En el capítulo XXVII del libro primero de sus Ensayos, Michel de Montaigne se ocupó de la amistad, y la ejemplificó en la que mantuvo con el autor de la aportación de esta semana: «...mi capacidad no llega, ni se atreve, a emprender un cuadro magnífico, trazado y acabado según los principios del arte. Así que, se me ha ocurrido la idea de tomar uno prestado a Esteban de La Boëtie, que honrará el resto de esta obra: es un discurso que su autor tituló la Servidumbre voluntaria. Los que desconocen este título le han designado después acertadamente con el nombre de el Contra uno. Su autor lo escribió a manera de ensayo, en su primera juventud, en honor de la libertad, contra los tiranos. Corre ya el discurso de mano en mano tiempo ha entre las personas cultas, no sin aplauso merecido, pues es agradable y contiene todo cuanto contribuye a realzar un trabajo de su naturaleza. Cierto que no puede asegurarse que es lo mejor que su autor hubiera podido componer, pues si más adelante, en el tiempo que yo le conocí, hubiera formado el designio que yo sigo de transcribir sus fantasías, hubiéramos visto singulares cosas que lindarían de cerca con las producciones de la antigüedad, pues a ciencia cierta puedo asegurar que a nadie he conocido que en talento y luces naturales pudiera comparársele.
»Sólo el discurso citado nos queda de La Boëtie, y eso casi de un modo casual pues entiendo que después de escrito no volvió a hacer mérito de él, dejó también algunas memorias sobre el edicto de 1588, famoso por nuestras guerras civiles, que acaso en otro lugar de este libro encuentren sitio adecuado. Es todo cuanto he podido recobrar de sus reliquias. Con recomendación amorosa dejó dispuesto en su testamento que yo fuera el heredero de sus papeles y biblioteca. Yo le vi morir. Hice que se imprimieran algunos escritos suyos, y respecto al libro de la Servidumbre, le tengo tanta más estimación, cuanto que fue la causa de nuestras relaciones, pues mostróseme mucho tiempo antes de que yo viese a su autor, y me dio a conocer su nombre, preparando así la amistad que hemos mantenido el tiempo que Dios ha tenido a bien, tan cabal y perfecta, que no es fácil encontrarla semejante en tiempos pasados, ni entre nuestros contemporáneos se ve parecida. Tantas circunstancias precisan para fundar una amistad como la nuestra, que no es peregrina que se vea una sola cada tres siglos (...)
»Pero oigamos hablar un poco a este joven cuando tenía dieciséis años. Porque veo que este libro ha sido publicado con malas miras por los que procuran trastornar y cambiar el estado de nuestro régimen político, sin cuidarse para nada de si sus reformas serán útiles, los cuales han mezclado la obra de La Boëtie a otros escritos de su propia cosecha personal, renuncio a intercalarla en este libro. Y para que la memoria del autor no sufra crítica de ningún género de parte de los que no pudieron conocer de cerca sus acciones o ideas, yo les advierto que el asunto de su libro fue desarrollado por él en su infancia y solamente a manera de ejercicio, como asunto vulgar y ya tratado en mil pasajes de muchos libros. Yo no dudo que creyera lo que escribió, pues ni en broma era capaz de mentir; me consta también que si en su mano hubiera estado elegir, mejor hubiera nacido en Venecia que en Sarlac, y con razón. Pero tenía otra máxima soberanamente impresa en su alma: la de obedecer y someterse religiosamente a las leyes bajo las cuales había nacido. Jamás hubo mejor ciudadano, ni que más amara el reposo de su país, ni más enemigo de agitaciones y novedades; mejor hubiera querido emplear su saber en extinguirlas que en procurar los medios de excitarlas más de lo que ya están: su espíritu se había moldeado conforme al patrón de otros tiempos diferentes de los actuales. En lugar de esa obra se publicará otra [los veintinueve sonetos de La Boëtie, del capítulo siguiente] que igualmente escribió en la misma época de su vida, y que es más lozana y alegre.»
Manuscrito de la obra, del siglo XVI |
No hay comentarios:
Publicar un comentario