Aunque Cicerón afirmaba que «no quiero alabar, para no parecer adulador», no parece ser ésta una actitud muy corriente. Los elogios al jefe son una constante en la historia de la humanidad… y en el presente, especialmente en las vísperas electorales. Toman y han tomado múltiples formas, acordes a los gustos y modas de la época, y a los objetivos de la adulación que son básicamente la consecución de beneficios para el adulado (fama que da poder) y para el adulador (cargos que dan influencia). Y caso aparte, nada infrecuente, es el de elogiar a uno para denigrar a otro sin nombrarlo. Hoy presentamos el venerable ejemplo del Panegírico que Plinio el Joven dedicó en el Senado romano al emperador Trajano, con ocasión de su toma de posesión del consulado en el año 100 de nuestra Era. Poco después lo reelaboró y amplió para difundirlo mediante su publicación mediante numerosas copias, y así contribuir a la propia carrera política de nuestro autor. De este modo, con su estilo retórico y un tanto hinchado y pomposo, quedará como ejemplo y modelo de nuevos panegíricos en alabanza de otros emperadores. Acompañamos esta obra con el décimo libro de sus Cartas, en la que recoge las que envía a Trajano, y las respuestas del emperador (o de sus secretarios, en su nombre).
Ernst Bickel en su conocida Historia de la literatura romana, nos presenta así a nuestro autor de la semana: «Plinio el Joven debe su fama literaria a sus cartas; nacido en Como en el año 61 o 62, adoptado por el hermano de su madre, C. Plinio Secundo, autor de la Naturalis Historia, murió hacia el año 114 en el reinado de Trajano, rico y siendo alto funcionario de la administración. El año de su nacimiento queda precisado por su propia noticia de que tenía 18 años cuando la erupción del Vesubio. Los dos polos, alrededor de los cuales giró la existencia de Plinio, fueron la amistad y la fama. Pero la apetencia de gloria de Plinio no era verdadera presunción, ni menos, por supuesto, el deseo de grandes hechos, sino, dado su prurito retórico, la necesidad de una real y elevada estima que sus amigos los contemporáneos y la posteridad tenían que sentir por él, y que él tenía de sí mismo.
»A tal finalidad servía su dedicación a escribir cartas; pero también sus fundaciones en su ciudad natal a orillas del lago Como, una biblioteca con capital para sostenerla, y un establecimiento para la educación de niños del que nos informa él mismo. Pero también inscripciones, que pasaron a la posteridad, nos transmiten su nombre. Sus cartas abordan cuestiones sobre costumbres, historia y arte; nos transmiten sus impresiones sobre el abigarrado conjunto de la vida, pero son también una fuente importante de circunstancias y sucesos contemporáneos. La fuerza emocional es su mayor mérito… El último libro de la extensa colección de cartas, compuesta de diez libros, trae la correspondencia entre el emperador Trajano o su cancillería y Plinio, que se aparta del artificio retórico de los nueve libros restantes y es un libro documental con valor propio. Las cartas 96 y 97 se refieren a los manejos criminales de los cristianos, sobre los cuales Plinio, como gobernador de Bitinia, había consultado al emperador.»
Por su parte, José María Blázquez, en el diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia, valora así el Panegírico desde el punto de vista histórico: «Es pieza clave para conocer las ideas políticas del primer emperador hispano, y su programa político. El Panegírico que hoy se lee no es el que Plinio el Joven pronunció en el Senado en el año 100, sino una refundición, ampliada con posterioridad, publicada en el año 101. Probablemente Plinio el Joven elaboró un discurso idóneo y extenso, que se convirtió en el modelo de los panegíricos imperiales. Trató el panegirista sobre la actitud de Trajano antes del tercer consulado; de su generosidad y su buen gobierno; de Trajano en el tercer consulado; de la vida privada del Emperador. Plinio le da las gracias y termina con unas conclusiones. El discurso primitivo debió de ser fundamentalmente la última parte del publicado más algunos trozos sueltos del anterior.»
Y más adelante: «Plinio el Joven expuso los tópicos políticos propios de todos los escritores políticos de la época, cuyo máximo exponente fue el discurso Sobre la monarquía de Dión de Prusa, contemporáneo del panegirista, que dirigió, igualmente, a Trajano como a príncipe modelo. El tópico del buen príncipe insiste en la contraposición entre el buen rey y el tirano, que Plinio el Joven encarna, respectivamente, en las personas de Trajano y de Domiciano. Las virtudes y los defectos explican las diferencias entre los dos modelos. Dión de Prusa había tratado este tema. La imagen del tirano contrario al buen rey cuadraba bien con Domiciano. Dión de Prusa, desterrado, recorrió varias ciudades haciendo propaganda contra el déspota. Al llegar Trajano al poder imperial, el nuevo príncipe fue el modelo del rey de la teoría cínico-estoica, que obtenía el poder como una carga, que era un excelente padre para el pueblo, que era bienhechor para todos los ciudadanos libres, no un amo despótico, amigo de los senadores, valiente y guerrero, amante de la paz y de la caza. Plinio el Joven sigue este programa.»
Juan Pablo Alfaro en su Memoria y proyecto político en el Panegírico de Plinio, caracteriza la ideología de este círculo aristocrático de Plinio con el concepto de civilitas: «Este concepto lleva consigo una ideología que sugiere cómo convenía comportarse a un ciudadano, en este caso el emperador. En términos semánticos, la civilitas implicaría dos tendencias complementarias: moderación en el ejercicio del poder (moderatio) y condescendencia (comitas) para con sus conciudadanos, en particular sus pares estamentales. Por otro lado, estos ideales, definirían una serie de comportamientos en el centro del poder que tendrían por objeto crear un contexto de estabilidad política en el cual quedaran garantizadas la securitas y la dignitas de los miembros de la aristocracia.
»Una de las estrategias por medio de las cuales se intentó afectar la realidad política en dicha dirección fue a partir de la configuración de un discurso... fundamentalmente ético. Pues al no estar claramente delimitadas sus atribuciones jurídicas, el carácter personal del emperador resultaba una cuestión política vital. Esto dio forma a una “ética de la autocracia” que tenía por objeto brindar un marco ético, coincidente con la ideología de la civilitas, dentro del cual el emperador debía desenvolverse... Plinio exalta en este emperador diversos comportamientos que definen una serie de virtudes que dan forma semántica a la noción aristocrática del bono principe. Por oposición, los respectivos antónimos enuncian una serie de vicios que quedarían englobados en una conducta que define el comportamiento típico del mal gobierno: superbia.»
Y esta propuesta ideológica triunfará: «En tanto amici de Plinio, miembros de su “círculo intelectual” y de la corte de Trajano, Tácito y Suetonio re-proyectan en sus obras historiográficas los recursos retóricos y la ideología subyacente del Panegírico de Trajano. En la medida que este “proyecto político” tuvo éxito en imponer de manera hegemónica esta opinión dentro de la corte imperial, ámbito política y culturalmente rector de la sociedad, aquella memoria resultó en cierta medida “institucionalizada” y, por ende, consolidada.»