Los mexicas, mucho después llamados aztecas, derrotaron a otros pueblos en el Altiplano, crearon su poderoso estado y desarrollaron su espléndida civilización… y sus sacrificios humanos. Los españoles, con la ayuda de los pueblos sojuzgados por los anteriores, derrotaron a los mexica y establecieron la Nueva España, y crearon una nueva y espléndida civilización mestiza... con una ávida sed de oro y un coste incalculable para las sociedades anteriores. Los criollos, aprovechando las posibilidades que les deparaban las circunstancias políticas, expulsaron a los españoles y modelaron el nuevo Méjico independiente, con su personalidad propia… y con una persistente inestabilidad y luchas intestinas que frenaron su considerable desarrollo anterior. Y finalmente los norteamericanos se infiltraron abundantemente en el norte de Méjico, y tras breve guerra lo conquistaron e incorporaron a su país, a su cultura y a su idioma… ignorantes de los cambios que el futuro les depararía.
En Clásicos de Historia nos hemos ocupado ya de este último suceso: el francés Alexis de Tocqueville predijo los acontecimientos posteriores; el mejicano progresista Lorenzo Zavala se ocupó de la atracción de inmigrantes anglosajones para poblar Tejas, antes de tomar partido por la secesión; su rival político Lucas Alamán analizó la guerra desde el punto de vista conservador y unitarista; el neoyorquino Jesse Ames Spencer nos proporcionó en su Historia la visión canónica de la guerra, desde el punto de vista norteamericano, repleta de orgullo patrio y destino manifiesto; en cambio, su paisano William Jay condenará la conquista del territorio mejicano, y la considerará una mera argucia en pro de los intereses de los estados esclavistas...
A todo ello añadimos hoy la breve obra del hispanófilo mejicano Carlos Pereyra (1871-1942), enfocada a a la confrontación con el planteamiento y narración dominante sobre el conflicto, la de los Estados Unidos. «Mientras seamos incapaces de llevar a cada aldea una antorcha, como decía el gran romántico, la verdad histórica se quedará en los archivos y triunfarán las falsedades, porque los Estados Unidos tienen una fuerza que realiza prodigios: su oro, y otra fuerza de igual potencia: su hipocresía. Lo más odioso en ellos no es el poder militar. Y no es eso lo odioso, porque la violencia reviste siempre un aspecto de belleza heroica. Lo infame es la sonrisa fraternal que asoma a sus labios cuando han golpeado con la bota; la santurronería cuando roban; la expresión evangélica cuando corrompen. De ahí la necesidad de un libro, o más bien, de muchos libros, no de uno, que inviten al quitamiento de caretas y provoquen debates.»
Pereyra publica su estudio en 1917 y considera urgente su difusión: «Si se quiere comprender toda la importancia americana de la cuestión de Tejas, basta reflexionar un poco y ver que Tejas es sólo un episodio, y que Jackson, el héroe de la cuestión de Tejas, es sólo uno de tantos personajes que en una larga serie de acontecimientos y en una larga lista de hombres, realizan el destino manifiesto, es decir, un hecho que se está desarrollando a nuestra vista. Después de Tejas, vienen California y Nuevo Méjico; a continuación, Cuba y Puerto Rico; en tercer lugar, Panamá. Y Nicaragua no será la última. La acompaña Santo Domingo. Y otras repúblicas la seguirán. Hay tela para mucha historia.»
En su día comunicamos de este autor La obra de España en América.
Hermann Lungkwitz, San Antonio de Bexar, 1857 |