a reanudar el cerco, y que esta vez el resultado será muy distinto.

Concepción Sánchez Rojo, en la revista Rolde, núm. 124-125 (2008), escribía lo siguiente: «Faustino Casamayor y Ceballos, cronista, observador implacable de la vida cotidiana zaragozana, es sobradamente conocido por historiadores e investigadores, sobre todo, del periodo que comprende la Guerra de la Independencia, esto es, desde 1808 hasta 1814. La obra que le ha dado este reconocimiento es Años políticos e históricos de las cosas particulares ocurridas en la Imperial y Augusta ciudad de Zaragoza. Un diario que comenzó a escribir en el año 1782 y que terminaría en 1833, justo un año antes de su muerte y que ha resultado ser una utilísima fuente para el estudio, en su conjunto, de la vida cotidiana de la época. Faustino Casamayor nació en Zaragoza, el 15 de febrero de 1760, fue bautizado en la parroquia de San Miguel de los Navarros. Su vida transcurrió siempre en la misma ciudad excepto un breve periodo de tiempo, dos meses en 1817, en los que se trasladó a Madrid y que él mismo menciona en su diario.

»Son realmente escasas las ocasiones en las que el autor se incluye como afectado en el relato. Toda su obra transcurre desde el punto de vista del observador que describe, casi nunca del protagonista que actúa. Años políticos… comenzaba en 1782, por tanto, contaba el autor veintidós años. Había cursado estudios en la Universidad Literaria de Zaragoza, de Leyes, de Filosofía, de Cánones… desde 1774 en que ingresó hasta 1782 en que consta su última matriculación. Este último año fue un momento crucial para Casamayor, por un lado, terminaba o abandonaba sus estudios universitarios, heredaba laboralmente el cargo que ocupaba su padre, Juan Casamayor Ocaña, como Alguacil de la Real Audiencia de Aragón, por otro lado, junto a su tío, Lamberto Ansay, actuaba como apoderado de los condes de Robres y, a la vez, comenzaba su crónica, una tarea que le iba a acompañar toda su vida. Todos los años de estudios universitarios, sin duda, lo habían convertido en un personaje más cercano a un ilustrado de lo que su dedicación profesional daba a entender y lo capacitaban para llevar a cabo la tarea de dejar constancia día tras día de los sucesos cotidianos.»

Y más adelante: «Casamayor percibió la importancia histórica que suponía para Zaragoza el haber sufrido los dos asedios, y llevó a cabo el minucioso relato de lo acaecido día a día en el Diario de los Sitios de Zaragoza (…) La obra del Diario… está formada por dos tomos manuscritos, uno por cada asedio. El correspondiente al primer sitio comprende desde el 24 de mayo al 31 de agosto de 1808. Se trata de una obra que triplica al volumen del segundo ejemplar. Consta de 236 páginas manuscritas. La razón de esta densidad es la participación que tuvo en la defensa de la ciudad la población civil, y este hecho fue acicate para que el cronista describiera con un mayor lujo de detalles las acciones peligrosas, arriesgadas, temerarias, a las que los defensores zaragozanos se tuvieron que enfrentar cuando los ejércitos napoleónicos, que intentaban por todos los medios posibles entrar en la ciudad, atacaban sin descanso. El segundo tomo, de menor volumen, está formado por 81 páginas manuscritas y comprende desde el 29 de noviembre de 1808 hasta el 20 de febrero de 1809, día en que la ciudad ofreció su capitulación. Destaca el cronista en este volumen la participación del elemento militar que defendió, en mayor número que en el primer sitio, Zaragoza. Estas fuerzas militares, expertas ya en otras batallas, dieron lugar a que se redujera, en buena medida, a la hora de describir sus acciones, el impacto que había producido durante el primer asedio la inexperiencia y la bravura demostrada por los hombres y mujeres zaragozanos ante el invasor; situaciones y hechos que inmediatamente habían producido la creación del mito heroico por la resistencia ofrecida y que ha llegado hasta nuestros días con nombres célebres por todos conocidos.»

Reproducimos la edición que realizó José Valenzuela en 1908, con ocasión del primer centenario de los sitios, en la que descargó a la obra de una parte de su carga documental (bandos, Gacetas extraordinarias, etc.), que podía resultar un tanto innecesaria. La edición completa se encuentra en Diario de los Sitios de Zaragoza, edición prólogo y notas de Herminio Lafoz Rabaza, Editorial Comuniter, Zaragoza 2000. Una última reflexión: la obra, a pesar de su talante cronístico, que le lleva a anotar los hechos de forma trasparente y escueta, al tiempo que ocurren, no carece de interés para el lector ocasional. Y la misma reiteración, acumulación de excesos, calamidades y mortandad, resultan absorbente, y pienso que también para el lector que carece de intereses localistas, ya que muestra crudamente la atrocidad de la guerra, aunque ponga también de manifiesto el orgullo por la heroica defensa de los patriotas. Y también puede servirnos para evocar a Mariúpol y a las demás ciudades de Ucrania actualmente sitiadas.

Sobre los sitios de Zaragoza tenemos a nuestra disposición el clásico de Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos Sitios de Zaragoza. José Mor de Fuentes, en su Bosquejillo de la vida y escritos delineado por él mismo, nos cuenta su breve participación en los comienzos del primer sitio (y lanza algún venablo contra Alcaide Ibieca). En sus libros quinto y séptimo de su monumental Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, el Conde de Toreno se ocupa de ellos. Y respecto a la ficción, no podemos olvidarnos de Zaragoza, en la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.


A. Convento de carmelitas descalzas, las Fecetas.
B. Residencia de Palafox en los últimos días del segundo sitio.
C. Postigo o salida a la ribera del Ebro, llamado de Aguadores.
D. Casas de la Ciudad, en cuya sala consistorial celebra el Excmo. Ayuntamiento sus sesiones.
E. La Lonja de la ciudad.
F. Palacio de la Real Audiencia, antigua casa de la Diputación del reino.
G. Palacio del señor Arzobispo.
H. Palacio de los marqueses de Lazán, en donde nació el general Palafox.
I. La Aduana.
J. Casa de la Diputación del Reino.
K. Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.
L. Colegio de trinitarios calzados.
M. Hospitalito de huérfanos de ambos sexos .
N. Casas que quedaron arruinadas con la explosión del almacén de pólvora, el 27 de junio.
O. Puerta Cineja, frente a la Cruz del Coso.
P. Plazuela de la Virgen del Rosario.
Q. Manzana en donde existe la casa del autor.
R. Casa de Sardaña.
S. Palacio de los condes de Aranda.
T. Casa de don Jacinto Lloret, donde estaba la Tesorería.
U. Casa del procurador don Manuel Aguilar.
X. Plazuela de las Estrevedes.
Y. Palacio de los Gigantes. Antes, morada de los capitanes generales; hoy, Real Audiencia.
Z. Arco de Toledo.
(Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos Sitios de Zaragoza)