«Me aparto de esta escena de pesadilla», parece que dijo Keynes al primer ministro Lloyd George tras presentar su dimisión en 1919 como miembro de la delegación británica en la Conferencia de París. Ésta procuraba resolver definitivamente los problemas derivados de la Gran Guerra, con la sola participación de las potencias supuestamente victoriosas. Y a su jefe, el ministro de Hacienda británico Austen Chamberlain, le escribió: «¿Cómo puede pretender que yo continúe presenciando esta farsa trágica, tratando de poner los cimientos, como dijo un francés, d'une guerre juste et durable?» John Maynard Keynes (1883-1946) era entonces un prestigioso economista, profesor en Cambridge, que había ocupado importantes puestos en el Tesoro durante la guerra, aunque todavía no publicado sus obras capitales: Tratado sobre el dinero (1930) y Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero (1936).
Su portazo fue consecuencia del diktat, la paz cartaginesa (en palabras del autor) que se les impuso a las potencias derrotadas: pérdidas territoriales, de población y de recursos; y al mismo tiempo, una exigencia de ingentes reparaciones a las que, privadas de lo anterior, les iba a resultar difícil, cuando no imposible, responder. El trato más duro se reservó a Alemania. El mismo tratado que se le presentó establecía en el artículo 232 lo siguiente: «Los gobiernos aliados y asociados reconocen que los recursos de Alemania no son suficientes, teniendo en cuenta la disminución permanente de tales recursos que resultará de otras disposiciones del presente Tratado, para hacer una reparación completa de todas aquellas pérdidas y daños.» Pero a continuación añadía: «Los gobiernos aliados y asociados exigen, sin embargo, y Alemania se compromete, a que ella recompensará todos los daños causados a la población civil de las Potencias aliadas y asociadas y a su propiedad, durante el período de beligerancia de cada una de ellas, como Potencia aliada o asociada contra Alemania por tal agresión, por tierra, por mar y por aire, y en general todo daño...»
Keynes, de regreso al mundo académico, se apresuró a redactar la obra que presentamos, que fue publicada ese mismo año. Tuvo una repercusión considerable, y fue rápidamente traducido a las principales lenguas. La tesis central era lo absurdo de las condiciones impuestas a Alemania, a las que considera no sólo injustas, sino además altamente perjudiciales para los propios intereses de los países vencedores. «La política de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres humanos y de privar a toda una nación de felicidad, sería odiosa y detestable, aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada de Europa. Algunos la predican en nombre de la justicia. En los grandes acontecimientos de la historia del hombre, en el desarrollo del destino complejo de las naciones, la justicia no es tan elemental. Y si lo fuera, las naciones no están autorizadas por la religión ni por la moral natural a castigar en los hijos de sus enemigos los crímenes de sus padres o de sus jefes.»
El pesimismo del autor es patente a lo largo de Las consecuencias económicas de la paz. Ante la sorprendente despreocupación (o desconocimiento) de aquellas por parte de los gobiernos europeos, efectúa un estudio económico de la situación de cada país. El resultado es lastimoso, y las amenazas de hambrunas (como ya apunta en Rusia), caída aplastante de la producción, desempleo generalizado..., y sobre todo el «resultado inevitable de la inflación», que «no es meramente un producto de la guerra, del cual pueda ser remedio la paz, sino que es un fenómeno persistente cuyo término no se ve.» Y ante esta situación, ¿cuáles son los remedios? Keynes propone una matizada revisión del Tratado que, entre otros aspectos, limite drásticamente las reparaciones exigidas, cree una Unión librecambista para la recuperación del comercio internacional, cancele las ingentes deudas contraídas entre los aliados a causa de la guerra, y establezca un empréstito internacional para la reconstrucción de Europa (del que, naturalmente, deberá hacerse cargo Estados Unidos).
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