Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, incluyó en sus célebres Cartas Persas (1721), una dedicada a España. Su crítica, bastante banal y basada en estereotipos propios de la época, se debe relacionar con los dardos que lanza a la sociedad francesa. Naturalmente, provocó un considerable rechazo o, a lo menos, una cierta decepción, entre los muchos admiradores del autor de El Espíritu de las Leyes. Uno de ello fue José Cadalso (1741-1782), de quien ya incluimos en Clásicos de Historia sus Cartas Marruecas, que en su juventud redactó la obra que presentamos, conocida sólo desde hace medio siglo. La profesora Ana Peñas Ruiz, en Cartaphilus, Revista de Investigación y Crítica Estética, 3 (2008), la estudió en detalle, y de ese artículo entresacamos algunos párrafos.
«La Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu es un texto atribuido a José Cadalso y desconocido hasta hace relativamente poco tiempo, cuando el crítico francés Guy Mercadier lo compró a un librero madrileño en el año 1970. Hasta este momento, se desconocía el paradero de esta obra que el propio Cadalso cita en una carta enviada a su amigo, el poeta Meléndez Valdés. Se trata de una carta escrita entre abril y mayo de 1775, en la que Cadalso nombra al poeta amigo “depositario” y “heredero” de sus manuscritos inéditos, para evitar con ello que le fueran atribuidos póstumamente textos ajenos a su pluma. Al hacer el inventario de las obras que se propone enviarle registra (...) y, junto a estas obras, la titulada Notas a la Carta Persiana N.º 78 en que el Sr. Presidente Montesquieu se sirve decir un montón de injurias a esta nación sin conocerla. El título definitivo ―al menos mientras no tengamos otra edición del texto― es el que figura en el manuscrito hallado por Mercadier: Defensa de la nación española contra la “Carta persiana LXXVIII” de Montesquieu. Notas a la carta persiana que escribió el presidente de Montesquieu en agravio de la religión, valor, ciencia y nobleza de los españoles.»
«Para el español, esta “mal fundada sátira”, como califica la “Carta LXXVIII” de Montesquieu, no pasa de ser una mera extravagancia. Lo que preocupa verdaderamente a Cadalso no es que los disparates que difunde este breve texto narrativo de Montesquieu surtieran algún efecto sobre los hombres de letras ―“de juicio”, los llama Cadalso―, sino que estas ideas pudieran llegar a “los necios”, mucho más abundantes que los primeros. (…) Cadalso se indigna de que un hombre de la talla y genio de Montesquieu haya sido capaz de agraviar tan injustamente a su país vecino; un país que, además, no conoce más que de lecturas y oídas. Esta situación era bastante frecuente en la España del siglo XVIII, y continuará durante el siglo XIX, cuando se multiplican las voces críticas que, sobre todo desde la prensa, claman contra los abusos y prejuicios de los escritores y viajeros españoles, cuya visión de España corresponde a la leyenda negra de un país atrasado y asolado por todo tipo de males endémicos, desde la falta de educación hasta a superstición y la poltronería como rasgo más sobresaliente del carácter de sus habitantes.»
«La crítica a Montesquieu en la Defensa se expresa a través de un doble juego: los comentarios y expresiones directas, hirientes y mordaces, junto a la ironía más velada de aparentes elogios al escritor. Ello se advierte ya desde el principio del texto, en las reiteradas referencias al carácter del escritor francés, de quien afirma Cadalso que no es esperable una calumnia tan descarnada contra un país ajeno, como sí lo sería de un “petimetre francés de poca edad, menor juicio y ninguna modestia.” Recordemos, para advertir lo hiriente del comentario, que Montesquieu tenía poco más de veinte años cuando escribe las Lettres persanes. Por otra parte, no hay que perder de vista que el propósito de Cadalso se centraba en responder a un texto de un escritor tan famoso y admirado como Montesquieu, a cuyos méritos literarios se añadía un buen linaje para completar su imagen externa de hombre grave y respetable. De hecho Cadalso reitera hasta siete veces este mismo adjetivo, “grave”, para referirse a Montesquieu (...) Esta insistencia no tiene como objetivo remarcar esa cualidad positiva del francés sino, muy al contrario, rebajar a éste mediante un elogio ex contrario ―muy frecuente, por lo demás, en los escritores españoles del siglo XVIII, que siguen la tradición de los grandes satíricos del Barroco―.»
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