Ferdinand Machera, Oficial |
Estamos ante una triste obra. George Dawson Flinter fue un militar irlandés que en 1811 es enviado a las Indias Occidentales. Al servicio de las autoridades británicas se establecerá en Venezuela, donde contraerá matrimonio, se naturalizará, y se convertirá en el acomodado propietario de una hacienda. El triunfo definitivo de los insurgentes le conducirá a las Antillas, donde redactará varias obras, en inglés y castellano, entre ellas la que nos ocupa, publicada en 1832. Ante la progresiva liberación de los esclavos en las colonias francesas e inglesas, Flinter levanta la voz para rechazar rotundamente su abolición en las españolas. Sus argumentos resultan llamativos: los esclavos ya lo eran en África, antes de ser trasladados a América; el excelente trato que se les da en Cuba y Puerto Rico, lo que les hace rechazar su devolución a África; las inferiores condiciones de vida a que se someten a innumerables campesinos europeos, comenzando por los de Irlanda; el inatacable derecho de propiedad que sobre ellos tienen sus amos; su inferioridad indudable que les incapacita para una vida ordenada y laboriosa sin subordinación total; el ejemplo de los Estados Unidos, «única república que existe, o que probablemente puede existir prácticamente sobre la faz de la tierra con instituciones libres»; las calamidades sin cuento que se constatan en la isla de Santo Domingo, en Jamaica, en las provincias españolas ya independientes…
La esclavitud, según Flinter, asegura por tanto el orden, la estabilidad y el bienestar común ¿Y cuáles son las causas de los ataques que sufre esta única forma viable de organización social en la región? No tiene ninguna duda, y en una segunda parte nos las refiere: «Rápido examen de los espantosos efectos de las revoluciones en la felicidad de las naciones. Ilustrado con un bosquejo del estado actual del Mundo Nuevo y Antiguo, corroborado con documentos oficiales, que manifiestan el floreciente estado de la agricultura y comercio, bajo el gobierno de España, y su decadencia desde el establecimiento de las Repúblicas en la América Española.» Han sido los principios revolucionarios los que está provocando este desmoronamiento general: la revolución francesa de 1793, las invasiones napoleónicas, las rebeliones en América, la española de 1820, y otra vez la francesa de 1830… «¿Por qué han de creer ciegamente los hombres en los preceptos de los demagogos o seguirlos, sin primero examinar la sinceridad de su fe y los motivos de su patriotismo? Examínense estos motivos y se encontrará que de las mil plumas y espadas alistadas en la causa de la revolución, las novecientas noventa y nueve son dirigidas por las más innobles pasiones.»
Ahora bien, paradojas de la vida, muy poco después de escribir estos encendidos períodos, nos encontramos al brigadier Jorge Flinter encabezando briosamente ejércitos liberales en contra de los carlistas. Antonio Pirala en su pormenorizada Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, nos relaciona su desempeño, especialmente por tierras de Extremadura, La Mancha y Toledo en persecución de las famosas expediciones que recorren toda la península. También recoge proclamas y otros textos de nuestro autor, en alguno de los cuales parece buscar el ya inexistente entendimiento entre los propios liberales. Podemos intuir que este vuelco llamativo de principios y prácticas hubo de suponerle un desgaste anímico considerable. Así, el ilustre historiador, en su última referencia a Flinter nos indica que en 1838 sus operaciones militares «demostraban ya el extravío de su razón, que había de serle a poco tan funesto.» Destituido, se quitará la vida en septiembre de ese año.
Sobre la esclavitud disponemos en Clásicos de Historia de las siguientes obras: Tomás de Mercado y Bartolomé de Albornoz: Sobre el tráfico de esclavos (1571-73); Isidoro de Antillón: Disertación sobre el origen de la esclavitud (1802); y Rafael María de Labra: La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos (1873), además de múltiples referencias en otras. Una última observación. Resulta llamativo comparar los falaces y endebles argumentos que Flinter emplea para justificar la esclavitud, con los que en el pasado y en el presente se han usado y se usan para blanquear distintas instituciones sociales, auténticas calamidades, de consecuencias atroces para la humanidad: la guerra, la explotación económica, los tormentos judiciales, la pena de muerte, la discriminación racial, los duelos de honor, la eugenesia, el aborto, la eutanasia...
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