viernes, 8 de abril de 2016

Ángel Ganivet, Idearium español

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Ángel Ganivet es, como tantos otros ―regeneracionismo, generaciones del 98, del 14, del 27―, hijo crítico del fructífero periodo de la Restauración. Todos ellos tienden a dar por supuestos los logros de ésta ―gobierno civil, poder compartido y alternancia política, marco de libertades, crecimiento económico que se traduce en progreso social, cultural y de nivel de vida―, que, a su atenta, perspicaz y casi obsesiva mirada, quedan enmascarados, prácticamente ocultos, por sus defectos ―caciquismo, corrupción, ignorancia, atraso secular, incuria...―, que pasan a ser apreciadas como la esencia propia de la nación. Es el llamado problema de España que ahora toma proporciones cada vez mayores, aunque posee viejas raíces; de las viejas y de las nuevas ya hemos incluido algunas muestras en Clásicos de Historia: Cadalso, Cánovas, Costa, Lucas Mallada, Juderías... Ahora bien, hacia el penúltimo cambio de siglo parecen agudizarse entre los intelectuales jóvenes la urgencia de buscar remedios a esta situación: es el siglo XX que agudiza las críticas al viejo liberalismo, decimonónico y burgués, y multiplica los análisis y la propuesta de soluciones.

El granadino Ángel Ganivet (1865-1898), cónsul de España en Amberes, Helsinki y Riga, por sus variados escritos y por su prematura muerte en esa última ciudad, será considerado como el precursor de la generación del 98. Su breve ensayo Idearium español, publicado en 1897, gozará de una considerable influencia, más por lo sugestivo del tono de la obra, que por el contenido estricto de sus apreciaciones. Naturalmente, su reflexión se enmarca en el estricto nacionalismo español que ha tomado forma desde el liberalismo y el tradicionalismo a lo largo del siglo XIX. Parte, por tanto, de la determinación de los componentes de lo español: influencia determinante de lo peninsular, senequismo, cristianismo y temperamento árabe. Y de su historia, con proyectos desmesurados y admirables, pero que han abocado a la decadencia. La solución estará en volverse hacia dentro, en reconcentrar sus energías, en un retraimiento que le aparte de una política exterior para la que no posee las energías y los medios necesarios. Relativiza, por tanto, los grandes proyectos nacionales: Gibraltar, el iberismo hispano-luso, las mismas conflictivas colonias caribeñas y asiáticas… Pone de relieve el gran defecto hispano, la abulia, la ausencia de voluntad. Y el remedio procederá de la restauración de la vida espiritual española.

Esta obra, a pesar de la considerable repercusión inicial de que gozó, con los años quedará relegado y un tanto olvidado. Manuel Azaña le dedicó varios ensayos, y puso de relieve sus limitaciones:  «El Idearium es un libro “inspirado”. Le inspira el amor a España, el sentimiento patriótico. Su móvil profundo es la necesidad de no verse, ―en cuanto español― solo, perdido en la historia, y el consiguiente deseo de poner a salvo los valores que naufragaban. El sentido general del Idearium es de reacción anticrítica; su espíritu, de conformidad con la tradición, que es especiosa, y como siempre, saca del mero hecho de haberse ido formando la razón mayor para subsistir e imponerse. Tal género de escritos rara vez evitan el peligro de alterar frívolamente las representaciones históricas. Pueden estar bien como efusión lírica, pero entremeter el sentimentalismo vago en tratados de filosofía de la historia, si es bueno para consolarse de añoranzas, lleva en derechura a confundir una emoción con un juicio, y al amparo de un goce estético pasan de contrabando, como verdades probadas, las imaginaciones del autor. En el Idearium, libro atrayente, entre otros motivos por el calor y la honrada intención con que está escrito, ese defecto es obvio, así como la flaqueza y confusión del discurso. No siempre se sabe cuándo el autor expone y cuándo aprueba. Pasa con excesiva sencillez de la crítica al donaire. Pretende explicar demasiadas cosas a fuerza de alegorías…» (Plumas y palabras, 1930)


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