Discípulo de Aristóteles, Teofrasto (c. 371-288 a. de C.) fue uno de sus principales colaboradores; se hizo cargo de la educación de Nicómaco, el hijo de aquél; a su muerte, recibió por testamento sus libros, y desde entonces regentó el Liceo. En sus obras, perdidas en su mayoría, pero de las que nos quedan numerosos fragmentos y citas de otros autores, Teofrasto se ocupó de los más diversos saberes: lógica, física, historia natural (especialmente la botánica), leyes y política, pedagogía… Nuestro conocido Diógenes Laercio incluye una relación muy extensa de sus títulos, y un puñado de anécdotas: «A uno que en cierto convite no hablaba palabra alguna le dijo: Si tú eres ignorante, obras prudentemente; pero si docto, imprudentemente.» Y también: «Refiérese que preguntado por sus discípulos si les encargaba alguna cosa, respondió que nada tenía que encargarles, sino que la vida humana nos promete falsamente muchas suavidades por adquirir fama y gloria. Nosotros, cuando empezamos a vivir, entonces morimos. No hay cosa más vana e inútil que el amor de la fama. Procurad ser felices. Dejad el estudio de la sabiduría, por ser muy trabajoso, o aplicaos a él en sumo grado, por la mucha gloria que resulta. La vanidad de la vida es mayor que la utilidad. Pero yo ya no estoy para aconsejar lo que debéis hacer; vosotros lo meditaréis… Esto diciendo, expiró.»
La obra que comunicamos es una de las pocas salvadas del naufragio de los tiempos. Muy breve, tras un proemio posiblemente agregado siglos después por un imitador de su estilo, se compone de una treintena de tipos humanos dominados por un vicio característico: falsedad, adulación, locuacidad, rusticidad, lisonja, indolencia, charlatanería, novelería, ruindad, miseria, insolencia, impertinencia, obsequio intempestivo, estupidez, aspereza, superstición, resentimiento injusto, desconfianza, asquerosidad, pesadez, ambición fútil, mezquindad, vanidad, soberbia, timidez, ansia de sobresalir, instrucción tardía y maledicencia. No es una descripción profunda, y mucho menos un análisis filosófico de estos comportamientos. Es posible que la obra, tal como la conocemos, fuera originalmente una mera parte de otra con objetivos más ambiciosos. Guillermo Fraile, en el tomo I de su conocida Historia de la Filosofía, señala lo siguiente: «En su tratado sobre los Caracteres bosqueja treinta tipos un poco caricaturescos, revelando un fino sentido de la observación, junto con un malicioso espíritu para captar el aspecto ridículo de las cosas. Fue un género que tuvo después numerosos imitadores.» Y aquí radica quizás el interés de de este librito: nos acerca a la vida habitual de la gente corriente de hace más de dos mil años, con sus mezquindades, malicias e incoherencias, quizás en el fondo no tan distantes de las de nuestra propia época.
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