lunes, 31 de julio de 2023

William Jay, Causas y consecuencias de la guerra de 1847 entre Estados Unidos y Méjico

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Alexis de Tocqueville en Sobre la democracia en América, fruto de su viaje a Estados Unidos en 1831 y que comenzó a publicar cuatro años después, puso de relieve el expansionismo norteamericano:

«En el sudoeste, México se presenta ante los pasos de los angloamericanos como una barrera. Así, pues, no hay ya, a decir verdad, sino dos razas rivales que se reparten actualmente el Nuevo Mundo: los españoles y los ingleses. Los límites que deben separar a esas dos razas han sido fijados por un tratado. Pero por favorable que sea este tratado para los angloamericanos, no dudo que lleguen bien pronto a infringirlo. Más allá de las fronteras de la Unión se extienden, del lado de México, vastas provincias que carecen todavía de habitantes. Los hombres de los Estados Unidos penetrarán en esas soledades antes de aquellos mismos que tienen derecho a ocuparlas. Se apropiarán el suelo, se establecerán en sociedad y, cuando el legítimo propietario se presente al fin, encontrará el desierto fertilizado y a extranjeros tranquilamente asentados en su heredad. La tierra del Nuevo Mundo pertenece al primer ocupante, y el imperio es allí el premio de la carrera. Los países ya poblados tendrán dificultades, a su vez, para preservarse de la invasión.

»He hablado ya... de lo que ocurre en la provincia de Texas. Cada día los habitantes de los Estados Unidos se introducen poco a poco en Texas, adquieren tierras y, en tanto que se someten a las leyes del país, fundan en él el imperio de su lengua y de sus costumbres. La provincia de Texas está todavía bajo la dominación de México; pero bien pronto no se encontrarán en ella, por decirlo así, más mexicanos. Semejante cosa sucede en todos los puntos donde los angloamericanos entran en contacto con las poblaciones de otro origen.

»No se puede disimular que la raza inglesa haya adquirido una inmensa preponderancia sobre todas las demás razas europeas del Nuevo Mundo. Es muy superior en civilización, en industria y en poder. En tanto que no tenga delante de ella sino regiones desiertas o poco habitadas; en tanto que no encuentre en su camino poblaciones aglomeradas, a través de las cuales le sea imposible abrirse paso, se la verá extenderse sin cesar. No se detendrá en las líneas trazadas en los tratados, sino que se desbordará por todas partes por encima de esos diques imaginarios.»

Y la profecía se cumplió. En 1836 se sublevan los colonos anglosajones de Texas, restablecen la esclavitud abolida por Méjico, y proclaman su independencia, que será reconocida por Estados Unidos. El conflicto se prolongará hasta la guerra definitiva que arranca en 1846. Y de ella va a hablarnos el hijo de nuestro conocido John JayWilliam Jay (1789-1858) fue un prestigioso juez del estado de Nueva York, que desarrolló numerosas acciones filantrópicas a favor de la abolición de la esclavitud. De tendencia conservadora, rechazó asimismo el militarismo y el recurso a la guerra como solución de los conflictos, y defendió en su lugar el arbitraje internacional. Apenas finalizada la invasión norteamericana de Méjico y firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo, publicó en 1849 su rigurosa condena de lo sucedido con el título A Review of the Causes and Consequences of The Mexican War. Con esta obra, dice, «hemos tratado de dar a los lectores una idea de la enorme suma de crímenes y calamidades que resultan de nuestra guerra con México.»

Jay atribuyó el origen de la guerra únicamente al interés de los estados esclavistas en expandirse territorialmente y lograr un mayor peso político en la Unión, a costa de los estados del norte. Sostiene que aquellos prevén desarrollar en los territorios adquiridos nuevas plantaciones, que incrementarían los beneficios de sus propietarios y de los criadores y comerciantes de esclavos. El autor considera que por meros intereses partidistas una parte considerable de la clase política del norte, en principio abolicionista, les habría apoyado. Y rechaza la justificación oficial de la guerra: cuando el gobierno mejicano denegó con toda justicia la anexión de Texas a Estados Unidos, el presidente James K. Polk promovió la que denomina guerra defensiva con falsos argumentos: los supuestos agravios mejicanos no tenían consistencia alguna y nunca se produjo el imaginado ataque mejicano a territorios norteamericanos. En conclusión, Jay condena la guerra como totalmente injusta, además de señalar el enorme coste en vidas y valores humanos; por otra parte ha sido económicamente ruinosa, como toda guerra.

Finley, Mapa de América del Norte, 1826.

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