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—¡Los veo, Mia! ¡Los veo! Allá, contra el cielo oscuro y tormentoso. Están todos allí. El herrero, Lisa, el caballero, Raval, Skat y Jons. Y la Muerte, el severo guía, les invita a bailar. Se toman de las manos y bailan en una larga cadena. El primero va la Muerte con su guadaña y su reloj de arena, pero Skat se balancea al final con su lira. Bailan alejándose del amanecer en una danza solemne hacia las tierras oscuras, mientras la lluvia les lava el rostro y limpia la sal de las lágrimas de sus mejillas.
Guarda silencio. Baja la mano. Su hijo, Mikael, parece escuchar sus palabras. Ahora, gatea hasta Mia y se sienta en su regazo. Dice Mia, sonriendo:
Así concluye El séptimo sello, la subyugante película de Ingmar Bergman.
Memento mori. La muerte está presente en la vida de los hombres, que desde la antigüedad (Gilgamesh en busca de la inmortalidad) recuerdan y lamentan que han de morir. En la Baja Edad Media, quizás por el catastrófico siglo XIV con su encadenamiento de hambrunas, epidemias y guerras, se difunde una creación cultural llamada a perdurar con gran éxito durante muchos siglos, la Danza de la Muerte. La Muerte, representada por un esqueleto que lleva un reloj de arena (todas hieren, la última mata) o una guadaña, obliga a entrar en su danza a personajes de toda la escala social, por más que muchos de ellos se resistan. Esta creación tendrá múltiples manifestaciones: poéticas, pictóricas, musicales, teatrales…, las cuales gozarán de gran difusión gracias al desarrollo de novedosos sistemas de impresión.
En cualquier caso, como es natural, cada obra de este tipo obedecerá a los valores, a las preocupaciones y a los gustos de su época, lo que las hace tremendamente variadas. Es evidente que poco tienen que ver la muy influyente Danza macabra de los muros del Cementerio de los Santos Inocentes de París (destruida en 1669), con una finalidad exclusivamente religiosa y moralizante, en comparación con la divertida serie de grabados que pergeña hacia 1815 el genial Thomas Rowlandson; su tratamiento del tema es exclusivamente satírico… e indudablemente comercial.
Pues bien, el genial artista Hans Holbein el Joven (1497-1543) trazó con este tema una serie de dibujos para ser grabados en madera por Hans Lützelburger, de reconocida pericia. Sin embargo la muerte le sorprendió a este último pronto, en 1526, cuando llevaba talladas 41 planchas, y parece ser que le restaban aun otros diez dibujos de Holbein. Aunque se piensa que se realizaron y vendieron diversas impresiones posiblemente sueltas, el éxito de la serie llegó cuando dos avispados impresores de Lyon, los hermanos Trechsel, se hicieron con los bloques grabados por Lützelburger, y los publicaron en forma de libro con el título Les ſimulachres & historiees faces de la mort, autant elegammẽt pourtraictes, que artificiellement imaginées,
Aunque el volumen se compone de unos prolijos textos sobre la muerte, a cargo del humanista y poeta Jean de Vauzelles (1495-1563), el éxito de la obra se debió a las 41 composiciones de Holbein, xilografiadas por Lützelburger. Vauzelles se limitó a acompañar cada grabado por un cita bíblica en latín (muchas traídas por los pelos), y una sencilla cuarteta en francés sobre el protagonista de cada escena. En esta edición son los únicos textos que conservamos. El interés por la obra debió ser considerable. Así, en la edición de 1545 se añaden ocho nuevos grabados que según algunos corresponden a los originales de Holbein que Lützelburger no llegó a realizar. Y todavía se agregan dos más en 1562, con lo que se completarían las 51 composiciones que habría trazado Holbein.
En cualquier caso, el rápido deterioro de las planchas fue la causa de la muy diferente calidad en las sucesivas impresiones. Y también explica, dado el prestigio que conservaba la colección, la abundancia de imitaciones, remedos, y sobre todo desde el siglo XVII, copias realizadas con una técnica totalmente diferente, el aguafuerte, que da lugar a unos resultados que poco tiene que ver con los originales.
La colección de Holbein tiene, naturalmente, un enfoque ideológico determinado: es un hombre del Renacimiento y de la Reforma. Algunos personajes se resistente vivamente a ser arrebatados por la muerte, mientras que otros parecen aceptar el trance o simplemente no lo advierten. Algunos eclesiásticos son evidentemente criticados: el Papa, que es una de las tres escenas en las que junto a la Muerte aparecen demonios, o la Monja que dirige la mirada a su galán descuidando sus devociones. Las otras dos escenas en las que figuran también pequeños demonios son la del Regidor que no protege a los pobres como es su obligación, y la del jugador de cartas; pero esta última corresponde a las adiciones de 1545.
Para esta edición he escogido el ejemplar que perteneció al cardenal Mazarino, que fue cuidadosamente iluminado a mano en el siglo XVII. Actualmente pertenece a l’Institut de France. Es cierto que el color enmascara la limpieza de trazo de los grabados (la xilografía viene a ser al grabado como la línea clara al cómic), pero el resultado me ha parecido bastante interesante. A pesar de todo, y para compensar, he incluido en Apéndice una serie ejemplos de los grabados originales sin iluminar, tomados de la colección de The Cleveland Museum of Art.

