sábado, 10 de mayo de 2014

José Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones

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Hay una constante que, a través de los siglos, acompaña a la producción historiográfica: la proliferación de falsificaciones que embellecen, sorprenden y amenizan; que solucionan y dan respuesta a cuestiones irresueltas; que justifican o condenan a personalidades, instituciones o ideologías. Pueden ser fruto de la buena fe, de la credulidad, del interés o de la malevolencia, pero siempre seducen a muchos. Es un fenómeno que se sigue produciendo en la actualidad, en ocasiones de forma un tanto burda, como las orwellianas fotografías manipuladas de regímenes totalitarios, o las sorprendentes descubrimientos de nuevas procedencias geográficas o de condiciones de personajes destacados de la humanidad. Otras veces revisten una forma más sibilina aunque igual de sesgada, como muchas de las leyendas negras o rosas, memorias históricas, e historias nacionalistas melancólicas o triunfantes. En cualquier caso, parece predominar el autoconvencimiento de sus autores, para los que sus creaciones no son más que un atajo: construyen las pruebas de sus certezas. Pues bien, todas estas obras tienen un considerable valor historiográfico, ya que son excelentes muestras de las creencias, anhelos y valores en cada sociedad determinada.

En el siglo II de nuestra era, Luciano de Samósata escribía en sus divertidas Historias verdaderas: «Citemos, por ejemplo, a Ctesias de Cnido, hijo de Ctesioco, que escribió sobre la India y sus peculiaridades aquello que él personalmente jamás vio, ni oyó de labios fidedignos. Escribió también Yambulo muchos relatos extraños acerca de los países del Gran Mar, forjando una ficción que todos reconocen, aunque construyendo un argumento no exento de interés. Muchos otros, con idéntica intención, escribieron sobre supuestas aventuras y viajes de ellos mismos, incluyendo animales monstruosos, hombres crueles y extrañas formas de vida. Su guía y maestro de semejante charlatanería es el Ulises de Homero (…). Pues bien, después de tomar contacto con todos esos autores, llegué a no reprocharles demasiado que engañen al público, al notar que ello es práctica habitual, incluso, entre los consagrados a la filosofía. Me sorprendió en ellos, sin embargo, que creyeran escribir relatos inverosímiles sin quedar en evidencia.»

Los siglos XVI y XVII fueron una época fértil para este tipo de mixtificaciones. Los conflictos religiosos y el nacimiento del estado moderno se conjugaron en un creciente interés por dotar a las colectividades de un pasado espléndido, lo más antiguo posible, y enraizado con la doble tradición clásica y bíblica. Tendrán un enorme éxito los prodigioso libros plúmbeos de Granada, las acumulativas crónicas del supuesto barcelonés Dextro o del supuesto zaragozano Máximo... Ahora bien, el espíritu crítico también está presente en la época, tanto en el ámbito religioso como en el historiográfico, y a pesar de su gran difusión y popularidad, son contestadas y rechazadas desde su misma aparición.

El relato de esta apasionante y entretenida polémica es el objeto de la obra que presentamos. José Godoy Alcántara (1825-1875) compatibilizó la dedicación a la historia con otras tareas, pero nos dejó su Ensayo histórico etimológico filológico sobre apellidos castellanos, numerosos artículos históricos de variada temática en el Seminario Pintoresco Español, y su Historia crítica de los falsos cronicones, obra premiada por la Real Academia de la Historia en 1868 y que, de algún modo, le facilitó el acceso a esta docta casa, en la que ingresó dos años después. También fue elegido para la Real Academia Española, pero no llegó a tomar posesión de la silla g, que le correspondió.

Aunque con posterioridad muchos autores se han ocupado de estas cuestiones (por ejemplo Caro Baroja en su interesante Las falsificaciones de la Historia en relación con la de España), la Historia Crítica sigue siendo una obra útil y amena. Unos pocos años después de su publicación, Menéndez Pelayo señala que la crítica demoledora de estas falsificaciones, «termina con cierto matiz volteriano en la deliciosa Historia de los falsos cronicones, de Godoy y Alcántara.»


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