Oliver Goldsmith (1729-1774) forma parte de la Ilustración británica, algunos de cuyos miembros se reconocen en el grabado inferior, con la representación de una reunión literaria en casa del gran pintor Joshua Reynolds, también autor del retrato superior. De izquierda a derecha, James Boswell, el reconocido doctor Samuel Johnson, Reynolds, el gran actor David Garrick, nuestro conocido Edmund Burke, el patriota corso Pasqual Paoli, Charles Burney, Thomas Warton y Goldsmith, que es el que nos interesa. Nacido en Irlanda, médico y escritor, tuvo una ajetreada vida que le hizo subir y bajar continuamente en la escala social, en buena medida por su despreocupación y por su gusto por la vida bohemia. Su fama le vino por sus poesías y por su novela El vicario de Wakefield (que es la obra que mejor ha resistido el paso del tiempo), y sólo su relación con el círculo del doctor Johnson le permitió lograr cierta estabilidad.
Presentamos su Historia de Inglaterra desde los orígenes hasta la muerte de Jorge II (1771). Es una obra apresurada y un tanto superficial, pero amena y bien escrita, lo que le aseguró múltiples reediciones y traducciones, como la que presentamos. Sin embargo palidece considerablemente cuando la comparamos con la gran historia de Inglaterra redactada en el siglo XVIII, la del filósofo David Hume, que confío presentar próximamente. En 1846 escribía su editor en español, Ángel Fernández de los Ríos: «…la Historia de Inglaterra, cuya traducción hemos emprendido, además del encanto del estilo propio de todas las producciones de Goldsmith, y del interés que sabe dar siempre a su narración , se distingue por una gran imparcialidad de opiniones; mérito generalmente raro en las historias inglesas, escritas todas bajo tres influencias casi siempre ciegas y apasionadas, el espíritu de partido, el de doctrina religiosa y un orgullo nacional exagerado.»
Parece un poco exagerado el juicio. Veamos como termina su Historia, con un orgullo netamente prenacionalista: «Inglaterra suministraba un subsidio al rey de Prusia; un cuerpo considerable de tropas inglesas mandaba en la vasta península de la India; otro ejército de veinte mil hombres protegía las conquistas de la América septentrional; treinta mil hombres había empleados en Alemania, y otros muchos cuerpos se hallaban en las guarniciones de las diferentes partes del mundo. Y todo esto era nada en comparación de la fuerza que los ingleses tenían en el mar, y que dominaba donde quiera, haciendo totalmente nula la preponderancia de los franceses sobre este elemento. El valor y la habilidad de los almirantes ingleses superaban todo lo que se había visto en la historia: ni la superioridad de fuerzas, ni el temor del peligro y tempestades podían intimidarlos. (…) Tal es el aspecto glorioso que en esta época presentaba la Gran Bretaña en todo el universo; pero al paso que sus esfuerzos siempre dirigidos al bien de la nación, obtenían los más prósperos resultados, un acontecimiento fatal vino a oscurecer por algún tiempo el brillo de sus victorias.» Naturalmente, se refiere a la muerte de Jorge II.
Otras de sus reflexiones se han convertido en lugares comunes. En un momento determinado, al inicio de la narración del reinado de Jorge II, Goldsmith comenta (y reflexiona): «En todo el tiempo que duró la paz, apenas hubo suceso alguno digno de ser referido. Tales intervalos son épocas de ventura para un pueblo, porque la historia en general no es más que un gran registro de crímenes y calamidades de la especie humana.»
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