lunes, 16 de septiembre de 2024

Benjamín Franklin, Esclavos y razas (Textos 1751-1790)

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Benjamín Franklin (1706-1790) fue uno de los más influyentes ilustrados de las trece colonias británicas de América, y luego de los Estados Unidos. En su día José Luis Comellas lo caracterizó como «científico, revolucionario y patriota norteamericano. Activo miembro de las logias masónicas, recibido triunfalmente en París poco antes de la Revolución, es uno de los símbolos de la llamada Revolución Atlántica, o vinculación existente entre los procesos de transición al Nuevo Régimen en América y Europa. Con su aire pueblerino y sus gustos sencillos, Franklin causó sensación en la Francia de fines del XVIII, y fue considerado como el prototipo del hombre natural roussoniano.»

A diferencia de otros famosos ilustrados, Franklin no se limitó al terreno intelectual: su vida presenta una poderosa vertiente práctica con la que toma parte activa de los acontecimientos, tanto en su faceta de exitoso editor y periodista, como mediante el desempeño de diversos cargos: concejal, juez de paz, miembro de la asamblea de Pensilvania, director de correos, representante de las colonias ante la corte de Londres a lo largo de veinte años, embajador en Francia tras la independencia durante casi diez años, gobernador de Pensilvania… Su fama internacional fue enorme, y se tradujeron a los principales idiomas europeos muchas de sus obras; pero en los Estados Unidos su reconocimiento público adquirió un nivel extraordinario, prácticamente al nivel de George Washington. Su firma aparece tanto en la Declaración de Independencia, en la Paz con Inglaterra y en la definitiva Constitución.

Pero en esta entrega de Clásicos de Historia nos limitaremos a recoger unos pocos pero representativos textos sobre la abolición de la esclavitud. Aunque Franklin fue propietario de esclavos a lo largo de su vida, y sus periódicos publicitaron anuncios de ventas de negros y avisos de fugas de esclavos, su actitud en este aspecto evolucionó progresivamente, y se interesó por iniciativas para la educación de los esclavos y de los negros libres, y por la mejora de sus condiciones. En sus últimos años se posicionó radicalmente en contra de la esclavitud y fue elegido presidente de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery and for the Relief of Free Negroes Unlawfully Held in Bondage.

El primer texto que comunicamos es de 1751 y se titula Observaciones sobre el crecimiento de la humanidad y el poblamiento de los países. Tuvo una gran difusión y sus planteamientos influyeron en Adam Smith, en Malthus, y a través de éste en Darwin. Podemos observar la valoración negativa de la esclavitud pero principalmente por considerarla poco rentable, ya que comporta un coste superior al de los trabajadores libres. Y asimismo, se pueden observar en el documento las ideas de Franklin sobre las razas.

Otros textos posteriores hacen referencia a las tareas y manifiestos de la sociedad abolicionista antes mencionada. Resulta interesante el Proyecto para mejorar la condición de los negros libres, con admirables propósitos filantrópicos… pero con un talante que en el mejor de los casos podemos considerar paternalista.

El último artículo que publicó Franklin, a menos de un mes de su muerte resulta especialmente atractivo. Habiéndose presentado una petición en la Cámara de Representantes del Congreso en contra del tráfico de esclavos, intervinieron en los correspondientes debates diversos defensores de la esclavitud y de la trata. Franklin los parodia fingiendo el discurso de un gobernante argelino a favor de la piratería y la esclavitud ejercidas en perjuicio de los europeos, con los mismos argumentos con los que se justificaba en el Congreso la realizada contra la población africana.

Hemos incluido también unas Observaciones sobre los salvajes de la América del Norte, en las que se critica algunas de las condiciones a las que se somete a la población india.

Emblema de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery, hacia 1789, con el llamativo lema "Trabaja y sé feliz".

lunes, 2 de septiembre de 2024

Alejandro Manzoni, Historia de la columna infame

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Friedrich Spee von Langenfeld (1591-1635), jesuita alemán, fue uno de los primeros intelectuales que condenaron la tortura en los procedimientos judiciales, en una época en que su uso era común en la mayor parte de Europa. En su Cautio criminalis circa processus contra sagas (1631) escribió el siguiente párrafo, luego muy difundido en los territorios hispánicos, gracias a su inclusión por Benito Jerónimo Feijoo en el tomo sexto de su Teatro crítico universal (1734):

«¿Para qué fatigarse en buscar con tanta solicitud a los hechiceros? Yo os mostraré dónde se encuentran. Prended a los capuchinos, a los jesuitas, a todos los religiosos; sometedlos a cuestión de tormento, y veréis cómo confiesan que han incurrido en el crimen de hechicería. Si algunos negaren, reiterad el tormento tres y cuatro veces, que al fin confesarán. Raedles el pelo, exorcitadlos, repetid la ordinaria cantinela de que el demonio los endurece; proceded siempre inflexibles sobre este supuesto y veréis cómo no queda uno solo que no se rinda. Hartos hechiceros tenéis ya; pero si queréis más, prended a los obispos, canónigos y doctores: con la misma diligencia lograréis que confiesen ser hechiceros; porque ¿cómo podría resistir la tortura esta gente delicada? Si todavía deseáis más, venid acá, yo os pondré a vosotros mismos en el tormento y confesaréis lo mismo que aquéllos. Atormentadme luego vosotros a mí, y no hay duda que resultaré también reo del mismo delito por confesión propia. De este modo todos somos hechiceros y magos.»

Aunque Spee se refiere a la inicua persecución contra la brujería que obsesionaba a buena parte de la Cristiandad desde hacía algo más de un siglo, su crítica era generalizable a otros muchos casos, ya que los tormentos eran usuales en muchos procedimientos judiciales. De todos modos, existía una considerable diferencia en su aplicación según países, jurisdicciones, costumbres legales, y las mismas circunstancias concretas en que se debían aplicar.

Por la misma época en que se publicaba la obra del jesuita alemán, el Milanesado estaba azotado por una gravísima epidemia de peste, con incontables muertes y la consiguiente alarma social. Para calmar la agitación, las autoridades se sintieron impelidas a descubrir y condenar unos supuestos responsables, acusados de provocar la peste mediante malignos ungüentos que, impregnando calles y casas, habrían extendido el contagio a toda la población. Sospechas y acusaciones sin fundamento llevarán ante la justicia a un cabeza de turco, uno de los muchos comisionados de sanidad reclutados con urgencia por la epidemia. Y el uso indiscriminado, e incluso ilegal, de la tortura en los consiguientes interrogatorios, en busca de cómplices, le hará implicar a más inocentes: un barbero como responsable de la fabricación de los untos, conocidos varios, hasta alcanzar a un capitán hijo del castellano de Milán…

Pues bien, Alejandro Manzoni que desarrolla parte de la trama de su famosa novela Los Novios durante la epidemia, preparó este ensayo histórico sobre dicho escandaloso proceso, que incorporará como apéndice a su novela a partir de la edición corregida de 1842. La titula La Columna Infame, en referencia a la que se erigió, para perpetua memoria, en el solar en el que se alzaba la casa del barbero citado, derruida por sentencia judicial. Una lápida recordaba los delitos y las atroces condenas impuestas a los acusados. El monumento fue eliminado en 1778.

Los vergonzosos métodos de indagación judicial que aquí se recogen no son, sin embargo, excepcionales en la historia. Hemos visto casos semejantes en Seis renegados ante la Inquisición, de Bartolomé y Lucile Bennassar, y en el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire. Y podríamos señalar paralelos con los juicios de Salem (1692) o los del complot negro de Nueva York (1741), a los que tendremos que volver en alguna ocasión.

Grabado de la época