Ángel Ganivet, en su Idearium español (1897), escribía: «La idea de fraternidad universal es utópica; la idea de fraternidad entre hermanos efectivos es realísima; y entre una y otra existen gradaciones que participan de lo utópico y de lo real: las relaciones fraternales que engendra la vecindad, la conciudadanía, la raza, el idioma, la religión, la historia, la comunidad de intereses o de cultura. Yo he tenido ocasión de tratar a extranjeros de diversas naciones y a hispano-americanos, y no he podido jamás considerar a los hispanoamericanos como a extranjeros. No es que yo tenga una idea preconcebida ni que desee hacer alarde de sentimientos fraternales por el estilo de los que usa un orador o un propagandista para emocionar a su auditorio: es que noto que con un hispano-americano estoy en comunicación intelectual apenas hemos cruzado cuatro palabras; en tanto que con un extranjero necesito muy largas relaciones, muchos tanteos para conseguir entenderme con entera naturalidad: en un caso voy sobre seguro, porque sé que existe una comunidad ideal que suple la falta de confianza; en otro he de comenzar por apoyarme sobre las reglas banales de la urbanidad, hasta que con el tiempo voy allanando las dificultades que presenta el entenderse con una persona extraña, cuando no se posee, como yo no poseo, la flexibilidad necesaria para sacrificar las ideas y sentimientos propios en aras de las conveniencias sociales.»
El nacionalismo español de la época de los sucesivos desastres del penúltimo cambio de siglo ―1898, 1921, 1936―, buscará consuelo en la comunidad hispanoamericana, tan sentida y constatada como imaginada y proyectada. Lejos ya de cualquier pretensión de superioridad sobre las ahora consideradas repúblicas hermanas, se recalcan los elementos que se consideran compartidos: lengua, cultura, religión… Y esto se llevará a cabo desde las más contrapuestas orillas ideológicas. Buena prueba de ello lo constituirá el nutrido exilio ―transtierro, lo llamó José Gaos― tras la guerra civil, que reinsertará en las sociedades de la América Latina a un buen número de españoles, especialmente en Méjico, los cuales dejarán abundantes testimonios de su percepción de la Hispanidad. En este sentido el franquismo no inventará nada, simplemente incluirá en su visión del mundo y de la historia esta construcción ideológica. Pero su utilización ―con frecuencia más retórica que otra cosa― presentará dos rasgos decisivos: por un lado su hispanoamericanismo bebe de las fuentes más conservadoras y tradicionalistas (Maeztu, García Villada…); por otro el régimen autoritario que es le permitirá monopolizarlo, y hasta cierto punto identificarse con él. Lo cual conducirá necesariamente a una debilitación del concepto, especialmente con los grandes cambios ideológicos y sociales que cristalizan a partir de los años sesenta, y al consiguiente rechazo que le mostrarán.
La breve obra que presentamos es una conferencia pronunciada por el entonces arzobispo de Toledo Isidro Gomá (1869-1940) en el teatro Colón de Buenos Aires, con motivo del Congreso Eucarístico internacional de 1934. Aún está lejos el paradójico Gomá de la guerra civil, que por un lado supone el apoyo eclesiástico al bando autodenominado nacional, y por otro la resistencia a la fascistización del nuevo estado, en defensa de un indefinido estado católico, como ha estudiado José Andrés-Gallego. En el texto que presentamos, junto con la crítica de la denominada leyenda negra, se insiste ante todo en el carácter católico que percibe como decisivo en el concepto de Hispanidad. Incluimos como apéndice un breve artículo de 1944, en el que Zacarías de Vizcarra, al que tanto Maeztu como Gomá habían atribuido la creación del término Hispanidad, expone el origen de su nuevo uso político-cultural.
Cozzi. Ilustración para la portada de Pelayos 16-10-1938 |
Muchas gracias.
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