«Tenemos la suerte de que el premio Nobel dictara (ya no escribía por su falta de vista) sus Recuerdos a solicitud de Lázaro Galdiano, que se los había pedido para su revista España Moderna en 1894. Parece que empezó desganado y fue ilusionándose hasta confesar que era con lo que más disfrutaba, ya que consistía casi en una conversación consigo mismo. A su muerte, los artículos se recopilaron en tres tomos publicados por Ruiz Hermanos (1917), que es la edición ahora recuperada: el relato llega hasta el desembarco de Amadeo de Saboya en el puerto de Cartagena, acontecimiento del que Echegaray fue singular (y divertido) protagonista, porque estaba en la comitiva de tres ministros que habían ido a buscarlo después del atentado contra Prim. Para la continuación hay que acudir a los artículos que siguió publicando, en este caso en Madrid científico. Algunos de ellos se encuentran también en la Revista de Obras Públicas (...)
»De todos cuantos hemos leído (o releído) en los últimos meses los Recuerdos de Echegaray no conozco a nadie a quien no le hayan entretenido, divertido e ilustrado. Por las circunstancias del personaje, desde luego, pero también porque, de forma hábil, los utiliza para ir contando la historia de la segunda mitad del siglo XIX, llena de acontecimientos, revoluciones y personajes. Como bien ha visto Martín Pereda, es, efectivamente, la historia de una época. Lo interpreta incluso en términos de dramatización buscada: cuando se levanta el telón, la acción alcanza su clímax, para acabar cayendo el telón. Llama, en efecto, la atención hasta qué punto Echegaray juega con el tiempo y con el espacio; él, tan individualista, tendría, dice, una memoria socialista, de modo que todo lo recuerda en su cuadro correspondiente, con sus figuras y su acción formando un todo. Las escenas con sus compañeros de Caminos en la Escuela, como espectador de teatro, o las de las Cortes constituyentes de la revolución, son estampas inolvidables.
»Es más, logra en muchas ocasiones vincular recuerdos particulares a los grandes acontecimientos del siglo, de forma que su biografía queda jalonada por ellos, algunas veces con bastante ironía. Cito algunos de los mejores ejemplos: justo el día de la abdicación de María Cristina y del inicio de la regencia de Espartero, pudo desechar un odiado traje verde de una pieza, con el calzón unido a la chaqueta, en el que era un suplicio saber si se metían antes las manos o las piernas, de modo que para él la libertad siempre estuvo vinculada al progresismo; en otra ocasión volvía de Almería, donde había tenido su primer (y único) destino de ingeniero, cuando quedó paralizado en Aranjuez por la Vicalvarada, y fue él quien, por sus relaciones con un general sublevado, consiguió hacer llegar a todos los viajeros hasta Madrid, lo que le hizo sentirse muy importante; o el momento en que se encontraba en San Juan de Luz con muchas personalidades exiliadas esperando que se decidiera Prim a dar el golpe, y llegó la batalla de Alcolea, se inició la revolución de septiembre y él se encontró como uno de los protagonistas; mejor aún, cuando era un diputado algo apocado en las Cortes Constituyentes y tuvo que intervenir en la sesión en que se discutía la cuestión religiosa, en contra del canónigo integrista Vicente Manterola, que había defendido la unidad religiosa, y justo después del célebre discurso de Castelar [el de Grande es Dios en el Sinaí]: fue entonces cuando pronunció su discurso más famoso, el conocido como el de la trenza y el quemadero (...)
»Más ejemplos: cuando se buscaba rey y los liberales promovían al duque de Montpensier, mal visto por los progresistas por sus connivencias con la dinastía derrocada, a Prim y a Ruiz Zorrilla se les ocurrió para desactivar esa candidatura hacer rey al duque de Génova y casarlo con la hija mayor de Montpensier. Fue a Echegaray al que recurrieron para hacer esas gestiones ya que un antiguo alumno pertenecía a la casa de Montpensier, gestiones que, como era de esperar, fracasaron estrepitosamente. Finalmente, fue Echegaray, cuando era ministro de Fomento, quien, junto con Juan Bautista Topete y José María Beránger, tuvo, tras el atentado contra Prim, que ir a buscar a Amadeo de Saboya a Cartagena, en un viaje en el que le tocó hablar en todas las paradas del tren en su nombre y en el de los otros dos, incluso en Cartagena en nombre del futuro rey, porque este no sabía castellano, lo que el ingeniero disimuló diciendo que estaba afónico. Es uno de los episodios más divertidos de unas memorias que abundan en ellos.
»No creo que hagan falta más ejemplos para permitir otorgar a estos recuerdos de Echegaray un estatuto de episodios nacionales. Muestran, además, una fina ironía y el autor da prueba de la suficiente distancia crítica y sentido del humor como para reírse de sí mismo. Es esa narración de una historia personal al hilo de la de su tiempo lo que hace que los Recuerdos resulten tan amenos. Y lo que justifica que todos los que hablamos de Echegaray quedemos enredados en sus historias y los utilicemos como fuente.»
Muchas gracias.
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