El dominico Tommaso Campanella (1568-1639) fue un prolífico filósofo, convencido astrólogo e impetuoso politólogo que, entre su abundantísima producción, prosiguió la tarea de delinear sociedades perfectas, como ya había hecho Tomás Moro con su Utopía. Campanella escribió La ciudad del sol en 1602, inicialmente en italiano pero traducida al latín más tarde por el propio autor, lo que le garantizó una mayor difusión. Había nacido en Calabria, y por tanto era súbdito de la monarquía hispánica a la que percibió durante bastante tiempo como solución a los problemas de su tiempo; la consideraba el brazo armado de la cristiandad bajo la autoridad del papa, auténtico señor del orbe. Desengañado en sus esperanzas, y a causa de algunas de sus predicciones, será acusado por parte del virrey de connivencia con patriotas napolitanos e incluso con los turcos, y condenado a una prolongada prisión durante la que escribió una buena parte de sus obras, y entre ellas la que ahora nos ocupa. Puesto en libertad, acabará estableciéndose en París, donde pasará los últimos años de su vida pensionado por Richelieu.
Guillermo Fraile, en el tomo III de su clásica Historia de la Filosofía, caracterizaba así «sus preocupaciones políticas, determinadas por la corrupción interna de la Iglesia, el luteranismo y la amenaza turca. Se convenció de estar llamado a la gran misión de volver a los hombres a la unidad y de haber sido predestinado por señales del cielo, interpretadas por la astrología y por los rasgos de su cara estudiados por la fisiognomía, para ser el apóstol de una palingenesia, que debía culminar en la unión de los reinos y las iglesias, en una sociedad ordenada racionalmente. En su concepto político entran en extraña mezcolanza el Apocalipsis, las profecías del abad Joaquín, las teorías de Jerónimo Cardano, la astrología y la Biblia… Él habría de ser el apóstol de la unidad del mundo.» Y más adelante: «La unidad fue la gran obsesión de su vida, y a ella consagró su indomable energía con una actividad incansable. Sus grandes enemigos fueron todos cuantos consideraba causas de la división: el aristotelismo, el averroísmo, el luteranismo, el calvinismo, la política de Maquiavelo, los turcos, etc. A esto dedicó numerosas obras políticas: Monarchia christianorum, Politica, Civitas Solis, Discorsi ai Principi d'Italia, Monarchia di Spagna, y más tarde, cuando se desengañó de España, La Monarchia di Francia. Su ideal religioso-político consistía en una especie de sociedad universal comunista, organizada en forma de monarquía teocrática, presidida por el poder supremo del Papa, que sería a la vez padre, sacerdote, príncipe y legislador, señor espiritual y temporal del mundo entero, Rex et sacerdos summus, Vicario de Prima Ragione.»
Parece conveniente leer La ciudad el sol encuadrada en la época y circunstancias tardorenacentistas que la han motivado. Y sin embargo, la encendida imaginación de Campanella que podríamos considerar prebarroca, así como su implicación emocional en la sociedad que describe (actitud muy alejada del distanciamiento irónico siempre presente en la Utopía de Moro), hace que nos sintamos atraídos por su talante visionario, y tentados a percibirla como prefiguración de nuestras sociedades actuales. Nos presenta una sociedad totalitaria en la que todos los aspecto de la vida son controlados por unos dirigentes cooptados indefinidamente; en la que no existe la propiedad privada, y el trabajo y la milicia es obligación general en ambos sexos; en la que el líder máximo o Metafísico, se ve asistido por tres ministros principales, el Poder, el Saber y el Amor; en la que ha desaparecido la familia convencional, y todos los aspectos de la vida (desde las relaciones sexuales y la reproducción hasta la misma dieta alimenticia) son determinados por los sabios gobernantes. Y aún más: el obligatorio aprendizaje-adoctrinamiento se hace por imágenes, mejor que por libros; la sanidad está generalizada; existen carros movidos por el viento, y barcos que navegan sin remos ni velas, y parece que ya son capaces de volar… Se reconoce la libertad humana, pero las estrellas determinan el curso de vidas y acontecimientos. En fin, el sexo se utiliza al mismo tiempo como recompensa y castigo por la docilidad o rebeldía a las imposiciones sociales, y el reo de muerte debe aceptar y amar la sentencia capital que le ha sido impuesta.
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