«D. Jerónimo Borao, conocido desde sus primeros años como poeta, y mucho más adelante como hombre político, había ganado la cátedra de literatura de la Universidad mediante oposición sufrida en Madrid; había sido infatigable campeón de las ideas liberales, ya en el Espectador ya en los periódicos de Zaragoza, cuando había peligro en proclamarlas; había soportado toda clase de persecuciones políticas, en 1844 con motivo del alzamiento de Zurbano, en 1848 con ocasión de los acontecimientos de París y Madrid, en 1854 con el pretexto de los sucesos del 20 de Febrero. Su energía y dignidad se habían revelado en todos los actos de su vida, cuando, rebajando el justo prestigio de la Universidad de Zaragoza, se consiguió hacerla vulgar instrumento de las miras de un gobierno aborrecido, obligando a sus profesores a que firmaran la oferta de vidas y haciendas, él se levantó a a sostener los derechos y la independencia del cuerpo y se negó a suscribir aquel documento que a todas luces debió ser rechazado; cuando el Gobernador Roda quiso obligarle a que votara por el candidato ministerial, le contestó rotundamente con una inesperada negativa; cuando en 1849 se le confió el discurso inaugural de la Universidad, alzó su voz luchando contra el espíritu de la política dominante, y aun pudiéramos decir contra el de aquella corporación, en defensa de la libertad a quien probó que se debían las grandes épocas literarias; cuando los señores Olózaga y Escosura vinieron como candidatos a la diputación por Zaragoza, él, no obstante la presión que el gobierno ejercía y a pesar de la ya dura enemiga que se había suscitado, no omitió medio alguno para coadyuvar al triunfo que después en un banquete patriótico celebró con entusiasmo por medio de unos versos a la Libertad.»
Así escribe de sí mismo, en tercera persona, nuestro ya conocido autor de La imprenta en Zaragoza, al relacionar el levantamiento progresista de 1854, en el que ha tenido una participación destacada. Es una obra hija del momento, con el que que quiere dejar constancia de los acontecimientos recién sucedidos. El tono general es de una parcialidad manifiesta y consciente, de acuerdo con las características de este género literario de carácter político (que no ideológico). Su talante esparterista brilla dominante y excluyente: por un lado, «reyes fanáticos», «el clero astuto» y «el poder (que) nos ha dado Estatutos, Constituciones de 1845, golpes de Estado»; y por otro, «el pueblo (que) se ha tomado la Constitución de 1837 y la que va a producir en estos momentos la asamblea constituyente». En resumen, una historia de buenos y malos. La simpleza de este planteamiento maniqueo, carente de un análisis ideológico mínimamente riguroso, contrasta más si lo comparamos con la obra que su estricto contemporáneo Francisco Pi y Margall publica al mismo tiempo: La reacción y la revolución. Estudios políticos y sociales. En la presentación de esta obra señalábamos que podía ser considerada el primer intento serio de dotar al liberalismo radical español de una fundamentación filosófica y científica.
De todos modos esta obra de Jerónimo Borao posee en sí misma considerable interés. La narración de los acontecimientos nos muestra la visión, de sí misma y de sus acciones, de la Junta revolucionaria de Zaragoza durante el verano del 54, en el breve periodo en que su influencia se extiende por buena parte del territorio nacional. En dicha narración, y en parte gracia a las mismas limitaciones a que hemos hecho referencia, resalta el esfuerzo de crear un recuerdo, una interpretación canónica (¿una memoria histórica?) que reivindique el carácter determinante que Zaragoza habría tenido en la revolución, con el fracasado pronunciamiento de febrero y el triunfante levantamiento de julio. Por otra parte, el extenso apéndice documental, con más de sesenta documentos, añade interés historiográfico a la obra.
Zaragoza, Puerta del Duque de la Victoria |
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