Al comenzar sus memorias de la Guerra Civil tituladas Un adolescente en la retaguardia, Plácido M.ª Gil Imirizaldu reflexiona sobre la ingente bibliografía sobre aquella: «He leído varios (libros) sobre la contienda, de autores extranjeros y españoles, algunos de escritores universalmente reconocidos, indistintamente de un color u otro. En general, tan sólo me han complacido aquellos que, rojos o blancos, vivieron los tres años fatídicos o parte de ellos en las trincheras o en retaguardia. Tal vez los que no los vivieron tienen el mérito de la investigación, pero en general les ha sobrado pasión y faltado libertad. Y también vale este criterio al tratar la cuestión de la innegable persecución religiosa», que fue lo que determinó su devenir entre los 15 y los 17 años de edad, iniciado con el fusilamiento de toda la comunidad de monjes en que se formaba. Camarero en Barbastro y en Caspe, después refugiado en varias localidades de Lérida, describe gentes y sucesos de forma ecuánime, recalcando la entereza moral y el honradez de algunos republicanos, anarquistas o comunistas, en oposición al talante sanguinario, intolerante y destructivo de otros. Y deplora asimismo las matanzas que encuentra se han llevado a cabo en su Navarra natal, a la que logra regresar al final de la guerra: «Todas estas cosas me llenaban de angustia, pues veía que, si no tantas, también en los nacionales se cometieron atrocidades. La guerra fue fratricida. Mis monjes murieron únicamente por ser monjes, y son mártires. Pienso que los muertos de Lumbier (su pueblo) también están en el cielo, junto a tantos jóvenes que fueron a luchar y murieron, muchos de ellos movidos por un ideal cristiano.»
Pues bien, algo de esa honradez intelectual y moral es lo que vamos a encontrar en la aportación de esta semana, una narración de la guerra civil cuya redacción concluyó su autor poco antes de su malhadado fusilamiento. En una conferencia pronunciada en 1978, el reconocido historiador Gabriel Jackson afirmaba encomiásticamente (cito por la reseña del diario El País): «El libro de Zugazagoitia es un ejemplo magnífico de la historia vivida como participante. Era diputado de Cortes, director de El Socialista, ministro de Gobernación por algunos meses, amigo íntimo de Indalecio Prieto y de Juan Negrín. Periodista culto, con orgullo de su oficio, era capaz de evitar trampas, seguir la pista de evidencia incompleta, escribir con claridad. Distingue siempre entre su experiencia personal y los hechos “según informe”. Escribe sin rencor (¡en el año 1939!) y hace una autocrítica feroz de los errores y crímenes en zona republicana. Achaca la pérdida de la guerra a tres causas principales: ineficacia y falta de dirección fuerte antes del período Negrín; paseos e indisciplina en los primeros meses; intervención italo-germana en combinación con la política de “no-intervención”. Hay dibujos verbales vívidos de personas como Prieto, Miaja, Negrín, Azaña. Por desgracia, no existe ningún libro comparable por zona nacional.» La última afirmación parece algo discutible: tanto los excesos como el rechazo a ellos se documentan por igual en los dos bandos enfrentados.
Por otro lado, y naturalmente, esta valiosa obra es obra de parte (una parte opuesta a la del otro autor que hemos citado más arriba); el mismo Zugazagoitia reitera, una y otra vez, que se ve a sí mismo como “periodista gubernamental” (por encima de diputado y ministro), con todo lo que lleva consigo de propagandista y de debelador de enemigos y rivales (especialmente del propio bando...) Pero el tomar partido no le impide esforzarse en la búsqueda de un cierto distanciamiento y la persecución de una limitada pero presente ecuanimidad.
Ricardo Baroja, 1937 |
Me encanta esta pagina de la historia de España. Mis felicitaciones y respeto a sus autores.
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