Schedel, Hartmann, Crónicas de Nuremberg (1493) |
Diógenes Laercio fue un escritor helénico del siglo III que compuso un entretenido compendio de las vidas y opiniones de los abundantes y variopintos filósofos griegos. La distancia temporal respecto a la mayoría de ellos era ya considerable, pero en el mundo romano en el que vivía el autor disponía de bibliotecas y de un cúmulo de obras actualmente desaparecidas. Entre ellas, muchas de las de los filósofos que va a historiar, además de otras obras de conjunto y de análisis que continuamente cita. Sus propósitos no parecen ser muy elevados: pretende deleitar (como proponen sus admirados epicúreos) al lector, sin un exceso de rigor ni de profundidad. Es lo que hoy consideraríamos un ensayo divulgativo, dedicado al gran público (culto, naturalmente) que, en ocasiones, parece algo apresurado.
Aquí radica su principal defecto: no es riguroso («chismorreador superficial y fastidioso» le llama Hegel), escoge habitualmente lo más llamativo o chocante de cada filósofo (véanse las páginas dedicadas a su tocayo Diógenes el cínico), amontona anécdotas que recuerdan viejos chistes (y en ocasiones la misma es atribuida a filósofos diferentes), y se pierde en la enumeración de largas series de títulos. Además, no parece implicarse ni profundizar en ninguna de las escuelas filosóficas que examina: es característico que los versos propios que intercala dedicados a numerosos autores suelen centrarse en lo anecdótico, y no en su pensamiento. Estos defectos, sin embargo son al mismo tiempo su mayor atractivo. Y bien lo supo ver Michel de Montaigne cuando escribe en sus Ensayos: «Lamento que no tengamos una docena de Laercios, o al menos que el que tenemos no sea más extenso y más explícito; pues me interesa por igual la vida de los que fueron grandes preceptores del mundo como también el conocimiento de la diversidad de sus opiniones y el de sus caprichos.»
Las Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres son, pues, una más entre las abundantes escritas con parecido propósito en la época. E inicialmente no parece que tuviera un éxito excesivo. Pero el hecho de sobrevivir al fin de la Antigüedad la convertirá en la principal (cuando no única) fuente para la historia de la filosofía griega. Conocido y revalorizado en Bizancio desde el siglo VI, se difundirá por Occidente a partir del siglo XII, aunque aún tardará en traducirse al latín (principios del siglo XV). Aquí presentamos la traducción clásica española realizada en 1792 por José Ortiz Sanz, de la que el profesor Félix Duque señalaba en un manual clásico que, «a pesar de su vetustez (o quizá precisamente por ella) sigue teniendo gran encanto». Por mi parte, sólo he aportado una somera modernización ortográfica.
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