De Francisco Pi y Margall (1824-1901) ya hemos comunicado La reacción y la revolución. Estudios políticos y sociales, obra con la que en 1855 intenta proporcionar al liberalismo una base ideológica rigurosa. Con ella podemos considerar que inicia su carrera política, desde entonces encuadrada en el ámbito republicano federal y demócrata. Apenas veinte años después, ya convertido en uno de los referentes del movimiento, ocupará el ministerio de la gobernación y luego la presidencia de una república a la que se ha llegado de un modo que él rechaza: por medio de la decisión de una asamblea parlamentaria, en lugar de mediante una constelación de levantamientos revolucionarios por toda la geografía española. Serán unos breves meses —de febrero a junio, y de junio a julio de 1873— en los que sus principios ideológicos, políticos e incluso morales, chocarán con una confusa realidad en la que se entremezcla la lucha política entre republicanos conservadores, centristas e intransigentes, sobre el telón de fondo de las guerras cubana, carlista y cantonales. Durante la república autoritaria de 1874 y la subsiguiente Restauración, Pi mantendrá sus principios y su vida política activa, por lo menos hasta la muerte de Alfonso XII.
Reflejará su valoración de estos acontecimientos recientes con los que se ha intentado llevar a la práctica sus planteamientos en su La República de 1873. Apuntes para escribir su historia. Vindicación del autor. Y a continuación redactará un nuevo texto teórico para fundamentar su defensa del federalismo, que publicará en 1876: Las Nacionalidades, que aquí presentamos. Supone un esfuerzo para justificar sus principios mediante el análisis de la organización política de cuatro estados federales: el Imperio Alemán, los Estados Unidos, el Imperio Austríaco, y Suiza. Y, en consecuencia, la conveniencia de su aplicación en el caso español para superar los errores del unitarismo. La obra merece la pena por retrotraernos a su época y a sus planteamientos radicales pero aún plenamente liberales, por más que flirtee con el naciente socialismo.
Pero aun posee otros valores que quizás pueden resultar más sorprendentes e innovadores en su época. El catalán Pi y Margall se siente profundamente español desde el punto de vista histórico, político y (lo que quizás era más importante para él) cultural: fue un excelente literato y editor de grandes obras de la literatura, como la Historia de España de Mariana. Y sin embargo en esta obra nos resulta gratamente refractario a los excesos nacionalistas entonces ya comunes y habituales desde todas las posturas políticas. Así, sostiene que las naciones no dependen ni de las lenguas, ni de las fronteras naturales, ni de la historia, ni de las razas. Abunda en lo contradictorio, opuesto y nocivo de todos estos criterios, especialmente el último de ellos, que relaciona con las ideas de Haeckel. Naturalmente, la solución que propone será que cualquier nación es, en último caso, resultado del pacto, de la decisión de convivir. Y lo ejemplifica en el caso suizo: «Dentro de la misma Europa hay una nación que corrobora lo que estoy diciendo. Me refiero a Suiza, compuesta de veintidós cantones o Estados. De estos cantones, unos son por su origen alemanes, otros franceses, otro italiano; unos son protestantes, otros católicos; unos entraron libremente en la Confederación, otros por la fuerza; unos empezaron por ser meros aliados de la república, otros meros súbditos. Viven, sin embargo, formando todos tranquilamente un solo cuerpo, sobre todo desde que establecieron en toda su pureza los principios democráticos, y como los Estados Unidos, les dieron la nación por salvaguardia y escudo.»
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