En 1926, apenas ha echado a andar el medio siglo autoritario español (dictadura de Primo de Rivera, segunda República, Guerra Civil y dictadura de Franco), Gregorio Marañón inicia sus trabajos de tema histórico, luego tan abundantes, que se sumarán a sus predominantes tareas médicas y científicas. El fracaso del golpe militar comúnmente llamado la Sanjuanada, y a pesar de que no ha tomado parte en él, le ha deparado una considerable multa y una estancia de un mes en prisión, que aprovechará para traducir y publicar una parte de la obra que comunicamos esta semana, con el título El Empecinado visto por un inglés. En el prólogo se excusa «por esta incursión en un terreno extraño a mi actividad habitual. Con ello he querido descansar de una labor científica y profesional demasiado prolongada y buscar un esparcimiento más en las largas horas en que he gustado la áspera bienaventuranza de sufrir persecución por la justicia.» También valora así la obra:
«La lectura del volumen es, por de pronto, encantadora. Su autor demuestra un minucioso conocimiento de las cosas de España. Pero luego se echa de ver que es un extranjero, en el valor que da a los detalles pintorescos, que un ojo nacional no aprecia; y digámoslo también, en el complaciente amor con que se ocupa de nuestro país y de sus indígenas. El español, por muy patriota que sea, nunca llega a estos extremos de verdadera ternura. Somos hijos un poco ariscos con nuestra madre. Y es preciso leer la literatura extranjera sobre España para encontrar la delectación, el entusiasmo y la disculpa para todo lo español, sea bueno, regular o malo. Porque se ha hablado y se habla mucho de lo maltratados que somos por los escritores de otros países, lo cual es verdad: mas lo es también que España goza del privilegio de suscitar, al par que las opiniones más hostiles, los entusiasmos más fervientes. Yo tengo el achaque de leer libros extranjeros sobre mi país, y la impresión que domina a todos, cuando ya se conocen unas cuantas docenas, es ésta de la incapacidad del paisaje y de la vida de la península para suscitar opiniones ecuánimes. Es raro el viajero que ha traspuesto el Pirineo o ha desembarcado en nuestras costas sin venir provisto de un par de anteojos, que indefectiblemente son o de color negro o de color de rosa.»
La obra que presentamos es principalmente literaria, y está compuesto por numerosos cuadros, parte de los cuales ya había publicado en la prensa inglesa. La primera mitad se centra ante todo en las proezas de uno de los más famosos guerrilleros de la guerra de la Independencia, el Empecinado; en la segunda narra diversas hazañas bélicas o novelescas de la guerra carlista, en la que participó el autor. Sólo en el último capítulo, más extenso, interviene Hardman en la acción, como era de esperar en una obra que se dice fruto de su propia experiencia. El mismo autor se cura un tanto en salud, al señalar que «las escenas descritas en las páginas siguientes no deben considerarse meras ficciones.» Y sin embargo es la ficción lo que predomina: la España tópica que podían reconocer sus lectores, reafirmándole en sus prejuicios o ideas previas: fiera, vengativa y atrasada, y al mismo tiempo valiente, generosa y enamorada. En suma, un romanticismo aventurero apto para ser consumido un día de pertinaz niebla, bien retrepado en una cómoda butaca: carlistas sanguinarios, clérigos fanáticos, mujeres de rompe y rasga, liberales, guerrilleros…
Y sin embargo… La obra, a pesar de lo limitado de los tipos y acontecimientos seleccionados (es tanto lo decisivo que ocurría en estos tiempos a lo que no alude Hardman), a pesar de la inverosimilitud de mucho de lo narrado, a pesar de la superficialidad con que lo trata, a pesar de su esfuerzo en enjalbegar el texto con un color local un tanto postizo, presenta un considerable atractivo: es un buen ejemplo del típico cómo nos vieron, que puede dar lugar al nos vemos como nos ven, y al consecuente actuamos como esperan que actuemos. Y se puede disfrutar de su percepción del paisaje, de lo entretenido de sus anécdotas, de su disposición constante a admirarse de unos personajes en buena medida fruto de su imaginación. Merece la pena leerla, aunque no alcance el prodigioso nivel de George Borrow y su La Biblia en España, una genial cumbre de la falsificación de la realidad. Y de mismo modo otras obras de ficción: Los españoles pintados por sí mismos, las Historietas nacionales de Alarcón, Los Episodios Nacionales de Galdós...
Frederick Hardman (1814-1874) fue ante todo periodista, aunque en el origen de su vocación está su alistamiento, en 1835, en la Legión Auxiliar Británica que participó en la primera guerra carlista en apoyo de los liberales. Herido en 1838, y tras recuperarse en el sur de Francia, sus experiencias le proporcionaron materiales suficientes para iniciar su carrera publicista. Aunque publicó numerosos libros, fue ante todo un avezado corresponsal (en The Times desde mediados del siglo) que recorrió media Europa, y cubrió los conflictos más destacados: la revolución de 1854, la guerra de Crimea, la franco austríaca con la unificación italiana de fondo, la de Marruecos impulsada por O’Donnell, la prusiana del Schleswig, la franco-prusiana… Su último destino fue la dirección de la prestigiosa representación de The Times en París, donde falleció.
J. W. Giles, La Plaza Nueva de Vitoria durante la guerra |
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