viernes, 3 de julio de 2020

Tomás de Mercado y Bartolomé de Albornoz, Sobre el tráfico de esclavos

Retrato anónimo de desconocido

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Hugh Thomas escribe en su La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870: «Tomás de Mercado, fraile dominico que de joven estuvo en México, hizo otra firme declaración en contra de la trata. Escribió una relación del comercio entre España y el Nuevo Mundo. Conocía, gracias a su observación personal, las miserables condiciones en que transportaban a los esclavos en los barcos. De modo que podía mostrarse más directo de lo que habían sido de Soto y otros. En su Tratos y contratos de mercaderes, publicado en Salamanca en 1569, aceptaba abiertamente la esclavitud como institución, reconocía también que a lo largo de la historia los prisioneros de guerra habían sido esclavizados y hasta creía que los esclavos estaban mejor en las Américas que en África.

»Sin embargo, también describía gráficamente el modo en que tantos seres eran secuestrados o engañados, sin importar que los secuestradores y quienes les engañaban fuesen generalmente africanos; señaló que el elevado precio que pagaban los europeos impulsaba a los monarcas africanos a atacarse entre sí y hasta convencía a los padres para que vendieran a sus hijos, en ocasiones por despecho. Los barcos de esclavos que cruzaban el Atlántico estaban tan abarrotados que sólo el hedor mataba a muchos: ciento veintinueve esclavos habían muerto, decía, la primera noche de una travesía reciente. De nada servirían, añadía, las normas oficiales acerca de la carga de esclavos, como las que habían intentado dictar los portugueses, de modo que, debido a la indulgencia respecto a la trata destinada a las Américas, los hombres incurrían automáticamente en pecado mortal, y aconsejaba que quienes en Sevilla, como Jorgess y otros distinguidos mercaderes, participaban en la trata, hablaran de inmediato con su confesor. Esta severa amonestación no causó efecto y el Arenal de Sevilla siguió lleno de barcos que partían hacia las islas de Cabo Verde, cuando no hacia el África continental.

»Unos años después, Bartolomé Frías de Albornoz, abogado oriundo de Talavera que había emigrado a México, fue más lejos que Mercado, en su Arte de los contratos, publicado en Valencia en 1573. Fue el primer profesor de Derecho civil en la Nueva España y ahora se le considera el padre de los juriconsultos mexicanos, paternidad que ciertamente ha tenido una numerosa progenie. En su libro ponía en duda que a los prisioneros de guerra se les pudiera esclavizar legalmente. A diferencia de Mercado, creía que a ningún africano le suponía un beneficio vivir como esclavo en las Américas y que el cristianismo no podia justificar la violencia de la trata y el secuestro. Obviamente, declaró, los sacerdotes eran demasiado perezosos para ir a África y actuar como auténticos misioneros (...)

»Pero un jesuita, frei Miguel García, opinaba como Frías de Albornoz. Al llegar a Brasil en 1580, uno de los primeros miembros de su orden en ese dominio, se horrorizó al ver que la Sociedad de Jesús poseía africanos que, según creía, habían sido esclavizados ilegalmente. Decidió negarse a oír la confesión de quienes poseyeran esclavos africanos y él y un colega, frei Gonzalo Leite, regresaron a Europa para protestar, pero ya no se oyó hablar de ellos. En 1580 el historiador Juan Suárez de Peralta, sobrino político de Hernán Cortés, expresó un punto de vista similar. Se preguntó por qué nadie abogaba por los africanos negros cuando tantos lo hacían por los indios. No había más diferencia entre unos y otros, señaló con sensatez, sino la de que unos eran de color más oscuro que otros.* Su libro, sin embargo, al igual que la Historia de las Indias en que Las Casas decía algo semejante, no se publicó hasta el siglo XIX.

»También el obispo portugués del archipiélago de Cabo Verde, frei Pedro Brandão, lanzó un feroz ataque contra la trata a finales del siglo XVI. Trató de ponerle fin y propuso que se bautizara y manumitiera a todos los negros. Estos dispares desafíos a la antigua institución pararon, como los demás, en oídos sordos. España, y con ella Portugal, iniciaba una época muerta, desde el punto de vista intelectual, en la que se daba por supuesto que había de conservarse el statu quo. La era de la aventura había terminado y aún no había llegado la de la atenta filantropía considerada (…) No obstante, gracias a estas denuncias aisladas la Iglesia puede, con mayor credibilidad de la que se le suele reconocer, presentarse como precursora del movimiento abolicionista. A lo largo del siglo XVII la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma continuó recibiendo cartas de protesta acerca de la trata por parte de capuchinos, jesuitas y obispos.»

* En realidad, Juan Suárez de Peralta no es tan tajante en este punto como señala este ilustre historiador. Incluso se duele de que se hayan liberado todos los esclavos indios por mandato de las autoridades: «Tanta injusticia es quitar el esclavo a su dueño, si le tiene con justo título, como contra ella hacer al libre esclavo, y menos justicia fue, porque hubiese algunos mal hechos, darlos a todos por libres, sin diferenciar.»

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