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lunes, 23 de mayo de 2022

Santiago Ramón y Cajal, Patriotismo y nacionalismos. Textos regeneracionistas

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España fue uno de los primeros países en implantar el liberalismo, a partir de las revoluciones de 1808. Y sin embargo al liberalismo español le resultó muy complicado el construir un estado liberal estable. Es lógico; la sustitución de autoridades e instituciones, auténticamente revolucionaria, con la participación de buena parte de la población, se hizo contra los franceses y con el lema omnipresente de la defensa de la patria, la religión, el rey, las costumbres… (es decir, el futuro lema carlista). Y aunque tempranamente, la gran capacidad de maniobra de los sectores propiamente liberales les permite hacerse con el poder político y diseñar un estado liberal, tardarán bastante en lograr una base social suficientemente amplia como para hacerlo triunfar definitivamente tras la muerte de Fernando VII. Su funcionamiento, sin embargo, seguirá siendo muy defectuoso: problemas exteriores (la emancipación de América), resistencias interiores (las guerras civiles), pero sobre todo el temprano enfrentamiento entre las distintas facciones liberales, tan en absoluto dispuestas a convivir entre ellas, que el medio ordinario de alternancia política pasa a ser el castizo pronunciamiento militar.

Sólo con la llamada Restauración (en puridad, la segunda de las tres restauraciones borbónicas contemporáneas), se establecerá un auténtico estado liberal eficaz, pacífico y ordenado, plenamente comparable con los de los países de su entorno. Los resultados serán patentes: crecimiento sostenido de la población, de la economía, de la cultura (tanto de la alfabetización como de la ciencia). Ni siquiera el Desastre del 98 interrumpirá definitivamente esta senda ascendente. Y aquí es donde se constata una llamativa paradoja: es en esta etapa, con la que se ha superado siete décadas de conflictos, cuando toma una importancia decisiva el llamado problema de España entre los intelectuales (Lucas Mallada, Ángel Ganivet, Joaquín Costa, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno…), que en buena medida supone una descalificación global del estado presente del país, de su historia considerada como fracaso, de sus élites y de sus realizaciones. Y en lógico paralelo surgen los nacionalismos periféricos, con sus propuestas de naciones alternativas (Valentín Almirall, Pompeyo Gener, Prat de la Riba, Sabino Arana, Antonio Rovira y Virgili…)

En cualquier caso, fueron muchos los que tomaron parte en este debate. Hoy presentamos la contribución del más prestigioso científico de la época, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Él mismo explica en su Recuerdos de mi vida (que comenzó a publicar en 1901 en la Revista de Aragón) cómo se sintió implicado a raíz de la derrota ante los Estados Unidos: «La prensa solicitaba apremiantemente la opinión de todos, grandes y chicos, acerca de las causas productoras de la dolorosa caída, con la panacea de nuestros males. Y yo, al igual de muchos, jóvenes entonces, escuché la voz de la sirena periodística. Y contribuí modestamente a la vibrante y fogosa literatura de la regeneración, cuyos elocuentes apóstoles fueron, según es notorio, el gran Costa, Macías Picavea, Paraíso y Alba. Más adelante sumáronse a la falange de los veteranos algunos literatos brillantes: Maetzu, Baroja, Bueno, Valle-Inclán, Azorín, etc.» Pero «la retórica no detuvo nunca la decadencia de un país. Los regeneradores del 98 sólo fuimos leídos por nosotros mismos: al modo de los sermones, las austeras predicaciones políticas edifican tan sólo a los convencidos. La masa permanece inerte. ¡Triste es reconocer que la verdad no llega a los ignorantes porque no leen ni sienten, y deja fríos, cuando no irritados, a los vividores y logreros!»

A partir de entonces, Ramón y Cajal, sin descuidar su labor científica, la compatibilizará con un esfuerzo para contribuir a la regeneración de España mediante escritos más literarios y ensayísticos que puedan influir en un círculo más amplio de lectores. Presentamos un selección de textos desde aquellos iniciales de 1898, hasta la época de la segunda República. Algunas preocupaciones son constantes en el autor, como la necesidad de corregir y llevar a cabo una política educativa que eleve el nivel cultural de la población, y que posibilite una auténtica labor investigadora y científica, condición necesaria para el crecimiento económico. Asimismo, el problema del caciquismo, y, cada vez más el auge de los separatismos catalán y vasco.


Cajal jugando al ajedrez con Federico Olóriz en Miraflores de la Sierra (verano de 1898)

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