Presentamos la obra de uno de los más destacados regeneracionistas que desde fines del siglo XIX reaccionan ante lo que perciben como decadencia española, especialmente a partir de la derrota ante Estados Unidos en 1898. Supone en el fondo el cuestionamiento absoluto de la fallida revolución liberal en España —una de las más tempranas entre las europeas y americanas—, que a su juicio ha sido incapaz de establecer una sociedad moderna y desarrollada como las que se perciben en los países de su entorno. Ricardo Macías Picavea (1847-1899) fue un geógrafo, publicista y ocasional político republicano. Rafael Altamira, en su Psicología del pueblo español (1901 y 1917) caracterizó esta influyente obra así:
«Es interesante advertir que, de ordinario, cuando se ha pretendido analizar nuestra situación presente —y así ocurrió en casi toda la literatura llamada de la regeneración (1898-1901), y aun en algunos libros anteriores—, el examen se ha limitado a los defectos propiamente dichos, deteniéndose en ellos, sin apreciar a su vera otros signos no menos nuestros y de la hora presente, que alguna vez importan y pesan más que los defectos mismos. Esa limitación era y es, por otra parte, muy natural. Lo primero que hiere a todo patriota (y en general a todo hombre) es lo malo, cuyos efectos dolorosos sufre con la consiguiente reacción para librarse de ellos, y en su afán de remediarlos insiste en su examen, lo ahonda y a menudo exagera su alcance y su arraigo. Semejante posición, con necesitar que se la rectifique limpiándola de exageraciones y del fácil pesimismo a que lleva, es, no obstante, preferible a la inconsciencia del peligro, a la corchadura de la piel que no siente los pinchazos del mal y ha perdido los reflejos de la defensa espontánea.
»Tomemos como ejemplo uno de los libros más valientes que se han escrito acerca de nuestros defectos actuales: El problema nacional, del señor Macías Picavea. Para el señor Macías, prematuramente arrebatado a la enseñanza patria, España es un pueblo enfermo, cuyos defectos superan por modo incomparable a las buenas condiciones, o las han soterrado bajo tan espesa capa de vicios, que es ya imposible su nuevo afloramiento.
»Enumera el señor Macías esos vicios o caracteres de la enfermedad nacional del siguiente modo: idiocia, es decir, paralización del progreso, de la marcha evolutiva social; psitacismo o predominio de la palabra, de la retórica, sobre el pensamiento; atrofia de los órganos de la vida nacional (regiones, consejos, gremios, clases, corporaciones sociales); olvido y suplantación de la tradición; pérdida de la personalidad; desorientación; incultura, ideologismo, vagancia, pobreza, moral bárbara, irreligiosidad decadentista, incivilidad regresiva; todo ello derivado de las siguientes lacerías históricas, cuya cuna fue el entronizamiento de la Casa de Austria: cesarismo; despotismo ministerial y caciquismo, degeneraciones de aquél; centralismo; teocratismo; unidad católica e intolerancia; militarismo y parálisis de la evolución.
»El señor Macías es, como se ve, muy pesimista o, por mejor decir, ve muy negro el cuadro de nuestras enfermedades. Quizá por esto es llevado a desconfiar, no sólo de la masa, sino aun de todo esfuerzo colectivo, aunque proceda de una colectividad reducida; y por ello pide «un hombre», es decir, un genio, uno de esos dictadores tutelares que, al parecer, han sido los productores de grandes transformaciones sociales. A la misma conclusión van a parar otros autores de la misma época, unos claramente, otros quizá sin darse cuenta de ello. Y así, aunque tal vez no fuese esa su intención, sobre el coro de tremendas acusaciones y pesimismos irredimibles se levanta la voz del instinto que confía en un remedio, aunque éste consista temporalmente en la sustitución de la actividad colectiva por una fuerza individual redentora.»
Acertó Altamira en su análisis. El siglo XX español muestra una secuencia de recetas redentoras, autoproclamadas cada una como la única eficaz, auténtica materialización del costista cirujano de hierro, y por tanto merecedora de imponerse a la fuerza tan violentamente como sea preciso: el anarco-sindicalismo, la dictadura de Primo de Rivera, el republicanismo de izquierda, los nacionalimos catalán y vasco, el nacional-sindicalismo falangista de la república y del primer franquismo, el colectivismo socialista y comunista de la guerra civil, los sucesivos modelos autoritarios del franquismo... Todas se implantaron en diversa medida, con un coste considerable, hasta la última de ellas, en la que se quiso ver, según lo predicho por Macías Picavea, «el hombre histórico, el hombre genial, encarnación de un pueblo y cumplidor de sus destinos… Patriota ferviente, encarnaría en todas sus resoluciones el alma de la patria; mano de hierro, ante ella caerían, como ante el rayo las torres cuarteadas, oligarcas, banderías y caciques; apóstol y Mesías del pueblo.»
Para pasar página de todos estos redentores (por ahora), habrá que esperar a la Transición: entonces se constatará un intento de acción colectiva que aúne desarrollistas, aperturistas, opositores más o menos democráticos y nacionalistas varios. También nuestro autor lo había vaticinado en cierto sentido, cuando se dirige a la nación entera: «¿Por qué, quemando en arranque de suprema abnegación sobre el ara de la patria en peligro los propios ídolos, no se han de levantar todos los españoles, instituciones, clases, poderes, a fundir sus fuerzas en una fuerza para sustituir con nuestra voluntad y conciencia la que el destino nos niega?» E invoca a la reina, al pueblo, al ejército, a la Iglesia, y a republicanos, carlistas, fusionistas y conservadores.
En Clásicos de Historia hemos comunicado algunas de las obras regeneracionistas más destacadas: Los males de la patria y la futura revolución española (1890) de Lucas Mallada; Idearium español (1897) de Ángel Ganivet; Oligarquía y caciquismo (1901) de Joaquín Costa; y la antología Patriotismo y nacionalismos. Textos regeneracionistas (1898-1934) de Santiago Ramón y Cajal.
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