En su clásica Historia de la cultura griega, Jacob Burckhardt señala que «Platón creía posible la realización de sus utopías. Además de la descripción idealizante de una proto-Atenas, de inspiración egipcia anterior en nueve mil años a la que tenía ante sus ojos [Éste es aquel Ἀτλαντικὸς λογὸς que, según la ficción de Platón, escuchó Solón de los sacerdotes de Heliópolis y Sais, y que luego el mismo Platón quiso edificar magníficamente. No pasó de los preparativos (en el Timeo y en Critias), y abandonó el conjunto como ἔργον άτελές, como la ciudad de Atenas hizo con el templo de Zeus. (Plutarco, Solón, 16, 32)], desarrolló en dos obras extensas el cuadro de un Estado absolutamente perfecto y el de un Estado moderadamente liberal.» Y a continuación analiza estas dos obras capitales: naturalmente la República y De las leyes.
Pero el balance que Burckhardt hace de este esfuerzo platónico por alcanzar la descripción del estado ideal, es descorazonador: inverosimilitud, tendencia a la violencia, «contradicción abierta con la índole del hombre griego.» Y, desde su atalaya decimonónica edificada sobre el concepto de progreso, «otro reproche se le puede hacer: en ninguna de sus dos utopías ha adivinado en lo más mínimo el porvenir o lo ha conjurado (…) ¡Cuán superior le es el gran Tomás Moro, cuya Utopía contiene barruntos que luego en Inglaterra y en Norteamérica se han convertido en realidad o en opinión dominante! El libro de Moro ha surgido bajo la influencia de De las leyes, de Platón, pero la impresión es de juventud vigorosa que reemplaza a la caduca senectud. ¡Y qué papel desempeña Platón con su religión obligatoria, en la que ni él mismo es menester que crea, pensada toda ella con razones de utilidad política, junto a la profunda religiosidad de Moro, basada en la más esperada libertad!» El gran historiador suizo murió en 1897, sin convivir (o conmorir) con el atroz siglo XX y siguiente. Si lo hubiera alcanzado, quizás rectificaría y reconocería el carácter aparentemente premonitorio o más bien impulsor, de tantas utopías devenidas en distopías prácticas.
Un último aspecto. En parte de la historiografía hispánica tradicional se ha querido percibir la Atlántida del mito platónico como derivado del Tartessos protohistórico. Así Adolf Schulten, autor de una obra muy difundida sobre esta cultura, señalaba: «Platón ha descrito la capital de la Atlántida y su comarca con arreglo a Tartessos, y al mismo tiempo proporcionado una imagen poética de la rica y próspera Tartessos, situada en la desembocadura del Guadalquivir.» Manuel Bendala, en la obra colectiva Los orígenes de España, puntualiza: «La crítica actual no admite, en general, estas hipótesis, y se ha reafirmado la idea de que, si alguna civilización histórica subyace en el relato de Platón, o en las fuentes que éste dice haber usado, ha de ser la que tuvo por escenario a Creta durante la Edad del Bronce. Y no cabe duda de que la brillante civilización minoica, sacudida por cataclismos como el que hizo saltar en pedazos buena parte de la isla de Thera, resulta ser un sugestivo paralelo de la Atlántida, que fue condenada por Zeus a desaparecer bajo las aguas tras un cataclismo, para castigar las ambiciones territoriales de sus habitantes.»
Kircher, Mundus subterraneus I (1678), p. 82 |
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