La pasada semana comunicamos Los israelitas españoles y el idioma castellano, obra con la que Ángel Pulido impulsó la campaña por él emprendida para lograr la reconciliación definitiva con los descendientes de los judíos expulsados en 1492. La nutrida correspondencia a que dio lugar constituye la parte esencial de este nuevo libro:
«Hemos procurado reivindicar la significación intelectual y moral que hoy demandan, ante la justicia y la razón, Israel en general y los expulsados de Iberia en particular; las consideraciones sociales que gozan en unas partes y merecen por natural y legítimo derecho en todas; su importancia cuantitativa y cualitativa; su cooperación a la obra del progreso humano; el estado en que se halla el ladino, ese testimonio de nuestra alma nacional, que llevaron consigo y mantuvieron más o menos alterado durante cuatro siglos (...) Hemos procurado, en fin, que acudan con una información amplia, inteligente y sincera, a exponer ante su antigua patria el estado de su alma y las emociones y afectos que les sugieren, no nuestra persona, de todos desconocida intelectual y moralmente, sino nuestras aspiraciones y el símbolo de nuestra nación querida, el cual hemos levantado como si fuese una bandera, que proclama la esperanza de futuras reconciliaciones y convivencias de Israel con España. No se podrá desconocer el valor de nuestra información. Damas y señoritas, rabinos, filósofos, jurisconsultos, médicos, literatos y periodistas eximios, banqueros, catedráticos y profesores, comerciantes y comisionistas de todas las grandes naciones, nos han favorecido con sus aplausos y consejos, formando un testimonio colectivo sin precedente.»
Ahora bien, el autor considera necesario dar un nuevo rumbo a su campaña a favor de los sefardíes, y se propone implicar en ella a otras instituciones: la Academia de la Lengua, la Asociación de Escritores y Artistas, la Unión Ibero-Americana, las Cámaras de Comercio, el Gobierno, la Prensa… Y concluye: «El autor de este libro ha realizado solo, cuanto le fue dable hacer, y ya no puede, ni debe, continuar haciendo nada, sino acompañado. Si, como cree, su pensamiento y sus aspiraciones responden a la conveniencia de grandes intereses hermanos, de raza y de nación, deben ser muchos los que acojan su idea y la realicen (…) Si estamos, o no, solos en adelante, lo sabremos pronto: seis meses de información tuvimos para conocer el espíritu israelita y traerlo a esta obra; pues otro período de seis meses abriremos, para recoger adhesiones con las cuales fundar una Alianza hispano-sefardita, que realice lo que demandan estos intereses. Si Dios se sirve conservarnos con vida y salud, volveremos por Octubre a ocuparnos en esta tarea, no para escribir un libro, sino para fundar una Asociación.» El resultado será la Alianza Hispano-Hebrea, la Casa universal de los sefardíes, la apertura de sinagogas, y un creciente interés por el estudio de la cultura judía española y la recuperación de sus monumentos.
Estamos, pues, ante una interesante muestra del talante liberal, nacionalista, regeneracionista… y expansionista (si no imperialista), característico de la España del penúltimo cambio de siglo, todavía partidaria en buena medida de las reformas, la moderación y el diálogo entre contrarios, y por tanto esperanzador: «No obstante sus desastres coloniales, sus agitaciones regionalistas y anarquistas, sus desaciertos políticos y la frivolidad de sus gobernantes, España es una nación que, por lo copioso de sus fuentes de vida, está presentando una evolución sorprendente y desarrollando, por donde quiera se la contemple, energías y progresos que tienden a juntarla con esos pueblos adelantados, de los cuales venía muy separada, con un retraso imposible de calcular.» Y es que «Los españoles somos un pueblo mal conocido y peor juzgado, y con fundamento nos indignan todas las majaderías que de nuestras costumbres, carácter y condiciones se propalan; y sin embargo, hacemos con los demás pueblos lo mismo exactamente que tanto nos subleva y nos irrita cuando se refieren a nosotros.»
Carta póstuma de Albert Kabili, Bulgaria 1943. |
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