viernes, 15 de diciembre de 2023

Augusto Conte, Recuerdos de un diplomático

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Stefan Zweig, en sus conmovedoras memorias El mundo de ayer, señala que «si busco una fórmula práctica para definir la época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en que crecí y me crié, confío en haber encontrado la más concisa al decir que fue la edad de oro de la seguridad.» Es la llamada Belle Époque, ese medio siglo sucesor de la larga etapa revolucionaria, orgulloso de sus logros políticos, sociales y económicos, firmemente confiado en la inevitabilidad de un progreso acelerado y sin fin, rebosante de un desmedido complejo de superioridad edificado sobre certidumbres nacionalistas y racistas. En realidad, ese mundo tan satisfecho de sí mismo está incubando el atroz siglo XX, que lleva a Zweig a idealizar la época anterior:

«Antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos. He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea. Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad.»

Cuando Zweig nace, el diplomático español Augusto Conte y Lerdo de Tejada (1823-1902) se encuentra ya próximo a su jubilación. Su vida se desarrolló, pues, en esa época de plenitud y soberbia europea, y desempeñó su carrera sucesivamente en Lisboa, México, Roma, Florencia, Turín, Nápoles (capitales de cuatro estados anteriores a la unificación italiana), Londres, Copenhague, y tras el paréntesis del sexenio revolucionario, Constantinopla y Viena. Cosmopolita y políglota, con parientes por toda Europa (su padre era francés y su esposa inglesa), y muy bien relacionado con la extensa y todavía poderosa aristocracia europea, se establecerá definitivamente en Florencia, donde redactará las memorias que comunicamos esta semana.

A diferencia de las de Zweig, no destacan por su profundidad aunque sí por su amenidad. Conte nos describe como espectador los principales acontecimientos y personajes de su época, y sólo en un par de ocasiones ejerce un cierto protagonismo: en Roma durante su efímera república, y en Viena con los tratos sobre el matrimonio de Alfonso XII. El papel secundario de España en el siglo XIX no da para más. En compensación, se extiende en la descripción de los distintos países en los que vive, con especial atención a su historia, sus monumentos y sus museos, sus escritores, músicos y artistas, y por supuesto su buena sociedad: bailes, recepciones y tés de las cinco de aristócratas y diplomáticos. Sus opiniones son por lo general conservadoras y convencionales, y en ocasiones un tanto ramplonas, aunque en ocasiones nos sorprende abogando (un tanto a toro pasado) por el abandono de Cuba y el rechazo a la ocupación del norte de Marruecos.

Las críticas a su obra no fueron siempre positivas. Por eso, en el tercer volumen (publicado póstumamente) el autor se cura en salud: «Mas antes de proseguir, quiero justificarme de una tacha que quizá merezca a primera vista. El severo censor podrá decirme que hago con harta frecuencia toda clase de digresiones, ora históricas, ora descriptivas, las cuales no tienen mucho que ver con el objeto principal de mi libro, de tal suerte que más parece éste un Manual de Historia o una Guía del viajero que no una relación de recuerdos. Yo, sin embargo, creo poder justificar esta, que parece falta, haciendo advertir que mal podrían comprenderse las cosas que de cada país voy refiriendo, si no las acompañase de aquellos antecedentes que las explican y de aquellas descripciones que les dan un color local, no de otra suerte que el novelista las introduce a cada paso en sus ficciones a fin de comunicar más vida a los personajes que pinta.»

En fin, el Augusto Conte que en su retiro florentino compone sus memorias, benevolente y superficial, nos recuerda al Mr. Audley de Gilbert Keith Chesterton en Las pisadas misteriosas: «Era un anciano afable que todavía gastaba cuellos a lo Gladstone: parecía un símbolo de aquella sociedad, a la vez fantasmagórica y estereotipada. Nunca había hecho nada, ni siquiera un disparate. No era derrochador, ni tampoco singularmente rico. Simplemente, estaba en el cotarro y eso bastaba. Nadie, en sociedad, lo ignoraba; y si hubiera querido figurar en el Gabinete, lo habría logrado… Mr. Audley, que nunca se había metido en política, trataba de estas cosas con una seriedad relativa. A veces, hasta ponía en embarazos a la compañía, dando a entender, por algunas frases, que entre liberales y conservadores existía cierta diferencia. En cuanto a él, era conservador hasta en la vida privada. Le caía sobre la nuca una ola de cabellos grises, como a ciertos estadistas a la antigua; y visto de espaldas, parecía exactamente el hombre que necesitaba la patria. Visto de frente, parecía un solterón suave, tolerante consigo mismo, y con aposento en el Albany, como era la verdad.»

Proclamación de la república romana en 1849

2 comentarios:

  1. Francisco Conte Mac Donell31 de diciembre de 2023, 15:44

    José Javier Martínez

    Me llamo Francisco Conte Mac Donell y soy tataranieto de don Augusto Conte y Lerdo de Tejada.
    Muchas gracias por tomarte el tiempo de escribir unas palabras sobre mi tatara abuelo.
    en este momento me encuentro escribiendo las memorias de nuestra familia y justo voy en el episodio de Augusto y su familia.
    un abrazo grande

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